23 marzo, 2013

Santa Rebeca



Oh, Santa Rebeca, vos sois la hija
del Dios de la vida, y, su amada santa
que, además honor hicisteis al significado
de vuestro nombre: “vencedora por su
belleza”. Humilde, como erais, todo
dejasteis e hicisteis de sirvienta.
Bella erais, pero más vuestra alma
que, juego hacían con vuestro carácter,
vuestra melodiosa voz, y el de, dueña
ser, de una vida espiritual singular.
Os negasteis a vuestros esponsales
porque amabais más, la monástica vida
Y, así fue. Las montañas del Líbano
saben de vos y de vuestras enseñanzas
Confiasteis en Dios, siempre, y así,
pudisteis superar dolores y muertes.
Bajo vuestro hábito, salvasteis a un
niño, a costa de vuestra propia vida.
Os unisteis a la Congregación de las
Madres Libanesas Maronitas, que, de
vuestro agrado fue, y os quedasteis
hasta el final de vuestros días, y,
aunque, ciega y paralítica, dabais
a Dios gracias, por aquellas pruebas.
Jamás, la luz de vuestro bello rostro,
dejó su brillo, mucho menos el de
vuestra alma, que recogida fue por
el Señor, para premiada ser de luz;
oh, Santa Rebeca, “belleza de Dios”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Marzo
Santa Rebeca
1832 – † 1914


Rebeca significa “vencedora por su belleza” y viene de la lengua hebrea. Esta joven nació en Himalaya el 29 de junio de 1832. Era hija única. Su madre murió cuando rebeca tenía apenas 6 años. Su padre quedó sin trabajo, y ella se fue de sirvienta a una familia de Damasco aunque de origen libanés. Después de cuatro años volvió a casa. Su padre se había casado de nuevo.



Rebeca tenía entonces 15 años. Era bella, de buen carácter y de una voz melodiosa, de una religiosidad profunda y humilde. Su tía materna quería que se casara con su hijo. Hubo riñas en la familia porque ella se negó. En el fondo de su alma soñaba con hacerse monja. En 1856 hizo sus votos religiosos. A los dos años, la enviaron al seminario de los jesuitas como cocinera. Aprovechó no obstante sus momentos libres parta profundizar en el estudio de la lengua árabe.



Después anduvo por muchas escuelas de la montaña libanesa enseñando el catecismo. Hubo revueltas políticas. Ella, confiando en Dios, superó los instantes en que vio morir a personas. Salvó a un niño bajo su hábito.


Marchó después al convento de la Congregación de las Madres Libanesas Maronitas (1871-1914). Tanto le gustó esta Congregación, que se quedó en ella. Cayó enferma y la enviaron a Beirut para que se curase. Se alivió su dolor por algún tiempo. Para probar su santidad, tuvo las pruebas de su ceguera y parálisis.

Nunca, sin embargo, perdió la luz de su bello rostro. Llena de méritos y ante la admiración de todos, murió el 23 de marzo de 1914. Juan Pablo II la declaró santa el diez de junio del 2001.