Oh, Santos Fundadores; Alejo,
Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé,
Gerardino y Juan; vosotros, sois
los hijos del Dios de la vida, y
sus amados santos que, todos a
la mundana vida renunciasteis, por
el grande amor a Nuestra Señora
atraidos, y, tan luego lo hicisteis,
os despojasteis también de vuestras
terrenas pertenencias, dándosela
a los pobres de vuestro tiempo. Y,
así, liberados de vuestras cargas, os
dedicasteis, a una santidad de vida
de oración y penitencia constante,
todo, bajo el amparo divino de
María, Santa Madre de Nuestro
Redentor, llamándoos por ello, los
“Siervos de María”. Así, uno a uno
entregando fuisteis vuestra vida al
eterno Padre, para coronados ser,
con corona de luz, que no marchita,
“siervos de María por la eternidad”;
oh, Santos Fundadores, “Servitas”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de Febrero
Los siete santos fundadores
(año 1233)
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia, Italia. Sus
nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María, que había en
Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de que debían abandonar lo
mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron sus bienes, repartieron el
dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a rezar y a hacer penitencia.
La idea de irse a la montaña a santificarse, les llegó el 15 de agosto, fiesta
de la Asunción de la Sma. Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre,
día del nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la
devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus angustias.
A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a convertirse de sus miserias
espirituales y que bendijera misericordiosamente sus buenos propósitos. Y
dispusieron llamarse “Siervos de María” o “Servitas”.
En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración,
pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice,
el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas,
y que más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se
pusieran a predicar y a propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se
ordenaron de sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso
permanecer siempre como simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Sma. Virgen María la inspiración de adoptar
como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser
muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella
los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y
pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener
cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos
evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino
de la santidad.
Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les
conseguía maravillosos favores de Dios. El más anciano de ellos fue nombrado
superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su ancianidad
y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana,
mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe
Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y
quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores,
Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus
discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de
San Lucas: “Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!” (Lc. 23, 46). El Padre Juan al decir estas palabras
cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho
entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con
fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al
morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios
religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y
subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una
grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente
se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a
lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al
Monte Senario para una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy
fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados
recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los
inmensos beneficios que les había concedido durante toda su vida. Rendidos de
cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior,
San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a
llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana
supo la noticia de que los dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y
se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el
Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y
que en tan santa amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos
buenísimos hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años.
De él dijo uno que lo conoció: “Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía
uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la
historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a
todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis
compañeros”. El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.
Petición
Que estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra devoción a
la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a la Madre de
Dios.
Recuerda la historia de los padres antiguos. ¿quién
confió en Dios y fue abandonado por Él? (S. Biblia. Eclesiástico).