04 noviembre, 2015

San Carlos Borromeo

 


¡Oh!, San Carlos Borromeo; vos, sois vos, el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, al pie de la letra cumplisteis
aquello que Jesús había dicho: “Quien ahorra su vida, la
pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará”. Y, la
verdad, que, así lo hicisteis y la ganasteis, porque, cada
segundo de la vuestra, por el Dios eterno, los disteis, con
prudencia actuando y, honor dando al significado de vuestro
nombre: “Hombre prudente”, pues en cada cosa que hicisteis,
dejasteis vuestro sello, quizás porque sois uno de los santos
más dados a la Iglesia y, sobre todo a vuestro pueblo, quien
os recuerda hasta hoy, como fuisteis. Gastasteis vuestra
santa vida por el progreso de nuestra religión. Ayudabais a
los desvalidos, necesitados y pobres. Almas por doquier
salvasteis, catequistas formando y fundando seminarios.
Todo ello, gracias a las reformas del santo Concilio de Trento,
imponiendo disciplina al clero y a los religiosos, sin preocuparos
de aquellos decires de quienes, renunciar a sus privilegios
no querían. Vuestro escudo llevaba un lema de una sola palabra:
“Humilitas”, humildad, pues erais noble y muy rico, os privabais
de todo y vivíais en contacto con el pueblo para sus necesidades
y confidencias ecuchar, pues os llamaban “padre de los pobres”,
y lo fuisteis en el sentido pleno de la palabra. Quizás por ello,
blanco fuisteis del atentado mientras en vuestra capilla rezabais
y, luego en el acto mismmo de aquél, vos, perdonasteis a vuestro
agresor. Así, erais, imitación pura y santa de Cristo. Y, Joven
aún, vuestra alma, por designios de Dios, voló al cielo, para
premiaros con corona eterna de luz, como justo premio a vuestra
entrega entera de amor y, os puso, al lado de vuestros amigos de
toda la vida: San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri,
San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino. ¡Qué Santos y amigos!
¡Oh!, San Carlos Borromeo, “vivo amor, Cruz, Pan, Cáliz y Luz”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Noviembre
San Carlos Borromeo
Cardenal Arzobispo de Milán

Martirologio Romano: Memoria de san Carlos Borromeo, obispo, que nombrado cardenal por su tío materno, el papa Pío IV, y elegido obispo de Milán, fue en esta sede un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, y para la formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de fomentar las costumbres cristianas y dio muchas normas para bien de los fieles.

Etimología: Carlos = Prudente y dotado de noble inteligencia, es de origen germánico
La gigantesca estatua que sus conciudadanos le dedicaron en Arona, sobre el Lago Mayor en el norte de Italia, expresa muy bien la gran estatura humana y espiritual de este santo activo, bienhechor y comprometido en todos los campos del apostolado cristiano.

Había nacido en 1538. Sobrino del Papa Pío IV, fue creado cardenal diácono cuando sólo tenía 21 años. El mismo Papa lo nombró secretario de Estado, siendo el primero que desempeñó este cargo en el sentido moderno. Aún permaneciendo en Roma para dirigir los asuntos, tuvo el privilegio de poder administrar desde lejos la arquidiócesis de Milán.

Cuando murió su hermano mayor, renunció definitivamente al título de conde y a la sucesión, y prefirió ser ordenado sacerdote y obispo a los 24 años de edad. Dos años después, muerto el Papa Pío IV, Carlos Borromeo dejó definitivamente Roma y fue recibido triunfalmente en la sede episcopal de Milán, en donde permaneció hasta la muerte, cuando tenía sólo 46 años.

En una diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria, Carlos estaba presente en todas partes. Su escudo llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad. No era una simple curiosidad heráldica, sino una elección precisa: él, noble y riquisimo, se privaba de todo y vivía en contacto con el pueblo para escuchar sus necesidades y confidencias. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra. Empleó todos sus bienes en la construcción de hospitales, hospicios y casas de formación para el clero.

Se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el concilio de Trento, del que fue uno de los principales actores. Animado por un sincero espíritu de reforma, impuso una rígida disciplina al clero y a los religiosos, sin preocuparse por las hostilidades que se iban formando en los que no querían renunciar a ciertos privilegios que brindaba la vida eclesiástica y religiosa. Fue blanco de un atentado mientras rezaba en la capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente a su atacante.

Durante la larga y terrible epidemia que estalló en 1576, viajó a todos los rincones de su diócesis. Empleó todas las energías y su caridad no conoció límites. Pero su robusta naturaleza tuvo que ceder ante el peso de tanta fatiga. Murió el 3 de noviembre de 1584. Fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.