¡Oh!, San Julio I, Papa, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y Papa, que, frente a los ataques arrianos,
custodiasteis valientemente la fe del Concilio de Nicea, a
san Atanasio defendisteis y reunisteis el Concilio de Sárdica.
Y, más tarde, canonizado antes de la creación de la Congregación
para la causa de los Santos, vuestro culto aprobado fue
por el Obispo de Roma. Lo que os distinguió, fue vuestra lucha
contra el arrianismo, que condenada como herejía, había sido
en el Concilio universal de Nicea. A la muerte del emperador
Constantino, los obispos que estaban en el destierro, como
Atanasio, vuelve a Alejandría, para ira de los arrianos, que
habían elegido a Pisto y así, nacen las intrigas y conflictos.
Vos, informado por las partes, decidisteis en favor de Atanasio.
El gran Atanasio, os envía las actas que condenan decididamente
el arrianismo. Ante todo esto, vos, convocáis el sínodo pedido
por los arrianos, al mismo, que ellos, no envían representantes.
Y, en otro sínodo arriano, a la muerte de Eusebio y sucedido
por Acacio, depone al gran Atanasio, nombrando a Gregorio de
Capadocia para Alejandría. Vos, acogisteis a los perseguidos y
depuestos obispos con Atanasio a la cabeza. Así, convocáis
al sínodo, al que se niegan a asistir los arrianos, habiendo
sido, ellos los que lo solicitaron. Entonces, declaráis inocente
a Atanasio y comunicáis a los obispos de Oriente el resultado y
con ello, mantenéis la autoridad de Roma. Los arrianos se rebelan
y realizan otro sínodo en Antioquía que reitera la condena a
Atanasio y se manifiestan antinicenos. Vos, convocáis un concilio
más universal, y con la ayuda de Constancio y Constante, hijos
de Constantino, muestran su apoyo a las decisiones del encuentro
de obispos arrianos y católicos, en Sárdica. Los arrianos llegan
antes y comienzan por su cuenta y reafirmando la exclusión
de Atanasio y los obispos católicos y luego, se niegan a tomar
parte en ninguna deliberación, no asistiendo al Concilio. Allí,
los “buenos”, declaran la inocencia de Atanasio, y haciendo
profesión de fe católica, excomulga a los arrianos. Y, vos, una
vez más en Roma recibisteis al campeón de la fe y la ortodoxia
católica: Atanasio, cuando os agradece vuestro apoyo en la verdad.
Vuestro papado, leal y valiente por defender la verdad católica,
y vuestra lealtad a la fe y la búsqueda de la justicia, contra
el arrianismo, contribuyó al fortalecimiento de la Sede Romana;
¡Oh!; San Julio I, “vivo defensor de la verdad católica y la justicia”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Abril
San Julio I
XXXV Papa
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de
Calepodio, en el tercer miliario de la vía Aurelia, sepultura del papa
san Julio I, quien, frente a los ataques de los arrianos, custodió
valientemente la fe del Concilio de Nicea, defendió a san Atanasio,
perseguido y exiliado, y reunió el Concilio de Sárdica. († 352)
Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de
los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del
clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que
tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue
canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los
Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Se conocen pocos datos de su vida anterior a la elección para Sumo
Pontífice el 6 de febrero del 337, muerto el papa Marcos y después de
ocho meses de sede vacante. El Liber Pontificalis nos dice que era
romano y que su padre se llamaba Rústico.
La primera de las actuaciones que deberá realizar -que le seguirá
luego por toda su vida- está directamente relacionada con la lucha
contra el arrianismo. Había sido condenada la herejía en el Concilio
universal de Nicea, en el 325; pero una definición dogmática no liquida
de modo automático un problema, cuando las personas implicadas están
vivas, se aferran a sus esquemas y están preñadas de otros intereses
menos confesables.
A la muerte del emperador Constantino, por decreto, pueden regresar a
sus respectivas diócesis los obispos que estaban en el destierro. Es el
caso de Atanasio que vuelve a su legítima sede de Alejandría con el
gozo de los eclesiásticos y del pueblo. Pero los arrianos habían elegido
para obispo de esa sede a Pisto y comienzan las intrigas y el
conflicto. El Papa Julio recibe la información de las dos partes y
decide el fin del pleito a favor de Atanasio.
Eusebio de Nicomedia, Patriarca proarriano con sede en
Constantinopla, envía una embajada a Roma solicitando del papa la
convocatoria de un sínodo. Por su parte, Atanasio -recuperadas ya sus
facultades de gobierno- ha reunido un importante sínodo y manda al papa
las actas que condenan decididamente el arrianismo y una más explícita
profesión de fe católica.
Julio I, informado por ambas partes, convoca el sínodo pedido por los
arrianos. Pero estos no envían representantes y siguen cometiendo
tropelías.
Muere Eusebio y le sucede Acacio en la línea del arrianismo. Otro
sínodo arriano vuelve a deponer a Atanasio y nombra a Gregorio de
Capadocia para Alejandría.
El papa recoge en Roma a los nuevamente perseguidos y depuestos
obispos con Atanasio a la cabeza. Como los representantes arrianos
siguen sin comparecer, Julio I envía pacientemente a los presbíteros
Elpidio y Filoxeno con un resultado nulo en la gestión porque los
arrianos siguen rechazando la cita que pidieron.
En el año 341 se lleva a cabo la convocatoria del sínodo al que no
quieren asistir los arrianos por más que fueron ellos los que lo
solicitaron; ahora son considerados por el papa como rebeldes. En esta
reunión de obispos se declara solemnemente la inocencia de Atanasio; el
papa manda una encíclica a los obispos de Oriente comunicando el
resultado y añade paternalmente algunas amonestaciones, al tiempo que
mantiene con claridad la primacía y autoridad de la Sede Romana.
Los arrianos se muestran rebeldes y revueltos; en el mismo año 341
reúnen otro sínodo en Antioquía que reitera la condena a Atanasio y en
el que se manifiestan antinicenos.
Estando así las cosas, el papa Julio I decide convocar un concilio
más universal. En este momento se da la posibilidad de contar con la
ayuda de Constancio y Constante -hijos de Constantino y ahora
emperadores- que se muestran propicios a apoyar las decisiones del
encuentro de obispos arrianos y católicos. El lugar designado es
Sárdica; el año, el 343; el presidente, el español -consejero del
emperador- Osio, obispo de Córdoba. El papa envía también por su parte
legados que le representen.
Pero se complican las cosas. Los obispos orientales arrianos llegan
antes y comienzan por su cuenta renovando la exclusión de Atanasio y
demás obispos orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados que
dan legitimidad al congreso, se niegan a tomar parte en ninguna
deliberación, apartándose del Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo
en Philipópolis, haciendo allí otra nueva profesión de fe y renovando
la condenación de Atanasio. El bloque compacto de obispos occidentales
sigue reunido con Osio y los legados.
Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de Atanasio,
lo repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a los
intrusos rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza
de la fe de Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.
Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan perseguido
campeón de la fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a
agradecer al primero de todos los obispos del orbe su apoyo en la
verdad, antes de volver a Alejandría.
Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales y de Egipto.
En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no exento de
muchas preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La
lealtad a la fe y la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de
los hechos fueron sus ejes en toda la controversia posnicena contra el
arrianismo. Su paciente gobierno contribuyó a la clarificación de la
ortodoxia fortaleciendo la primacía y autoridad de la Sede Romana.