01 octubre, 2017

XXVI Domingo Ordinario

XXVI Domingo Ordinario


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La parábola de los dos hijos Adviento


Las palabras y promesas que hacemos a Dios y a los demás, estén respaldadas por nuestras obras y comportamientos.
Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

Mateo 21, 28-32
«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él respondió: ´No quiero´, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ´Voy, Señor´, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» – «El primero» – le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.

Oración introductoria
Señor, gracias por recordarme que tiendo a identificarme con ese hijo del Evangelio que dice que va cumplir tu mandato pero al final del día no hace nada. Guía esta oración y dame la fuerza espiritual para descubrir el camino que debo seguir para cumplir pronta y alegremente con tu voluntad.

Petición
No se haga mi voluntad sino la tuya.


Meditación del Papa
El hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia autonomía contra la heteronomía de seguir la voluntad de Dios. Este es todo el drama de la humanidad. Pero en verdad esta autonomía es errónea y este entrar en la voluntad de Dios no es una oposición a uno mismo, no es una esclavitud que violenta mi voluntad, sino que es entrar en la verdad y en el amor, en el bien. Y Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad del Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del “no” en “sí”, en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro “no” y entrar en el “sí” del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor. (Benedicto XVI, 20 de abril de 2011).

Reflexión
Seguramente nos es bastante familiar este refrán: “Obras son amores, que no buenas razones”. Es probable que nosotros mismos lo hayamos pronunciado miles de veces. Y, sin embargo, parece que en muchas ocasiones nos olvidamos fácilmente de él….

En el Evangelio de hoy nuestro Señor nos cuenta la historia de dos hijos. Su padre les pide que vayan a trabajar a la viña. El primero responde de un modo muy poco cortés y un tanto violento: -“¡No quiero!” -le dice al padre. En cambio, el otro, con palabras muy atentas y comedidas, dignas incluso de un caballero: -“Voy, señor” -le contesta, pero no va. En cambio, el hijo rebelde y “rezongón” se arrepiente y va a trabajar. Y Cristo pregunta a sus oyentes: -“Cuál de los dos hizo lo que quería el padre?”-. La respuesta era obvia: el primero. Sus obras lo demostraron.

Y, después del “cuentito”, el Señor dirige unas palabras muy duras a los sumos sacerdotes y jefes del pueblo que le oían: -“Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”-. ¡Un juicio duro, pero muy certero! ¿Por qué? Porque los pecadores y las prostitutas son como el primer hijo de la parábola: a pesar de que sus palabras no eran las más “bonitas” y adecuadas, ellos hicieron la voluntad del Padre: creyeron en Cristo y se convirtieron ante su predicación. Mientras que los fariseos y los dirigentes del pueblo judío, que se consideraban muy justos y observantes, y se sentían muy seguros de sí mismos, ésos son como el segundo hijo: sus “pose” externo es muy respetuoso y comedido, pero NO obedecen a Dios. Y lo que Cristo quería era que hicieran la voluntad del Padre.

Yo creo que lo que nuestro Señor quiere decirnos con esta parábola es, en definitiva, que lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras. O, mejor: que las palabras y las promesas que hacemos a Dios y a los demás cuentan en la medida en que éstas van también respaldadas por nuestras obras y comportamientos. Éstas son las que mejor hablan: las obras, no los bonitos discursos; las obras, no los bellos propósitos o los nobles sentimientos nada más.

Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –”¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?”–. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa basta querer”. ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un “quisiera”. La persona que “quiere” puede hacer maravillas; pero el que se queda con el “quisiera” es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él “hubiese querido” obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que “no todo el que me dice ¡Señor, Señor! se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo”. Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes.
Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos?

Propósito
 Hacer una reflexión sobre la calidad de mi participación en la Nueva Evangelización.

Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por el privilegio de poder trabajar en tu viña. Mi anhelo es estar siempre a tu servicio y colaborar contigo en la evangelización. Me has enriquecido con muchos talentos que puedo poner al servicio de la Iglesia, del Movimiento y de los demás. No permitas que mi miopía, mi egoísmo y amor propio me hagan avaro, indiferente o sordo a la invitación que diariamente me haces de colaborar en la extensión de tu Reino.

(http://es.catholic.net/op/articulos/37146/cat/504/la-parabola-de-los-dos-hijos.html)