01 abril, 2014

San Hugo de Grenoble


Oh, San Hugo de Grenoble, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo, que os
esforzasteis en la reforma de las costumbres
del clero y del pueblo. Vos, nunca quisisteis
obispo ser, pero que os santificasteis siéndolo.
Vuestra diócesis decadente y deprimente era,
pues en ella se compraban y vendían eclesiásticos
bienes, los clérigos concubinos abundaban,
la moral de los fieles por los suelos estaba, y
deudas por la mala administración del obispado
había. Y vos, entre llantos y rezos, penitencias
y oración os decidisteis enfrentar los problemas.
Pero, todo ello, nunca efecto surtió, pues vuestra
grey, ruda y grosera, insufrible y amoral era. Y,
a vos, no os quedó otra cosa que marcharos y
así, fue, tomando el hábito de San Benito, pero,
el Papa os ordenó volver a vuestra iglesia. Y, vos,
obediente como erais, entre dientes os entregasteis
a cumplir con vuestro ministerio. Vendisteis vuestras
mulas para ayudar a los pobres, y brindarles alimentos
y hospedaje. Excomulgasteis al antipapa Anacleto;
recibisteis al Papa Inocencio II, quien tampoco
os aceptó vuestra renuncia y cuando huíais de Pedro
el cismático de Lyon y contribuisteis a eliminar
el cisma de Francia. También, ayudasteis a san Bruno
y a sus seis compañeros en la Cartuja, a establecerse
pues, para vos, sinónimo de paz era, tanto que
pasabais viviendo entre ellos, como un fraile más.
Y, al fin, vuestra fidelidad, premiada fue por Dios,
pues luego de más de medio siglo de trabajo, se
reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron,
se ordenaron los nobles y los pobres hospital tuvieron
y paz para sus almas. Al final de vuestra vida, atormentado
fuisteis por tentaciones de duda sobre la Divina
Providencia, perdiendo la memoria, pero vuestra
lucidez la tuvisteis siempre. Y así, hombre de vida
ejemplar, voló vuestra alma al cielo, para recibir
corona de luz eterna, como justo premio a vuestra
entrega de amor. Nunca tuvisteis vocación de obispo
pero fuisteis sincero, honrado en el trabajo, piadoso,
y obediente. Os marchasteis, pero vuestra santa
vida, quedó como modelo de obispos y de los más
santos de todos los tiempos, por siempre jamás;
Oh, San Hugo de Grenoble, “la fuerza de Dios”.


by Luis Ernesto Chacón Delgado
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1° de Abril
San Hugo de Grenoble
Obispo


Martirologio Romano: En Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad (1132).

Etimológicamente: Hugo = Aquel de Inteligencia Clara, es de origen germano. Fecha de canonización: 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II. El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo.

 Nació en Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su vida se sucede de forma poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con sus obligaciones patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la Cartuja y al final de sus días recibió de mano de su hijo los últimos sacramentos. Así que el hijo fue educado en exclusiva por su madre.
 
Aún joven obtiene la prebenda de un canonicato y su carrera eclesiástica se promete feliz por su amistad con el legado del papa. Como es bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los veintisiete años muy en contra de su voluntad por no considerarse con cualidades para el oficio -y parece ser que tenía toda la razón-, pero una vez consagrado ya no había remedio; siempre atribuyeron su negativa a una humildad excesiva. Lo consagró obispo para Grenoble el papa Gregorio VII, en el año 1080, y costeó los gastos la condesa Matilde.
 
Al llegar a su diócesis se la encuentra en un estado deprimente: impera la usura, se compran y venden los bienes eclesiásticos (simonía), abundan los clérigos concubinarios, la moralidad de los fieles está bajo mínimos con los ejemplos de los clérigos, y sólo hay deudas por la mala administración del obispado. El escándalo entre todos es un hecho. Hugo -entre llantos y rezos- quiere poner remedio a todo, pero ni las penitencias, ni las visitas y exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten efecto. Después de dos años todo sigue en desorden y desconcierto. Termina el obispo por marcharse a la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de su iglesia en Grenoble.
 
Con repugnancia obedece. Se entrega a cumplir fielmente y con desagrado su sagrado ministerio. La salud no le acompaña y las tentaciones más aviesas le atormentan por dentro. Inútil es insistir a los papas que se suceden le liberen de sus obligaciones, nombren otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha de seguir en el tajo de obispo sacando adelante la parcela de la Iglesia que tiene bajo su pastoreo. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis andando por los caminos, estuvo presente en concilios y excomulgó al antipapa Anacleto; recibió al papa Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia- cuando huía del cismático Pedro de Lyon y contribuyó a eliminar el cisma de Francia.
 
Ayudó a san Bruno y sus seis compañeros a establecerse en la Cartuja que para él fue siempre remanso de paz y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa allí temporadas viviendo como el más fraile de todos los frailes.
 
Como él fue fiel y Dios es bueno, dio resultado su labor en Grenoble a la vuelta de más de medio siglo de trabajo de obispo. Se reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron, se ordenaron los nobles y los pobres tuvieron hospital para los males del cuerpo y sosiego de las almas. Al final de su vida, atormentado por tentaciones que le llevaban a dudar de la Divina Providencia, aseguran que perdió la memoria hasta el extremo de no reconocer a sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que se refería al bien de las almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que, muerto el 1 de abril de 1132, fue canonizado solo a los dos años, en el concilio que celebraba en Pisa el papa Inocencio.
 
No tuvo vocación de obispo nunca, pero fue sincero, honrado en el trabajo, piadoso, y obediente. La fuerza de Dios es así. Es modelo de obispos y de los más santos de todos los tiempos.
Autor: . | Fuente: Archidiósesis de Madrid