Oh, San Dámaso vos sois, el hijo
del Dios de la vida y su amado santo
que, y que tuvisteis como secretario
a San Jerónimo, y que, humilde como
erais, os sentisteis maravillado por
el obrar de tantos santos y mártires,
que sus vidas dieron por la causa
de Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro.
Quizás por ello, vos mismo, sus epitafios
redactasteis en cada una de sus tumbas,
para que, sus vidas, conocidas fueran
por siempre en los cientos de miles
de hombres que clamaron y claman hoy,
y por siempre, sus intercesiones. Y,
para vos, más y mayor manjar, no existió
jamás, que, la lectura del Libro Sagrado,
donde sabiduría bebisteis y que diseminasteis
en cada palabra que, de vuestro corazón
salía, en cada evangelizador sermón.
A vos también os pertenecen la santa
oración que dice: “Gloria al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo, como era
en un principio, ahora y siempre por
los siglos de los siglos. Amén”. Y,
también aquella bellísima reflexión
que dice: “Yo, Dámaso, hubiera querido
ser sepultado junto a las tumbas de los
santos, pero tuve miedo de ofender su
santo recuerdo. Espero que Jesucristo
que resucitó a Lázaro, me resucite
también a mí en el último día”. Palabras,
que brillaron y brillarán en la fe
del hombre que ama a Dios. Por todo ello,
corona de luz recibisteis, que imperecedera
brilla, como premio justo a vuestro amor;
oh, San Dámaso; “domador”, amor y luz.
© 2013by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Diciembre
San Dámaso I
Pontífice
Año 384
Que San Dámaso y su secretario San Jerónimo nos consigan del buen Dios la gracia de amar, meditar y hacer amar y meditar mucho la S. Biblia. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Este Pontífice se hizo famoso por haber redactado y hecho grabar los epitafios o lápidas en los sepulcros de muchos famosos mártires de las catacumbas de Roma.
Era de familia española. Fue secretario de los Pontífices, San Liberio y San Félix, y al ser elegido Papa, en el año 366, hizo honor a su nombre, que significa “domador”, porque tuvo que sofocar una sangrienta rebelión que en Roma se levantó contra él.
Tuvo como secretario al gran San Jerónimo, al cual le encargó que tradujera la S. Biblia al idioma popular, y esta traducción llamada “La Vulgata”, fue la que empleó la Iglesia Católica durante 15 siglos.
San Jerónimo dice de él: “era un hombre puro, que fue elegido para dirigir a una Iglesia que debe ser pura”. Sus epitafios sobre las tumbas de los mártires en las catacumbas (o subterráneos de Roma) se han conservado muy bien, y de varios santos lo único que sabemos se debe a lo que él escribió sobre sus tumbas. Así por ej. de San Tarcisio, el mártir de la Eucaristía, etc. Era excelente poeta.
San Dámaso redactó su propio epitafio así: “Yo, Dámaso, hubiera querido ser sepultado junto a las tumbas de los santos, pero tuve miedo de ofender su santo recuerdo. Espero que Jesucristo que resucitó a Lázaro, me resucite también a mí en el último día”.
Desde muy joven, su lectura preferida fue la S. Biblia, y decía que el manjar más exquisito que había encontrado en toda su vida era la Palabra de Dios.
Dicen que él fue el que introdujo en las oraciones de los católicos el “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén”.
Durante todo su pontificado se preocupó por obtener que los obispos de todas las naciones reconocieran al Pontífice de Roma como el obispo más importante del mundo.
A la edad de ochenta años murió el 11 de diciembre del año 384 y fue sepultado en la tumba que él mismo se había preparado humildemente, alejado de las tumbas de los santos famosos de Roma. Después construyeron sobre su sepulcro la basílica llamada San Dámaso.