¡Oh!, Santa Catalina Labouré, vos, sois la hija del Dios de la Vida,
su amada santa y a quien la Virgen María, os encargó que hicieseis
la “Medalla Milagrosa”. Huérfana de madre, os encomendasteis a Ella,
para que os sirviera de “madre”, y Ella, os trajo a su regazo materno.
Las tareas de casa os impidieron leer y escribir y, pedisteis a
vuestro padre que os permitiera iros de religiosa a un convento
pero él, no os lo permitió. Entonces, vos, pedísteis a Nuestro
Señor, que os concediera vuestras súplicas: ¡Ser religiosa! Y, una
noche en sueños visteis a un anciano sacerdote que os decía: “Un
día me ayudarás a cuidar a los enfermos”. Y, por fin, a los veinte
y cuatro años, vuestro padre, os dejó visitar a vuestra hermana
religiosa, y en la sala del convento visteis allí el retrato el
retrato de San Vicente de Paúl y os disteis cuenta de que ese era
el “anciano” que habíais visto en sueños, y desde ese día fuisteis
“hermana vicentina” y aceptada en la comunidad. Allí tuvisteis una
serie de apariciones: En la primera, una noche en vuestro dormitorio,
un niño hermoso, os invitó a ir a la capilla, y os llevó ante
la imagen de la Virgen María, y os comunicó cosas que sucederían
en la Iglesia Católica, recomendándoos que el mes de Mayo, fuera
celebrado con mayor fervor en Su Honor. En la segunda, estando
en la capilla, visteis que María, se os aparecía resplandeciente
y derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra
y os encomendó que hicierais una imagen de Ella, tal y como
se os había aparecido, en una medalla que tuviera por un lado sus
iniciales y una cruz, con esta frase: “Oh María, sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, con promesas de ayuda
para quienes la llevasen y rezaren esa oración. Vos, contasteis a
vuestro confesor lo sucedido, pero él no os creyó, pero, sabiendo
de que erais muy santa, se fue donde el Arzobispo, quien autorizó
que se hicieran las medallas, y entonces, empezaron los milagros,
y favores, y todo el mundo comenzó a pedir y usar la medalla, como
el emperador de Francia y sus empleados. Vos, le preguntasteis a
María, por los rayos luminosos que salen de sus manos y el por qué
algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Y, Ella os
dijo: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos
favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se
quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden”. Y añadió:
“Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se
piden”. Vos, después de las apariciones de María, vivisteis el resto
de vuestros días, como una cenicienta desconocida de todos. El
Padre Aladel, publicó un librito narrando lo que la Santísima Virgen
había venido a decir y prometer, pero, sin revelar el nombre
de la “monjita” que había recibido estos mensajes, porque vos,
le habíais hecho prometer que no diríais a quién se le había
aparecido. Y, vos, seguíais en el convento barriendo, lavando,
cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde
e ignorada de todas las hermanitas, recibiendo a diario, maltratos
y humillaciones. Ocho meses antes de vuestra muerte, y fallecido
vuestro confesor, vos, le contasteis a vuestra nueva superiora
todas las apariciones, y así, se supo quién era la afortunada que
había visto y oído a la Virgen. Cuando voló vuestra alma al cielo,
todo el pueblo se volcó a vuestros funerales. Y, hoy, estáis toda
coronada de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe. Pío
Doce, Papa, os declaró santa y con ello, confirmó, lo que vos,
contasteis sobre la Santísima Virgen María, Santa Madre de Dios;
¡Oh!,Santa Catalina Labouré, “viva hija obediente de María Santísmima”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado____________________________________
28 de Noviembre
Santa Catalina Labouré
Religiosa
Año 1876
su amada santa y a quien la Virgen María, os encargó que hicieseis
la “Medalla Milagrosa”. Huérfana de madre, os encomendasteis a Ella,
para que os sirviera de “madre”, y Ella, os trajo a su regazo materno.
Las tareas de casa os impidieron leer y escribir y, pedisteis a
vuestro padre que os permitiera iros de religiosa a un convento
pero él, no os lo permitió. Entonces, vos, pedísteis a Nuestro
Señor, que os concediera vuestras súplicas: ¡Ser religiosa! Y, una
noche en sueños visteis a un anciano sacerdote que os decía: “Un
día me ayudarás a cuidar a los enfermos”. Y, por fin, a los veinte
y cuatro años, vuestro padre, os dejó visitar a vuestra hermana
religiosa, y en la sala del convento visteis allí el retrato el
retrato de San Vicente de Paúl y os disteis cuenta de que ese era
el “anciano” que habíais visto en sueños, y desde ese día fuisteis
“hermana vicentina” y aceptada en la comunidad. Allí tuvisteis una
serie de apariciones: En la primera, una noche en vuestro dormitorio,
un niño hermoso, os invitó a ir a la capilla, y os llevó ante
la imagen de la Virgen María, y os comunicó cosas que sucederían
en la Iglesia Católica, recomendándoos que el mes de Mayo, fuera
celebrado con mayor fervor en Su Honor. En la segunda, estando
en la capilla, visteis que María, se os aparecía resplandeciente
y derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra
y os encomendó que hicierais una imagen de Ella, tal y como
se os había aparecido, en una medalla que tuviera por un lado sus
iniciales y una cruz, con esta frase: “Oh María, sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, con promesas de ayuda
para quienes la llevasen y rezaren esa oración. Vos, contasteis a
vuestro confesor lo sucedido, pero él no os creyó, pero, sabiendo
de que erais muy santa, se fue donde el Arzobispo, quien autorizó
que se hicieran las medallas, y entonces, empezaron los milagros,
y favores, y todo el mundo comenzó a pedir y usar la medalla, como
el emperador de Francia y sus empleados. Vos, le preguntasteis a
María, por los rayos luminosos que salen de sus manos y el por qué
algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Y, Ella os
dijo: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos
favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se
quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden”. Y añadió:
“Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se
piden”. Vos, después de las apariciones de María, vivisteis el resto
de vuestros días, como una cenicienta desconocida de todos. El
Padre Aladel, publicó un librito narrando lo que la Santísima Virgen
había venido a decir y prometer, pero, sin revelar el nombre
de la “monjita” que había recibido estos mensajes, porque vos,
le habíais hecho prometer que no diríais a quién se le había
aparecido. Y, vos, seguíais en el convento barriendo, lavando,
cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde
e ignorada de todas las hermanitas, recibiendo a diario, maltratos
y humillaciones. Ocho meses antes de vuestra muerte, y fallecido
vuestro confesor, vos, le contasteis a vuestra nueva superiora
todas las apariciones, y así, se supo quién era la afortunada que
había visto y oído a la Virgen. Cuando voló vuestra alma al cielo,
todo el pueblo se volcó a vuestros funerales. Y, hoy, estáis toda
coronada de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe. Pío
Doce, Papa, os declaró santa y con ello, confirmó, lo que vos,
contasteis sobre la Santísima Virgen María, Santa Madre de Dios;
¡Oh!,Santa Catalina Labouré, “viva hija obediente de María Santísmima”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado____________________________________
28 de Noviembre
Santa Catalina Labouré
Religiosa
Año 1876
“Oh María sin pecado concebida: Ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.
Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar
huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le
sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.
Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que
quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la
casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.
A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a
un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios
de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le
concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en
sueños a un anciano sacerdote que le decía: “Un día me ayudarás a cuidar
a los enfermos”. La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para
siempre en la memoria.
Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la
hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el
retrato de San Vicente de Paúl y se dió cuenta de que ese era el
sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a
cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y
tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.
Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han
hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el
dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo
siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima.
Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a
suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera
celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó
siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.
Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830.
Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se
le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos
rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de
Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una
medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una
cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros
que recurrimos a Ti”. Y le prometió ayudas muy especiales para quienes
lleven esta medalla y recen esa oración.
Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó.
Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era
sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso.
El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y
entonces empezaron los milagros.
Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la
medalla con devoción y rezaban la oración “Oh María sin pecado
concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, conseguían favores
formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla.
Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.
En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este
hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la
Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un
sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como
creyente católico.
Catalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos
que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la
tierra. Ella le respondió: “Esos rayos que no caen a la tierra
representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las
personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los
piden”. Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen
porque no se piden”.
Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió
el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de
todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y
mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían
repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la
santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había
venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que
había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que
no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se
propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo,
lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más
humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente
maltratos y humillaciones.
En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla
Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue
hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual
como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un
tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como
un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista
el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que
se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para
convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar
la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable
conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que
miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de
Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es
un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le
hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).
Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte,
Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella
era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la
Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen
de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al
verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: “Oh, la Virgencita es
muchísimo más hermosa que esta imagen”).
Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo
confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones
con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y
oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a
sus funerales (quien se humilla será enaltecido).
Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de
11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa,
quedó instantáneamente curado. En 1947 el santo Padre Pío XII declaró
santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado
que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era
Verdad.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Catalina_Labouré.htm)