¡Oh!, San Juan de Ávila, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Aquél, que, “Misionero
y de almas Director”, sobre vos, quiso Él, daros
sublime misión: guía ser de hombres y mujeres santos y
santas, y que, desde el sermón, la palabra y los hechos,
multitudes quedaron cautivadas y satisfechas con la fuerza
de vuestro corazón hecho palabra, que, en caro amor y
esperanza, desbrozabais ante aquellos, que, hasta ayer,
impíos y herejes eran, y todos convertidos, rodillas
en loza por horas puestas, al cielo clamaban de alegría,
y que, en mano vos, el Santo Crucifijo les acercabais,
junto con el tierno amor de María Santísima. Muchos
sacerdotes os seguían, para ayudaros a confesar y hacer
catequesis para los niños y administrar los sacramentos.
Ricos y pobres, jóvenes y viejos, a escucharos acudían
pues de vos, dimanaban sabrosos trozos de cielo y miel
de vida. Vuestra devoción a Nuestra Señora, os hacía
exclamar: “Más preferiría vivir sin piel, que vivir sin
devoción a la Virgen María”. Fundasteis muchos colegios
y ayudabais mucho a las universidades católicas. Vuestra
autoridad y vuestro ascendiente grande y considerado
era en todas partes. Y, así fue, hasta el día aquél,
en que, agonizante respondisteis, invitado por Dios Padre,
al cielo anhelado, y visteis como un sacerdote os trataba
con especial veneración y le dijisteis: “Padre, tráteme
como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido
y nada más”. Entonces tomando el crucifijo entre vuestras
santas manos, exclamasteis: “Dios mío, si, sí te parece
bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. “Jesús y
María” “Jesús y María”. Y, luego vuestra santa alma, voló
al cielo, para coronada ser, con justicia, con corona
de luz; como justo premio a vuestra entrega de amor y fe,
“De todos los sacerdotes españoles Santo Patrono y Guía”;
¡oh!, San Juan de Ávila; “vivo amor, fe y luz de Dios”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Mayo
San Juan de Avila
Misionero y Director de Almas
(1569)
Juan significa: “Dios es misericordioso”. San Juan de Avila tuvo el
privilegio de ser amigo y consejero de seis santos: San Ignacio de
Loyola, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San
Pedro de Alcántara y Fray Luis de Granada. Dicen que él es la figura más
importante del clero secular español del siglo 16.
Nació en el año 1500. De una familia muy rica, al morir sus padres
repartió todos sus bienes entre los pobres y después de tres años de
oración y meditación se decidió por el sacerdocio. Estudió filosofía y
teología en la Universidad de Alcalá y allá hizo amistad con el Padre
Guerrero que fue después arzobispo de Granada y su amigo de toda la
vida.
Desde el principio de su sacerdocio demostró una elocuencia
extraordinaria. El pueblo acudía en gran número a escuchar sus sermones
donde quiera que él iba a predicar. Cada predicación la preparaba con
cuatro o más horas de oración de rodillas. A veces pasaba la noche
entera ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento encomendando la
predicación que iba a hacer después a la gente. Y los resultados eran
formidables. Los pecadores se convertían a montones. A sus discípulos
les decía: “Las almas se ganan con las rodillas”. A uno que le
preguntaba como hacer para lograr convertir a alguna persona en cada
sermón, le dijo: “¿Y es que Ud. espera convertir en cada sermón a alguna
persona?”. “No, ¡eso no!”, respondió el otro. “Pues por eso es que no
los convierte”, le dijo el santo, “porque para poder obtener
conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones. ¡La
fe mueve montañas!.”
A otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder
llegar a ser un buen predicador, le respondió: “La principal cualidad
es: ¡amar mucho a Dios!”. Pidió viajar de misionero a América del sur,
pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo: “Aquí en España también
hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre
nosotros!”. Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía, por todo
el sur de España. Y las conversiones que conseguía eran asombrosas. Su
predicación era fuerte. No prometía vida en paz a quienes querían vivir
en paz con sus pecados, pero animaba enormemente a todos los que
deseaban salir de su anterior vida de pecado. Un gran número de
sacerdotes le seguía para ayudarle a confesar y colaborarle en la
catequesis de los niños y en la administración de los sacramentos. Ricos
y pobres, jóvenes y viejos, todos acudían con gusto a escucharle.
Dios le concedió a San Juan de Avila la cualidad especialísima de
ejercer un gran ascendiente sobre los sacerdotes. Por eso el Sumo
Pontífice lo ha nombrado “Patrono de los sacerdotes españoles”. Bastaba
con que lo vieran celebrar misa o le oyeran un sermón para que los
sacerdotes quedaran muy agradablemente impresionados de su modo de obrar
y predicar. Y después en sus sermones, ellos estaban allá entre el
público oyéndole con gran atención. El sabio escritor Fray Luis de
Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e iba escribiendo sus
sermones. De cada sermón del santo, sacaba el material para predicar
luego diez sermones. Los sacerdotes decían que el Padre Juan de Avila
predicaba como si estuviera oyendo al mismo Dios.
Fue reuniendo grupos de sacerdotes y por medio de hacerles meditar en
la Pasión de Jesucristo y en la Eucaristía y de rezar y recibir los
sacramentos, los iba enfervorizando y después los enviaba a predicar. Y
los frutos que conseguía eran inmenoss. Unos 30 de esos sacerdotes se
hicieron después Jesuitas. Otros colaboraron con la reforma que San Juan
de la Cruz y Santa Teresa hicieron de los padres Carmelitas y muchos
más llenaron de buenas obras las parroquias con su gran fervor.
Un día en Granada, mientras San Juan de Avila pronunciaba un gran
sermón, de pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era San Juan
de Dios que había sido antes militar y comerciante y que ahora se
convertía y empezaba una vida de santidad admirable. En adelante San
Juan de Dios tendrá siempre como consejero al Padre Juan de Avila, a
quien atribuirá su conversión.
Los enemigos y envidiosos lo acusaron de que su predicación era
demasiado miedosa y de que se proponía hacer que las gentes fueran
demasiado espirituales. Y el santo fue llevado a la cárcel y allí estuvo
de 1532 a 1533. Aprovechó su prisión para meditar más y crecer en
santidad. Cuando se le reconoció su inocencia y fue sacado de la prisión
el pueblo lo ovacionó como a un héroe.
A muchas personas les dio dirección espiritual por medio de cartas.
Después reunió una colección de esas cartas y las publicó con el título
de “Oye hija” y fue un libro muy afamado y que hizo gran bien a los
lectores.
Su devoción a la Virgen era tan grande que lo hacía exclamar: “Más
preferiría vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María”.
Fundó más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades
católicas. Su autoridad y su ascendiente eran muy grandes en todas
partes.
Sus últimos 17 años fueron de enormes sufrimientos por su salud que
era muy deficiente. En él se cumplía aquello que dijo Jesús: “Mi Padre,
al árbol que más quiere, más lo poda, para que produzca mayor fruto”.
Pero aunque sus padecimientos eran muy intensos, no por eso dejaba de
recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección
espiritual y edificando a todos con su vida de gran santidad. Tres temas
le llamaban mucho la atención para predicar: la Eucaristía, el Espíritu
Santo y la Virgen María.
Una de sus cualidades más admirables era su gran humildad. A pesar de
sus brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y
miserable pecador. Cuando estaba agonizante vio que un sacerdote lo
trataba con muy grande veneración y le dijo: “Padre, tráteme como a un
miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más”.
Cuando en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el
crucifijo entre sus manos y exclamaba: “Dios mío, si sí te parece bien
que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. El 10 de mayo del año 1569,
diciendo “Jesús y María” murió santamente. Fue beatificado en 1894 y el
Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.
San Juan de Avila: tú que con tus sermones lograste tantas conversiones de pecadores, alcánzanos del Señor Dios, que también nosotros nos convirtamos.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Juan_de_Avila_5_10.htm)