¡Oh!; Santa Luisa de Marillac, vos, sois la hija del Dios
de la vida, su amada santa, y que, desde pequeña sentisteis
deseos de haceros religiosa, pero admitida no fuisteis,
por ello un sacerdote os dijo: “Probablemente, Nuestro
Señor te ha destinado a formar un hogar”. Y no se equivocó.
Vuestros biógrafos escribieron vos así: “Luisa fue un modelo
de esposa. Con su bondad y amabilidad logró transformar a
su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo que en su
casa todos rezaran en común las oraciones de cada día”.
Cuando viuda quedasteis, dijisteis: “Ya he servido bastante
tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a
Dios”. Pero, en verdad, vos no cometisteis ningún mortal
pecado en toda vuestra vida y quienes dirigían vuestra vida
espiritual como San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl,
así lo confirman. Con el segundo, trabajasteis por treinta
años, siendo vos, su fiel discípula y servidora. “Vaya
en nombre del Señor. Que Dios la acompañe. Que El sea su
fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades”. Os
dijo San Vicente, cuando a cargo de sus tareas quedasteis.
Visitabais a los enfermos, instruías a los ignorantes y
repartíais ayuda a los pobres con entusiasmo, bondad y
alegría. Votos de pobreza, castidad y obediencia, hicisteis
con cuatro amigas, naciendo así, la comunidad femenina
de las “Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad”. Y, San
Vicente os hizo este reglamento: “Por monasterio tendrán
las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada.
Por claustro tendrán las calles donde hay pobres que socorrer.
Su límite de acción será la obediencia. Puerta y muro de
defensa será el temor de ofender a Dios. El velo protector
será la modestia o castidad”. Y, así, reunísteis a mendigos
y los posisteis a trabajar. Las mujeres hilaban y cosían,
los hombres hacían manualidades, hasta lograr convertirse
en personas útiles, pues la alegría, el trabajo y Dios,
reinaban en aquél asilo. Los enfermos mentales, recibían
de vos, mucho amor, alimentación y medicinas adecuadas,
logrando su recuperación. San Vicente, no pudo asistiros
en la hora de vuestra muerte, pues él, enfermo se hallaba,
pero, os envió una nota que decía así: “Usted se va adelante
hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos
volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió. Voló vuestra
alma al cielo, para coronada ser con corona de luz como justo
premio a vuestra entrega grande de amor. Santa Patrona
de todos los asistentes sociales del orbe de la tierra;
¡oh!; Santa Luisa de Marillac, “vivo amor y fe de Cristo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de Marzo
Santa Luisa de Marillac
Fundadora de las Hermanas Vicentinas
(año 1660)
Nació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años,
sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud,
y su débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo:
“Probablemente, Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar”. Se
casó entonces con Antonio Le Grass, secretario de la reina de Francia,
María de Médicis.
Dicen sus biógrafos: “Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y
amabilidad logró transformar a su esposo que era duro y violento, y
hasta obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones de cada
día”.
Dios le concedió un hijo, al cuál amó de tal manera que San Vicente
le escribió diciéndole: “Jamás he visto una madre tan madre como usted”.
Y en otra carta le dice el santo: “Que felicidad nos debe traer el
pensar que somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto
muchísimo más grande que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo
no he visto en ninguna otra madre un amor tan grande por el propio hijo,
como el que Usted tiene hacia el suyo”.
A los 34 años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. “Ya he
servido bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir
a Dios”. Claro está que en la vida “mundana” que había tenido se había
comportado tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo
en afirmar que lo más probable es que ella no cometió ni siquiera un
solo pecado mortal en toda su vida.
Esta santa mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores
espirituales a dos santos muy famosos y extraordinariamente guías de
almas: San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con San Francisco
de Sales tuvo frecuentes conversaciones espirituales en París en 1618
(tres años antes de la muerte del santo) y con San Vicente de Paúl
trabajó por treinta años, siendo su más fiel y perfecta discípula y
servidora.
San Vicente de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a
ayudar a los pobres, atender a los enfermos e instruir a los
ignorantes. Estos grupos de caridad existían en los numerosos sitios en
donde San Vicente había predicado misiones, pero sucedía que cuando el
santo se alejaba los grupos disminuían su fervor y su entusiasmo. Se
necesitaba alguien que los coordinara y los animara. Y esa persona
providencial iba a ser Santa Luisa de Marillac.
Cuando Luisa se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de
caridad, el santo se entusiasmó y le escribió diciendo: “Vaya en nombre
del Señor. Que Dios la acompañe. Que El sea su fuerza en el trabajo y su
consuelo en las dificultades”.
En aquellos tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los
caminos eran largos, las comidas malas, y los alojamientos incómodos. La
santa tenía una constitución muy débil, pero San Vicente exclamaba: “Su
salud es poca, sus tribulaciones son muchas y su actividad es
infatigable. Pero sólo Dios sabe la fuerza de ánimo y de voluntad que
esta mujer tiene”.
Dicen sus biógrafos que Luisa recorría el país visitando las
asociaciones de caridad y que levaba siempre gran cantidad de ropas y
medicinas para regalar y que casi todo lo compraba con dinero que ella
misma por sus propios esfuerzos había conseguido.
Apenas llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la
caridad, les recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes
formaban parte de aquella asociación, las entusiasmaba con sus
recomendaciones y se esforzaba por conseguir nuevas socias. Ella misma
visitaba a los enfermos e instruía a los ignorantes y repartía ayuda a
los pobres, y esto lo hacía con tal entusiasmo y tan grande bondad, que
cuando marchaba de ahí, quedaba todo renovado y rejuvenecido.
La familia Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó
en desgracia del rey Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros
fueron a la cárcel. Luisa, aunque sufría mucho a causa de esto, no
permitía que nadie hablara mal en su presencia contra el rey, y su
primer ministro Richelieu que tanto los habían hecho padecer.
En 1633, el 25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de
pobreza, castidad y obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la
más grande comunidad femenina que existe, las Hermanas Vicentinas,
Hijas de la Caridad.
San Vicente les hizo este reglamento: “Por monasterio tendrán las
casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro
tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción
será la obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a
Dios. El velo protector será la modestia o castidad”
En aquellos años de 1633, Francia estaba pasando por una situación
dificilísima de guerras, miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces
cuando guiadas por el incansable San Vicente de Paúl, las Hijas de la
Caridad se dedicaron a colaborar en todos los frentes posibles, para
socorrer a los más necesitados.
Santa Luisa consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros
y los ponía a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a
hacer diversas obras manuales. Así los fue transformando en personas
útiles a la sociedad. La alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso
asilo ocupado por la mayoría de los mendigos de París. Y las Vicentinas
los atendían con exquisita caridad.
Consiguió otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y
a base de una buena alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con
sus religiosas los atendía esmeradísimamente, y lograba en muchísimos
casos su recuperación.
En 1655, el Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva
Comunidad. Y San Vicente reúne a sus religiosas y les dice: “De hoy en
adelante llevarán siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven
este título que es el más hermoso que puedan tener”.
De Santa Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de
Santa Teresa: “Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer
cómo fueron las religiosas que ella formó y las obras que escribió“. Las
religiosas formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y
alma y por toda la vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus
escritos causan asombro al considerar de dónde sacó tiempo para
escribir centenares de cartas con consejos muy prácticos y provechosos, y
para resumir las numerosas conferencias que dictaba San Vicente,
copiarlas y hacerlas circular, y para hacer extractos de las
meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba el Santo, y
formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de una
actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e ignorantes.
Trece años antes de que ella muriera, dijo San Vicente: “La hermana
Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez
años. Al verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está
su cuerpo y tan pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja
sin dejarse vencer por el cansancio”.
San Vicente no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la
muerte porque el se hallaba también muy enfermo pero le escribió una
nota diciéndole: “Usted se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la
seguiré muy pronto, y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió.
El 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y
la gangrena de un brazo murió santamente, dejando fundada y muy
extendida la más grande comunidad de religiosas. (San Vicente murió el
27 de Septiembre de ese mismo año).
Las 33,000 religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de
3,300 casas en el mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora,
en París, allí mismo sucedieron las apariciones de la Virgen de la
Medalla Milagrosa a la vicentina Santa Catalina Labouré. Las religiosas
fundadas por Santa Luisa se dedican exclusivamente a obras de caridad.
El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo
Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.