Oh, Santas Perpetua y Felicidad; vosotras
sois las hijas del Dios de la vida, y aquellas
santas mujeres y jóvenes madres, que,
entregasteis vuestro abierto corazón, a
Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro, en
tiempos de idolatría y paganismo. “Yo lo
que más le pedía a Dios era que nos
concediera un gran valor para ser capaces
de sufrir y luchar por nuestra santa
religión”. Y, os escuchó nuestros ruegos
y escribisteis así: “Desde que tuve a mi
pequeñín junto a mí, ya aquello no me
parecía una cárcel sino un palacio, y me
sentía llena de alegría. Y el niño también
recobró su alegría y su vigor”. “Y, yo que
soy cristiana, no me puedo llamar pagana,
ni de ninguna otra religión, porque soy
cristiana y lo quiero ser para siempre”.
Respondisteis a vuestro padre, que os
rogaba volveros pagana. Vuestros verdugos
os decían: “Ahora se queja por los dolores
de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores
del martirio qué hará? Y, vos respondisteis:
“Ahora soy débil porque la que sufre es mi
pobre naturaleza. Pero cuando llegue el
martirio me acompañará la gracia de Dios,
que me llenará de fortaleza”. Y, de pronto
vuestra hora llegó, y envolviéndoos en una
red, una furiosa vaca que os corneó casi hasta
morir y saliendo airosas, dijisteis Perpetua:
¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a
cornear? Y, la masa casi al unísono pidió
que os cortaran la cabeza, que así fue y Dios,
abrió sus brazos y os recibió, para coronaros
con sendas coronas de luz y eternidad;
oh, Santas Perpetua y Felicidad, “mártires”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Marzo
Santas Perpetua y Felicidad
Mártires
(año 203)
Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del
año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de
pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población.
Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue
escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.
Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la
prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar
muy bien.
Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a
ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la
religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado,
pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran
inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las
iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo
siguiente:
El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos
y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de
Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con
su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Perpetua en su diario: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada
porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y
estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir
de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan
de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que
nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra
santa religión”.
Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron
dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos
sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo
menos entraba la luz del sol,y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y
permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de
pena y acabamiento. Ella dice en su diario: “Desde que tuve a mi
pequeñín junto a mí, ya aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me
sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su
vigor”. Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de
su educación.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores.
La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían
que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan
dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella
narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se
propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las
autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a
los falsos dioses.
Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión
de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le
recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua
proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo
Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y
de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana.
Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a
su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo
se llama esa vasija que hay ahí en frente? “Una bandeja”, respondió él. Pues
bien: “A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es
una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna
otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre”.
Y añade el diario escrito por Perpetua: “Mi padre era el único de mi
familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por
Cristo”.
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante
de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del
emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa
para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba
a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí
deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con
fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas
fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba
diciéndole: “Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen
los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: “Ahora soy débil porque la
que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará
la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida.
Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena
Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y
de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz.
Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por
proclamar su fe en Jesucristo.
A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos
derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión. Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran
vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de
sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y
ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.
El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los
carceleros, llamado Pudente, y le dijo: “Para que veas que Cristo sí es
Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará
ningún daño”. Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso
muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le
dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra
el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada
destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un
anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse
cristiano.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las
colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las
corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando
los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta.
Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona
pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres,
pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores
victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa
tal vaca que nos iba a cornear?
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les
cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes
valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad
le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a
Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor,
pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano,
el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer
valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia
voluntad y con toda generosidad.
Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y
sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida
prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la
religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un
medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17
siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión?
¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar
muy bien lo que hacemos y renunciamos por El.