Oh, San Vicente Ferrer, vos sois el hijo
del Dios de la vida, y su amado santo,
y que, vuestra vida inspirada estuvo
en un amor hacia Cristo, Nuestra Señora y
principalmente en los pobres. Cada viernes,
en recuerdo de Cristo crucificado, y cada
sábado, en honor de Nuestra Señora, hasta
el final de vuestros días entregasteis en
señal de sacrificio santo. El maligno, os
asaltó durante vuestra juventud y claro,
lo vencisteis, en Dios confiando únicamente.
Fervorosamente e increíblemente predicabais,
y Dios feliz, os escuchaba y los milagros
del cielo llovían. Se os apareció entonces
Nuestro Señor Jesucristo, San Francisco y
Santo Domingo de Guzmán y os dio la orden
de dedicaros a predicar por ciudades, pueblos,
campos y países. Y, vos, fiel cumplidor
como erais, así lo hicisteis. El norte
de España, el sur de Francia, el norte
de Italia, y Suiza, saben de vos hasta hoy.
Convertisteis a judíos y moros, en España,
de manera increíble. Antes de predicar
rezabais por más de cinco horas, para a
Dios pedir que vuestra palabra, fuese
eficaz. Y, así era. En el mismo suelo
dormíais y ayunabais el tiempo todo.
Predicación, procesiones, conversiones,
rezos y llantos, a Dios alabando siempre.
“Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura
llaga de pecados. Todo en mí tiene la
fetidez de mis culpas”. Decíais vos, que,
santo como erais, increíble parecía.
Vuestra vida terrena se os acabó, pero
vuestra alma, está hoy, coronada de gloria,
de luz y eternidad de vida, como justo
premio a vuestra entrega de amor y fe;
oh, San Vicente Ferrer, “palabras de luz”.
del Dios de la vida, y su amado santo,
y que, vuestra vida inspirada estuvo
en un amor hacia Cristo, Nuestra Señora y
principalmente en los pobres. Cada viernes,
en recuerdo de Cristo crucificado, y cada
sábado, en honor de Nuestra Señora, hasta
el final de vuestros días entregasteis en
señal de sacrificio santo. El maligno, os
asaltó durante vuestra juventud y claro,
lo vencisteis, en Dios confiando únicamente.
Fervorosamente e increíblemente predicabais,
y Dios feliz, os escuchaba y los milagros
del cielo llovían. Se os apareció entonces
Nuestro Señor Jesucristo, San Francisco y
Santo Domingo de Guzmán y os dio la orden
de dedicaros a predicar por ciudades, pueblos,
campos y países. Y, vos, fiel cumplidor
como erais, así lo hicisteis. El norte
de España, el sur de Francia, el norte
de Italia, y Suiza, saben de vos hasta hoy.
Convertisteis a judíos y moros, en España,
de manera increíble. Antes de predicar
rezabais por más de cinco horas, para a
Dios pedir que vuestra palabra, fuese
eficaz. Y, así era. En el mismo suelo
dormíais y ayunabais el tiempo todo.
Predicación, procesiones, conversiones,
rezos y llantos, a Dios alabando siempre.
“Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura
llaga de pecados. Todo en mí tiene la
fetidez de mis culpas”. Decíais vos, que,
santo como erais, increíble parecía.
Vuestra vida terrena se os acabó, pero
vuestra alma, está hoy, coronada de gloria,
de luz y eternidad de vida, como justo
premio a vuestra entrega de amor y fe;
oh, San Vicente Ferrer, “palabras de luz”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Abril
San Vicente Ferrer
Presbítero
San Vicente Ferrer
Presbítero
Martirologio Romano: San Vicente Ferrer, presbítero de la Orden de Predicadores, de origen español, que recorrió incansablemente ciudades y caminos de Occidente en favor de la paz y la unidad de la Iglesia, predicando a pueblos innumerables el Evangelio de la penitencia y la venida del Señor, hasta que en Vannes, lugar de Bretaña Menor, entregó su espíritu a Dios. († 1419)
Fecha de canonización: 3 de junio de 1455 por el Papa Calixto III. “Bebe el agua del maestro Vicente” se dice todavía en España para recomendar el silencio. La expresión se refiere a un sabio consejo que el dominico san Vicente Ferrer dio a una mujer que le preguntaba qué podía hacer para congeniar con el malhumorado marido. “Tome este frasco de agua -contestó el santo- y cuando tu esposo regrese del trabajo, tómate un sorbo y mantenlo en la boca el mayor tiempo posible”. Era el mejor modo de hacer que la mujer tuviera la boca cerrada y no contestara al marido.
La anécdota hace ver la humana simpatía de este hombre, acérrimo fustigador de las costumbres, que le mereció de sus contemporáneos el título de “ángel del Apocalipsis”, porque en sus sermones acostumbraba amenazar con flagelos y tribulaciones.
Vicente nació en Valencia (España) en 1350. A los 17 años había ya terminado con tanto éxito sus estudios de filosofía y teología que sus profesores lo incluyeron inmediatamente en el cuerpo docente.
Entró al convento de los dominicos de Valencia y fue ordenado sacerdote en 1375, una fecha que en la historia de la Iglesia se recuerda como el comienzo del gran cisma de Occidente (1378-1417). La gran confusión dividió a los cristianos en dos obediencias: a Roma y a Aviñón. Era inevitable que aun espíritus rectos, como Vicente Ferrer, estuvieran de parte del Papa ilegítimo. La buena fe de Vicente Ferrer se prueba con el hecho de que él hizo todo lo posible para solucionar el gran conflicto y restituir así la unidad a la Iglesia. Recorrió toda Europa, entusiasmando con su gran oratoria a las muchedumbres de fieles, atraídos también por un fenómeno especial: al predicador dominico -que sólo conocía el castellano, el latín y un poco de hebreo- le entendían todos los fieles de las diversas naciones a donde él iba, cada uno en su lengua, repitiéndose así el milagro de Pentecostés.
Auténtico predicador del mensaje cristiano, San Vicente recuperaba todo el vigor juvenil aun en avanzada edad tan pronto subía al púlpito o en los palcos improvisados en las plazas, porque las iglesias no eran suficientes para las grandes muchedumbres; y esto a pesar de no conmover al auditorio con palabras de esperanza, sino que fustigaba las costumbres con tono amenazador. Lograda la unidad del pontificado con el concilio de Constanza y con la elección de Martín V, Vicente recorrió el norte de Francia tratando de poner fin a la guerra de los Cien años. Murió el 5 de abril de 1419, durante la misión en Vannes, y fue canonizado por su compatriota Calixto III en 1455.
Oración
¡Amantísimo Padre y Protector mío,
San Vicente Ferrer!
Alcánzame una fe viva y sincera
para valorar debidamente las cosas divinas,
rectitud y pureza de costumbres
como la que tú predicabas,
y caridad ardiente para amar a Dios
y al prójimo.
Tú, que nunca dejaste sin consuelo
a los que confían en ti,
no me olvides en mis tribulaciones.
Dame la salud del alma
y la salud del cuerpo.
Remedia todos mis males.
Y dame la perseverancia en el bien
para que pueda acompañarte
en la gloria por toda la eternidad.
Amén.
San Vicente Ferrer!
Alcánzame una fe viva y sincera
para valorar debidamente las cosas divinas,
rectitud y pureza de costumbres
como la que tú predicabas,
y caridad ardiente para amar a Dios
y al prójimo.
Tú, que nunca dejaste sin consuelo
a los que confían en ti,
no me olvides en mis tribulaciones.
Dame la salud del alma
y la salud del cuerpo.
Remedia todos mis males.
Y dame la perseverancia en el bien
para que pueda acompañarte
en la gloria por toda la eternidad.
Amén.
Tres Padrenuestros a San Vicente Ferrer pidiendo por las necesidades de todos sus devotos.