¡Oh!, San Agustín, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo, confesor, Doctor de la Gracia y con
justicia llamado “La Gran Lumbrera de Occidente”. “Si
queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad
la caridad, amad la verdad y desead la unidad para
llegar a la eternidad”. “Tarde te amé, hermosura tan
antigua y tan nueva. Tarde te amé!. Tú estabas dentro
de mí y yo fuera y por fuera te buscaba. Nos hiciste,
Señor, para ti y nuestro corazón estará insatisfecho
hasta que descanse en Ti, pues la medida del amor es el
amor sin medida”; así escribisteis en “Confesiones”. Vuestra
madre, ¿y quien más que ella?, os enseñó a orar, pero
luego, vos, os apartasteis y el mal, tomó “cuerpo maniqueo”
y, os atrapó y ella, lloró y oró por vos, casi su vida toda.
Vos, la verdad buscasteis, y sólo ella, y por ella,
estudiasteis varias filosóficas corrientes. Os gustó
“el maniqueísmo” o lo que es lo mismo, el conflicto entre
el bien y el mal, que al final os desilusionó, y optasteis por
el escepticismo. Os movíais en círculos neoplatónicos
y apareció en vuestra vida, a Dios gracias, Ambrosio,
hombre santo de Dios, que os, ilustró en las ciencias
divinas. A menudo así, rezabais: “Señor, dame castidad,
pero no ahora”. Pero un día, escuchasteis una voz, como la
de un niño, que os decía: “Tolle et legge” (toma y lee).
Y, al leer las Santas Escrituras al azar leísteis: “No
deis vuestros miembros, como armas de iniquidad al pecado,
sino ofreceos más bien a Dios como quienes, muertos,
han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios,
como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá
ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo la Ley,
sino bajo la gracia”. Y así, os decidisteis sin reserva a
entregaros en alma y cuerpo a Dios, y su ley siguiendo
y explicándola a otros. ¡Y, maravilla!, a la edad de Cristo,
fuisteis bautizado en la Pascua de Resurrección, y vuestra
madre, de gozo se llenó y os dijo: “¿Y a mí que más me
puede amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran deseo,
el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he
conseguido de Dios”. Y, al poco tiempo, una fiebre tomó
su cuerpo y ella, abandonó este valle de lágrimas feliz, en
vuestros brazos. Y, del Niño aquél y el agua de mar, Dios,
os respondió, sobre lo imposible que vos, hacíais por
interpretar la Trinidad Santa. Vos, hoy, os encontráis todo
coronado de gloria por vuestra entrega increíble de amor;
¡oh!, San Agustín, “vivo Cristo de la Gracia y de la Luz”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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su amado santo, confesor, Doctor de la Gracia y con
justicia llamado “La Gran Lumbrera de Occidente”. “Si
queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad
la caridad, amad la verdad y desead la unidad para
llegar a la eternidad”. “Tarde te amé, hermosura tan
antigua y tan nueva. Tarde te amé!. Tú estabas dentro
de mí y yo fuera y por fuera te buscaba. Nos hiciste,
Señor, para ti y nuestro corazón estará insatisfecho
hasta que descanse en Ti, pues la medida del amor es el
amor sin medida”; así escribisteis en “Confesiones”. Vuestra
madre, ¿y quien más que ella?, os enseñó a orar, pero
luego, vos, os apartasteis y el mal, tomó “cuerpo maniqueo”
y, os atrapó y ella, lloró y oró por vos, casi su vida toda.
Vos, la verdad buscasteis, y sólo ella, y por ella,
estudiasteis varias filosóficas corrientes. Os gustó
“el maniqueísmo” o lo que es lo mismo, el conflicto entre
el bien y el mal, que al final os desilusionó, y optasteis por
el escepticismo. Os movíais en círculos neoplatónicos
y apareció en vuestra vida, a Dios gracias, Ambrosio,
hombre santo de Dios, que os, ilustró en las ciencias
divinas. A menudo así, rezabais: “Señor, dame castidad,
pero no ahora”. Pero un día, escuchasteis una voz, como la
de un niño, que os decía: “Tolle et legge” (toma y lee).
Y, al leer las Santas Escrituras al azar leísteis: “No
deis vuestros miembros, como armas de iniquidad al pecado,
sino ofreceos más bien a Dios como quienes, muertos,
han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios,
como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá
ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo la Ley,
sino bajo la gracia”. Y así, os decidisteis sin reserva a
entregaros en alma y cuerpo a Dios, y su ley siguiendo
y explicándola a otros. ¡Y, maravilla!, a la edad de Cristo,
fuisteis bautizado en la Pascua de Resurrección, y vuestra
madre, de gozo se llenó y os dijo: “¿Y a mí que más me
puede amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran deseo,
el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he
conseguido de Dios”. Y, al poco tiempo, una fiebre tomó
su cuerpo y ella, abandonó este valle de lágrimas feliz, en
vuestros brazos. Y, del Niño aquél y el agua de mar, Dios,
os respondió, sobre lo imposible que vos, hacíais por
interpretar la Trinidad Santa. Vos, hoy, os encontráis todo
coronado de gloria por vuestra entrega increíble de amor;
¡oh!, San Agustín, “vivo Cristo de la Gracia y de la Luz”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de agosto
San Agustín de Hipona Obispo
Confesor y Doctor de la Iglesia
“Doctor de la Gracia”
“La Gran Lumbrera de Occidente”.
“Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad
la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la
eternidad”. “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva…¡Tarde te
amé!. Tú estabas dentro de mí y yo fuera…, y por fuera te buscaba…”.
“Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará insatisfecho hasta
que descanse en Tí…”. ”La medida del amor es el amor sin medida…”.
San Agustín de Hipona (354-430), es el más grande de los Padres de la
Iglesia y uno de los más eminentes doctores de la Iglesia occidental,
nació en el año 354 en Tagaste (Argelia actual). Sus padre, Patricio, un
pagano de cierta estación social acomodada, que luego de una larga y
virulenta resistencia a la fe, hacia el final de su vida se convierte al
cristianismo. Mónica, su madre, natural de África, era una devota
cristiana, nacida a padres cristianos. Al enviudar, se consagró
totalmente a la conversión de su hijo Agustín. Lo primero que enseñó a
su hijo Agustín fue a orar, pero luego de verle gozar de esas santas
lecciones sufrió al ver como iba apartándose de la Verdad hasta que su
espíritu se infectó con los errores maniqueos y, su corazón, con las
costumbres de la disoluta Roma.”Noche y día oraba y gemía con más
lágrimas que las que otras madres derramarían junto al féretro de sus
hijos”, escribiría después Agustín en sus admirables Confesiones. Pero
Dios no podía consentir se perdiese para siempre un hijo de tantas
lágrimas. Mónica murió en Ostia, puerto de Roma, el año de 387, asistida
por su hijo.
Juventud y estudios
Agustín se educó como retórico en las ciudades norteafricanas de
Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años vivió con una
mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con quien tuvo un hijo en el
año 372, llamado Adeodatus, que en latín significa regalo de Dios.
Contienda intelectual
Inspirado por el tratado Hortensius de Cicerón, Agustín se convirtió
en un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a estudiar varias
corrientes filosóficas. Durante nueve años, del 373 al 382, se adhirió
al maniqueísmo, filosofía dualista persa, muy extendida en aquella época
por el imperio romano. Su principio fundamental es el conflicto entre
el bien y el mal, y a Agustín el maniqueísmo le pareció una doctrina que
parecía explicar la experiencia y daba respuestas adecuadas sobre las
cuales construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral
no era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus
Confesiones: “Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo”.
Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios
maniqueístas contradictorios, Agustín, abandona la doctrina y decide por
el escepticismo.
En el año 383 se traslada de Cartago a Roma, y un año más tarde se va
a Milán como profesor de retórica. Allí se mueve en círculos
neoplatónicos. Allí también conoce al obispo de la ciudad, al gran
Ambrosio, la figura eclesial de mayor renombre por santidad y
conocimiento de aquel momento en Italia. Ambrosio le recibió con bondad y
le ilustró en las ciencias divinas. Y así, poco a poco, renace en
Agustín un nuevo interés por el cristianismo. Su mente, tan prodigiosa,
inquita y curiolsa, va descubriendo la Verdad que hasta ahora le había
eludido, sin embargo, vacilaba en su compromiso por debilidades de la
carne, temía comprometerse porque sabía que tendría que reformar su vida
disoluta, y dejar atrás muchos gustos y placeres que tanto le atraían.
Rezaba a menudo, “Señor, dame castidad, pero no ahora. “Pero un día,
según su propio relato, escuchó una voz, como la de un niño, que le
decía: Tolle et legge (toma y lee). Pero, al darse cuenta que estaba
completamente solo, le pareció inspiración del cielo y una exhortación
divina a leer las Santas Escrituras. Abrió y leyó el primer pasaje que
apareció al azar: “…no deis vuestros miembros, como armas de iniquidad
al pecado, sino ofreceos más bien a Dios como quienes, muertos, han
vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios como instrumentos de
justicia. Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que
no estaís bajo la Ley, sino bajo la gracia” (Rom 13, 13-14). Es
entonces cuando Agústín se decide, y sin reserva, se entrega en alma y
cuerpo a Dios, siguiendo su ley y explicandola a otros. A los 33 años de
edad recibe el santo bautismo en la Pascua del año 387. Su madre que se
había trasladado a Italia para estar cerca de él, se llenó de gran
gozo.
Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su madre a su tierra en
África, y juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero
Mónica ya había obtenido de Dios lo que más anhelaba en esta vida y
podía morir tranquila. Sucedió que estando ahí en una casa junto al mar,
por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado
de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada :
“¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran
deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido
de Dios”. Poco días después le invadió una fiebre y murió. Murió
pidiendo a su hijo “que se acordara de ella en el altar del Señor”.
Murió en el año 387, a los 55 años de edad.
Obispo y teólogo
Agustín regresó al norte de África y fue ordenado sacerdote el año
391, y consagrado obispo de Hipona (ahora Annaba, Argelia) en el 395, a
los 41 años, cargo que ocuparía hasta su muerte. Fue un periodo de gran
agitación política y teológica; los bárbaros amenazaban el imperio
romano llegando incluso a saquear a Roma en el 410, y el cisma y la
herejía amenazaban internamente la unidad de la Iglesia. Agustín
emprendió con entusiasmo la batalla teológica y refutó brillantemente
los argumentos paganos que culpaban al cristianismo por los males que
afectaban a Roma. Combatió la herejía maniqueísta y participó en dos
grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas, secta que
sostenía que eran inválidos los sacramentos administrados por
eclesiásticos en pecado.
El otro, contra las creencias de los pelagianos, seguidores de un
monje británico de la época que negaba la doctrina del pecado original.
Durante este conflicto, que duró por mucho tiempo, Agustín desarrolla
sus doctrinas sobre el pecado original y la gracia divina, soberanía
divina y predestinación. Sus argumentos sobre la gracia divina, le
ganaron el título por el cual también se le conoce, Doctor de la Gracia.
La doctrina agustiniana se situaba entre los extremos del pelagianismo y
el maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio mantenía que la
desobediencia espiritual del hombre se había producido en un estado de
pecado que la naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su teología,
los hombres y las mujeres son salvos por el Don de la Gracia Divina.
Contra el maniqueísmo defendió con energía el papel del libre albedrío
en unión con la gracia. Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del año
430
Obras
La importancia de San Agustín entre los Padres y Doctores de la
Iglesia es comparable a la de San Pablo entre los Apóstoles. Como
prolífico escritor, apologista y brillante estilista. Su obra más
conocida es su autobiografía “Confesiones” (400), donde narra sus
primeros años y su conversión. En su gran obra apologética “La Ciudad de
Dios” (413-426), formula una filosofía teológica de la historia, y
compara en ella la ciudad de Dios con la ciudad del hombre. De los
veintidós libros de esta obra diez están dedicados a polemizar sobre el
panteísmo. Los doce libros restantes se ocupan del origen, destino y
progreso de la Iglesia, a la que considera como oportuna sucesora del
paganismo.
Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de las que 270 se
encuentran en la edición benedictina, fechadas entre el año 386 y el
429; sus tratados “De libero arbitrio” (389-395), “De doctrina
Christiana” (397-428), “De Baptismo”, “Contra Donatistas” (400-401), “De
Trinitate” (400-416), “De natura et gratia” (415), “Retracciones” (428)
y homilías sobre diversos libros de la Biblia.
(información recopilada de varias fuentes)
San Agustín y el niño
La historia de San Agustín con el niño es por muchos conocida. La
misma surge del mucho tiempo que dedicó este gran santo y teólogo a
reflexionar sobre el misterio de la Santísima Trinidad, de cómo tres
personas diferentes podían constituir un único Dios.
Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa,
pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había
hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua
de mar. El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua de
mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la arena. Viendo
esto, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía, a lo
que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el
agujero en la arena. Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño que eso
era imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era imposible
hacer, más imposible aún era el tratar de decifrar el misterio de la
Santísima Trinidad.
Oración
Renueva, Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en San
Agustín para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de Tí,
fuente de sabiduría, te busquemos como el único amor verdadero y sigamos
los pasos de tan gran santo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Oración por las Vocaciones
Glorioso Padre San Agustín, que abriste un camino de entrega a Dios
al descubrir la hermosura de la vida religiosa; concédeme a mí, que me
creo también llamado por Él, a ver claramente mi camino; ayúdame a ser
fiel a esa vocación divina; que la estime en todo su valor, que huya de
las personas y cosas que me la pueden arrebatar; que sea desde hoy muy
generoso para decir sí el día de mi total entrega. Amén.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Agustín_8_28.htm)