¡Oh! Santa María Reina
Reina de los Ángeles
Reina de los Patriarcas
Reina de los Profetas
Reina de los Apóstoles
Reina de los Mártires
Reina de los Confesores
Reina de las Vírgenes
Reina de todos los Santos
Reina concebida sin Pecado Original
Reina subida al cielo en Cuerpo y Alma
Reina del Santísimo Rosario
Reina de la Familia
Reina de la Paz
Reina del Universo
¡Oh! Santa María Reina
Reina de los Ángeles
Reina de los Patriarcas
Reina de los Profetas
Reina de los Apóstoles
Reina de los Mártires
Reina de los Confesores
Reina de las Vírgenes
Reina de todos los Santos
Reina concebida sin Pecado Original
Reina subida al cielo en Cuerpo y Alma
Reina del Santísimo Rosario
Reina de la Familia
Reina de la Paz
Reina del Universo
¡Oh! Santa María Reina
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Agosto
Santa María Reina
“La Virgen Inmaculada, asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de
que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y
vencedor del pecado y de la muerte”.
(Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).
(Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).
El pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural,
siempre reconoció la regia dignidad de la Madre del “Rey de reyes y
Señor de señores”. Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de
ese reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los
esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la liturgia.
Al ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las
gracias, prescas y títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de
todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina
poderosa como Madre cariñosa, asociada como se halla en la obra
redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las gracias.
Quiere la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a
Dios los singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia
el Reino de Cristo, de donde fluye también el reinado universal de
María.
Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora
en la octava de la Asunción, para manifestar claramente la conexión que
existe entre la realeza de María y su asunción a los cielos. La piedad
del medievo fue la que comenzó en Occidente a saludar con el título de
Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios, invocándola con las palabras:
Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos
has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos
que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos
en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Salve
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y
esperanza nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de
Eva; a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos; y después de este destierro múestranos a Jesús, fruto
bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen
María!
V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
Jesuscristo. Amén.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
Jesuscristo. Amén.
Himno
Reina y Madre, Virgen pura,
que sol y cielo pisáis,
a vos sola no alcanzó
la triste herencia de Adán.
¿Cómo en vos, Reina de todos,
si llena de gracia estáis,
pudo caber igual parte
de la culpa original?
que sol y cielo pisáis,
a vos sola no alcanzó
la triste herencia de Adán.
¿Cómo en vos, Reina de todos,
si llena de gracia estáis,
pudo caber igual parte
de la culpa original?
De toda mancha estáis libre:
¿y quién pudo imaginar
que vino a faltar la gracia
en donde la gracia está?
Si los hijos de sus padres
Toman el fuero en que están,
¿cómo pudo ser cautiva
quien dio a luz la libertad? Amén.
¿y quién pudo imaginar
que vino a faltar la gracia
en donde la gracia está?
Si los hijos de sus padres
Toman el fuero en que están,
¿cómo pudo ser cautiva
quien dio a luz la libertad? Amén.
ORACIÓN
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la
Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión,
alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.Reina
dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y
salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/María_Reina.htm)
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/María_Reina.htm)
22 de agosto Catequesis de S.S. Juan Pablo II
Audiencia General de los Miércoles
23 de julio de 1997
1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio,
después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la
gloria del cielo», explica que fue «elevada (…) por el Señor como Reina
del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los
señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen
gentium, 59).
En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el
concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a
María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento
ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las
criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada
persona y de todo el mundo.
Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece
este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la
Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres
bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi
Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa
espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi
Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que
atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre
del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las
criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).
2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a
la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica
como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su
cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto
litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría
junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634).
Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a
comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no
sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es
reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada
como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del
género humano (MS 46 [1954] 635).
En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el
Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc
16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios»
significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del
Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María
es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino,
participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.
Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de
María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que
posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por
su Hijo mismo.
3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su
realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa
simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.
Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío
XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen:
«Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra
salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud.
Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada
por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía
celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro
Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas
maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46
[1954] 636-637).
4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto
no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono
filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.
Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser
plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a
la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que
piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y
hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María,
añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y
de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas,
cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que
le pides» (Hom 1: PG 98, 348).
5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena
comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros:
está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en
nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú
moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por
nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98,
344).
Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado
glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce
todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor
materno en las pruebas de la vida.
Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra
de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue
concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre
todo, la vida y el amor de Cristo.