18 abril, 2014

Viernes Santo

 
¡Qué increíble el poder de tu Amor!
Aun así crucificado
Por la ignominia de mis pecados
Y los del mundo entero
Llora mi corazón partido
Al verte así clavado y escarnecido
Por mis hermanos los hombres
Que faltos de sí
Al ladrón y criminal libre dejaron
Y tomaron la justicia en sus manos
Impíos y traidores optaron dejarte así
Y jamás comprendieron
Que tu único pecado
Fue el dar amor a todos
Enseñarnos a amar y perdonar
A nuestros enemigos
A dar vista a los ciegos
Caminar a los paralíticos
Hablar a los sordomudos
Resucitar a los muertos
¿Eso merecía tu muerte?
¡Noooooooooooooooo!
Para merecer tu muerte
Estoy yo Dios mío
Pues yo osé ofenderte
Y pésame en mí
Mi maldad y mi culpa
Mi culpa y mi maldad
Te miro coronado de espinas
El rostro cubierto de sangre
La huella de la lanza en tu costado
De azotes y moretones cubierto
Flagelado y escupido
Despreciado y vilipendiado
Siete palabras en tu agonía:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”
“En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”
“¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!”
“Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?”
“¡Tengo sed!”
“Todo está consumado”
“¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!”
Y recién creo comprenderte
Cuánto me amas
Cuánto nos amas
Pues eres Tú la sola verdad eterna
Eres Tú la luz verdadera
Eres Tú la resurrección y la vida
Y aunque nadie quiera saber de Ti
Y aunque pocos te quieran en su corazón
¡Yo te amo!
¡Yo te quiero!
Y marcharé por el mundo
Y les diré cuanto nos amas
Que tu pecado fue amarnos
Hasta la muerte
Una muerte de Cruz
Que tu nombre es Jesús
Y que eres Camino Verdad y Vida
Dios y Señor Nuestro
¡Qué increíble el poder de tu Amor!.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Crucifixión
 
Os miro mi Señor en la cruz clavado
y llora por dentro mi mísera alma
Es cierta mi culpa, mi alma clama
a ese madero, el haberos llevado.
 
Os miro en llanto envuelto mi Cristo amado
¿Qué Os han hecho, mis hermanos sin alma?
¿Es acaso verdad lo que atisba mi alma?
ver Vuestro rostro de moretones inflamado.
 
Vuestro cuerpo; sed y harto vilipendiado
pies y manos clavados, lanza en el costado
y de espinas corona, martirio prolongado.
 
Mofa y burla del ladrón y del soldado
siete palabras para el hombre desalmado
y clamáis a Vuestro Padre, ser consolado.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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La Crucificción: Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu
 
Señor. ahora puedes morir en paz. Todo está consumado. Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión…
 
Tres condenados a muerte. Parecería que han recibido el mismo trato, pero no. A ti, Jesús, te rompieron las espaldas, te las araron a fuerza de latigazos. Los ejecutores se cansaron de golpearte inmisericordemente, hasta verte desmayar sobre la pequeña columna, retorciéndote de dolor.
 
Luego vino la borrachera de risotadas y burlas, en catarata, al hacer de ti el centro del juego llamado “basileos”: eras el rey de sornas, te vistieron con una clámide roja, te buscaron un cetro de caña y te coronaron -¡ingeniosa iniciativa!- con un casquete de espinas, que a base de presionarlo con sus guanteletes de hierro, terminaron por clavártelo completamente en tu cabeza bendita. Y nuevos, abundantes hilillos de sangre descendieron por tu rostro. Eran espinas muy pronunciadas, no muchas. La cohorte desfila burlonamente ante tu persona deshecha. Se arrodillan ante ti, saludándote con un “¡salve, rey de los judíos!”, y se despiden con un gesto obsceno, una risotada, tirando de tu barba sanguinolenta o escupiendo sobre tu rostro. Quizá, en el colmo de la humillación, alguno tuvo la desfachatez de orinar encima de ti… para que supieras que no eras nadie para ellos, aunque lo eras todo para la creación entera.
 
Paso seguido te llevan ante Pilato y éste se queda petrificado, al ver cómo en poco tiempo habías envejecido, y cómo te habían quitado tanto de esa dignidad regia que te envolvía. “Ecce homo”, o lo queda de él. Aquí está el hombre, para que terminemos con él. Aquí está el hombre, el auténtico, el genuino, el más bello hijo de Adán. Aquí está Jesús de Nazareth, nuestro redentor, revelándonos el valor infinito de cada persona al soportar este cúmulo de humillaciones. Sólo él “revela el misterio del hombre al hombre mismo”.
 
Tres son los sentenciados. Cada uno debe cargar sobre sus espaldas el travesaño horizontal hasta el montículo de la calavera. Unidos el uno al otro por cuerdas, comparten una misma condena, mismos sufrimientos, pero por razones diametralmente opuestas, y con resultados absolutamente diversos y contradictorios: uno de ellos se robará esa misma tarde la gloria del cielo; mientras que el tercero no dará, al menos externamente, signos de arrepentimiento, sino de odio y de desprecio.
 
A ese cuerpo ya no lo llevas, lo arrastras, y cuando te vence la debilidad, te recibe secamente el suelo polvoriento. Tu rostro se impacta contra las piedrecillas. La sangre y el sudor se vuelven lodo. Has perdido la conciencia más de una vez. La muerte empieza a rondar. Te levantas para llegar hasta la meta, para cumplir tu misión, para no dejar de amar hasta la última brizna de vida. Pero estás tan débil y tu mirada tan perdida, que uno de los soldados debe echar mano de un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, para que te ayude a llevar el travesaño hasta los pies del Calvario.
 
Es un camino cargado de gritos, burlas, improperios, llanto, reclamos de piedad, insultos, obscenidades.
 
“¡Padre, llegó la hora!” La hora de las tinieblas, que en la cruz será la hora del amor supremo, y a base de humildad, trocarás el Via-crucis en Via-lucis. Desde ella, desde ese patíbulo de ignominia todo dolor humano quedará injertado en el tuyo, preñado de eternidad y roto desde dentro su sinsentido y toda desesperación.
 
Observas cómo preparan el travesaño horizontal para hacerlo empalmar posterior-mente con el vertical que ya ha sido sólidamente erigido en la cumbre de aquel montículo.
 
Te quitan la ropa, tu túnica bañada en sangre, casi seca. Te la arrancan abriéndote nuevamente tantas heridas a punto de cerrar. Duele demasiado, como si te desollaran de espaldas y pecho.
 
Te hacen recostar, abriendo los brazos sobre el madero. Tus manos benditas, que siempre compartieron todo y que no dejaron de bendecir a tu alrededor, ahora quedan atrapadas por dos inmensos clavos que perforan tus muñecas, una después de la otra, creando un dolor de tal magnitud que te hace convulsionar de pies a cabeza. Es un horrendo calambre que recorre tus brazos, como una descarga que llega a la columna, inmisericorde, y que no te abandonará sino hasta el mismo momento de tu muerte.
 
Con gran agilidad te levantan, elevan el travesaño hasta hacerlo empotrar en el palo vertical. Lo aseguran y, entonces, realizan la misma maniobra sobre tus pies: los fijarán al madero con otro clavo, un pie sobre el otro. Tus pies, que sólo trajeron verdad y belleza, la buenas nuevas del Reino, la alegría del amor del Padre, ahora están inmóviles, atravesados por ese clavo, para siempre.
 
No hubo cuerdas de apoyo para tus brazos, no había estribo como asiento ni como apoyo para tus pies. Los tres criminales quedaron literalmente pendientes de sus carnes vivas. El tormento romano fue inventado y desarrollado para infligir a los condenados un dolor atroz que hacía bisagra sobre su aguante físico: en la medida en que se podían apoyar sobre sus heridas vivas para levantar el cuerpo podían respirar; al cansarse, se abandonaban, creando una desesperante sensación de ahogo. La posición del crucificado buscaba la muerte por asfixia. Era, por tanto, doblemente macabro, ingenioso, sádico… ¡y allí colgaba el hijo de Dios!
 
El diablo se debió sentir profundamente satisfecho. Había logrado dirigir todas las baterías, todas las pasiones humanas contra el Mesías y lo tenía indefenso y moribundo sobre una cruz.
 
Ahora tu cuerpo se retuerce y gime, anhelando un poco de oxígeno. Sientes estallar los pulmones, y, con enorme esfuerzo, logras algunas bocanadas de aire irguiéndote sobre tus carnes, sobre tus heridas abiertas. Respiras a precio de infinito dolor.
 
Tres horas pendiendo de la cruz, hasta compartir la angustia de los condenados. No “sientes” la presencia del Padre, como si se te hubiese escondido su rostro: “Eloí, Eloí, lamá sabactaní”. Hasta allá bajaste, hasta los límites del abandono y de la desesperación, para desde allá rescatar al hombre, rescatarme a mí de las garras del infierno, de mis más íntimos miedos, de mis más ocultos complejos. Este es el precio de mi salvación, de mi rescate. ¡Demasiado alto para jugar con él! ¡Demasiado amor para continuar jugando con ello!
 
Y todo esto por mí, en lugar mío, para mí. Para demostrarme –con hechos- cuánto me quieres, cuánto valgo ante tus ojos y cuánto esperas de mí, Señor.

 Cuando así me has amado, la única pregunta válida es ésta: ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Aquí me tienes! Cuenta conmigo para lo que quieras. Te lo mereces. En verdad, algo menos de esto sería absurdo, vil tacañería, desesperante ceguera.
 
Ojalá que al contemplar tu cuerpo fláccido y desgarrado a jirones, tus manos retorcidas, tus pies amoratados, tu rostro deformado, tu sangre que no cesa de escapar desde todos tus poros y ha encharcado la base de tu cruz, yo no pueda contener el grito que escapó del pecho de S. Pablo: “la vida al presente la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.
 
Sí, Señor. Ahora puedes terminar de morir en paz. Todo está consumado.

 Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión… “los amó hasta el extremo”.
E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu.
 
Autor: P. Alfonso Pedroza LC | Fuente: Catholic.net

 (http://es.catholic.net/meditaciondehoy/)
 
Viernes Santo
 
En este día se rememora la muerte de Cristo crucificado. El Viernes Santo se recuerda el vía crucis, así se llama al camino que Jesús tuvo que recorrer llevando sobre sus hombros el madero en el cual iba a ser crucificado. Su muerte en la cruz y su sepultura. Constituye el núcleo central de la Semana Santa.
 
Es el ecuador de la Semana Santa, el día de los penitentes donde se hace palpable la solemnidad de la festividad. La calle es tomada por los penitentes que visten los capirotes y expían sus culpas en las procesiones.
 
Es el día del máximo dolor y de la muerte de Jesús. Día de riguroso luto y no se celebra misa, sino un rito de oración, es el único del año en que no se celebra para expresar el luto de la iglesia. Se lee la Pasión según san Juan, se reza por todas las causas en una continua ceremonia de arrodillarse y levantarse, y en el centro de la celebración está la solemne adoración de la Cruz, pero como ya hemos mencionado no es una misa, sino un rito de oración. La mañana de este día se dedica a prácticas piadosas como el Vía Crucis, la visita a los monumentos, las procesiones penitenciales.
 
Aparte de la celebración del Via Crucis, también se puede asistir al Sermón de las 7 palabras , llamado también De la bofetada, por recordarse en él los últimos momentos de la vida de Jesús, desde que lo juzga el Sanedrín y recibe la bofetada, hasta que muere en la cruz después de pronunciar su última palabra. En muchos pueblos, éste se escenifica por las calles, mientras un penitente representa a Jesús y sufre los castigos que a él se le infligieron cumpliendo así una promesa.
 
El sermón de las Siete Palabras
 
Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte.
 
Primera Palabra
 
“Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen”. (San Lucas 23, 24)
 
Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.
 
Segunda Palabra
 
“Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso”. (San Lucas 23,43)
 
Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido.
 
Tercera Palabra
 
“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre”. (San Juan 19, 26-27)
 
La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres. El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.
 
Cuarta Palabra
 
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (San Marcos 15, 34)
 
Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre. Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.
 
Quinta Palabra
 
“¡Tengo sed!” (San Juan 19, 28)
 
La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere. Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.
 
Sexta Palabra
 
“Todo está consumado”. (San Juan 19, 30)
 
Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.
 
Séptima Palabra
 
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. (San Lucas 23, 46)
 
Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre.

 Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.
Es el segundo gran día de las procesiones en que se vuelca el dolor por la muerte de Cristo y el dolor de su madre. Todas las procesiones que hoy desfilen estarán marcadas por la seriedad y sobriedad. Muchas de ellas con nombres como: Monte Calvario, El Sepulcro, El descendimiento…que no dejan duda de lo que hoy se conmemora.
 
Hoy veremos multitud de manifestaciones del calvario y la crucifixión de Cristo, las procesiones mantendrán un carácter sobrio y de luto a lo largo del día. Hoy no hay lugar para los pasos más alegres.
 
Entre las 3 y las 6 de la tarde, para hacerla coincidir con el momento en que se produjo la crucifixión y muerte de Cristo, se celebra un acto litúrgico para conmemorarlo. Los crucifijos están tapados con un velo morado hasta la hora de la crucifixión en que son descubiertos.
 
Hoy es el gran día de los penitentes, el día de las procesiones en que nuestros antepasados exhibían públicamente su condición de condenados e imploraban el perdón. Los penitentes cumplen las promesas más atrevidas que se hicieron en momento de desesperación. Van con la cara cubierta con sus capirotes. Muchos descalzos, algunos con cadenas, otros con una cruz a cuestas…
 
A diferencia de la Semana Santa de otros países la española no cuenta con las imágenes truculentas que podemos ver en algunas procesiones como las de Filipinas o en Méjico…los pasos de los penitentes son duros, pero no llegan en ningún momento a crucifixiones reales, ni a mostrar las espaldas heridas de los mismos, como hemos visto en otras celebraciones.
 
Los pasos se acompañan de los cantos desgarradores de las saetas, muchos actos se ajustan a las horas entre las 3 y las 6 de la tarde, supuesta hora en la que Jesús fallece. Se celebra la MADRUGÁ, en la que los cofrades se visten de negro para acompañar al Cristo.
 
Son las procesiones más sobrecogedoras: en absoluto silencio que permite oír el pisar de los pies, el arrastrar de cadenas, un silencio roto de vez en cuando por austeras y breves intervenciones de la banda de música, o por saetas desgarradas. Es el día más abundante en procesiones.
 
En Sevilla, en concreto, ciudad que utilizamos como referente de esta celebración, cuando las procesiones del jueves santo han regresado a las diferentes iglesias y parroquias comienza la espectacular MADRUGÁ. Para esta espectacular “madrugá” salen 6 pasos, en su mayoría vestidos de negro dando una sensación al ambiente difícil de explicar, hay que estar allí para saber lo que se siente, ya que aunque no se sea creyente, el turista queda contagiado por el fervor y la solemnidad que se vive en los actos del Viernes Santo.
 
Al ser el día más importante de toda la Semana no podemos apuntar ninguna procesión en concreto que ver…cualquiera de ellas nos ofrecerá una gran espectacularidad, es el día que no hay que perderse…los días vividos anteriormente nos preparan para explotar en este día supremo.
 
(http://www.semanasanta.info/viernes-santo)