En el Templo con la Profetisa Ana Adviento
María presenta su hijo a Dios y a nosotros. Es esa la mayor riqueza que la vida en familia encierra.
Por: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la
tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven había vivido siete
años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del
templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño,
se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que
aguardaban la liberación de Israel.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley
del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba
creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios
estaba con él.
Oración introductoria
Padre Santo, mi relación contigo se basa en la fe, que me permite
percibir lo que mis sentidos no pueden. Por ella, sé que estás ahora
aquí porque, humildemente, te he invocado. Espero y confío en tu
misericordia, me abandono en tu Providencia, sé que por tu amor,
encontraré en Ti la paz que busco.
Jesús, envía al Espíritu Santo para que guíe esta oración. Que sepa
guardar ese silencio que me permita poder escuchar lo que hoy me quieres
decir, para que así, hoy, pueda ser en mi familia apóstol de tu amor.
Ana, a pesar de su avanzada edad, cobró nuevas fuerzas y se puso a
hablar a todos del Niño. Es una hermosa estampa: dos jóvenes padres y
dos personas ancianas, reunidas por Jesús. ¡Realmente Jesús hace que
generaciones diferentes se encuentren y se unan! Él es la fuente
inagotable de ese amor que vence todo egoísmo, toda soledad, toda
tristeza. En su camino familiar, ustedes comparten tantos momentos
inolvidables: las comidas, el descanso, las tareas de la casa, la
diversión, la oración, las excursiones y peregrinaciones, la solidaridad
con los necesitados… Sin embargo, si falta el amor, falta la alegría, y
el amor auténtico nos lo da Jesús: Él nos ofrece su Palabra, que
ilumina nuestro camino.» (Papa Francisco, 2 de febrero de 2014)
Reflexión
Como que resumiendo todo el período de la infancia de Jesús, se nos
dice que Él estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc
2,51-52). Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la
condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin
aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía
sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad (cf. Catecismo de la
Iglesia Cátolica, n. 531). No siempre recordamos esto, pero lo que más
distinguió a Jesús fue su vida familiar. En cambio, a menudo
consideramos sólo su vida pública.
Si Jesucristo nos ha redimido tanto con su vida oculta de Nazaret
como con sus escasos tres años de predicador itinerante, entonces, los
30 años que pasaba detrás del portal de la casa sencilla de Nazaret no
fueron menos fecundos. Lo manifiesta también la frase del Evangelio: “El
niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de
Dios estaba sobre él.”
Ciertamente, el propósito común de María y José fue el de
proporcionar una esmerada educación a Jesús y Él la asimiló con la
actitud más confiada, diligente y sumisa que jamás ha tenido un hijo.
María y José vieron cómo su inteligencia y su voluntad humanas se iban
despertando, desarrollando y fortificando. Por otro lado, no sólo habrán
buscado trasmitirle un gran número de conocimientos acerca de las
costumbres y tradiciones del pueblo judío, sino sobre todo el mundo de
valores y de ideales que los animaba, donde Dios lo era todo. Así habrán
compartido muchas veces los mismos sentimientos, afectos e intereses.
Es esa la mayor riqueza que la vida en familia encierra. Sorprende,
con qué eficacia se va trasmitiendo, casi irradiando hacia los demás.
Quizá por eso la profetiza Ana se sintió atraída hacia esta familia. Es
hermoso pensar que la Virgen María en persona le habrá contado a San
Lucas todos estos detalles acerca de la niñez de Jesús. ¿Quién más lo
podría haber hecho?
Al presentarse un conflicto, seré el primero en ofrecer una disculpa o proponer una solución para construir la unidad, en mi casa o lugar de trabajo.
(http://www.es.catholic.net/op/articulos/37132/en-el-templo-con-la-profetisa-ana.html)