15 diciembre, 2016

Santa María de la Rosa




 ¡Oh!, Santa María de la Rosa; vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa. La misma que, de sí, misma
os despojasteis para convertiros en otro Cristo más. “No
puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días
en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta
sea, de impedir algún mal o de hacer el bien”. Decíais,
porque vos, ya sea de día o de noche, pronta estabais
a acudir en auxilio de los enfermos, los moribundos, ú
la paz poner entre los litigantes y el consuelo dar a
quienes sufrían, hasta el fin de vuestro santo apostolado.
En los ratos libres os dedicabais a leer libros de religión
llegando a poseer vastos conocimientos teológicos, que
los sacerdotes se admiraban de escucharos. Además, poseíais
una memoria prodigiosa, que os permitía recordar con
precisión los nombres de las personas que habían hablado
con vos, los problemas que os habían consultado, haciendo
más fácil, vuestro apostolado. Con vuestras “Doncellas de la
Caridad”, atendíais a los abandonados y a terminales
enfermos. Y, con críticas y todo, decíais vos: “Espero que
no sea esta la última contradicción. Francamente me habría
dado pena que no hubiéramos sido perseguidas”. Un día unos
soldados quisieron abusar de vos, vuestras compañeras y
las enfermeras, y vos, empuñasteis con valor un crucifijo y
en compañía de seis compañeras, con cirios encendidos los
enfrentasteis, en nombre de Dios, Nuestro Señor, y los doce
despavoridos huyeron. Aquél, crucifijo santo, guardado
está, como reliquia, hasta hoy. Más adelante, cambiasteis
el nombre de vuestra comunidad, de “María de la Rosa”,
por el de “María del Crucificado”. A vuestras religiosas, os
insistíais a que no se dejaran llevar por el “activismo”,
dedicándose todo el día a trabajar y atender a las gentes,
sin consagrarle el tiempo especial a la oración, al silencio y
a la meditación. Más, tarde, Pío Nono, aprobó vuestra
congregación, y la gente se admiraba de que hubierais
logrado tanto en tan poco tiempo. Aunque, vuestra salud
se resquebrajó, la recuperasteis un Viernes Santo, pero,
Dios, os llamó, finalmente. Y, así, voló, vuestra alma
al cielo, luego de haberla gastado en buena lid, para
premiada ser, con corona de luz, como premio justo a
vuestra increíble y grande entrega de amor y esperanza;
¡oh!, Santa María de la Rosa, “vivo amor por Jesucristo”.

© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de Diciembre
Santa María de la Rosa
Fundadora


Nació en Brescia (Italia) en 1813. Quedó huérfana de madre cuando apenas tenía 11 años.

Cuando ella tenía 17 años, su padre le presentó un joven diciéndole que había decidido que él fuera su esposo. La muchacha se asustó y corrió donde el párroco, que era un santo varón de Dios, a comunicarle que se había propuesto permanecer siempre soltera y dedicarse totalmente a obras de caridad. El sacerdote fue donde el papá de la joven y le contó la determinación de su hija. El señor De la Rosa aceptó casi inmediatamente la decisión de María, y la apoyó más tarde en la realización de sus obras de caridad, aunque muchas veces le parecían exageradas o demasiado atrevidas.

El padre de María tenía unas fábricas de tejidos y la joven organizó a las obreras que allí trabajaban y con ellas fundó una asociación destinada a ayudarse unas a otras y a ejercitarse en obras de piedad y de caridad.

En la finca de sus padres fundó también con las campesinas de los alrededores una asociación religiosa que las enfervorizó muchísimo.

En su parroquia organizó retiros y misiones especiales para las mujeres, y el cambio y la transformación entre ellas fue tan admirable que al párroco le parecía que esas mujeres se habían transformado en otras. ¡Así de cambiadas estaban en lo espiritual!.

En 1836 llegó la peste del cólera a Brescia, y María con permiso de su padre (que se lo concedió con gran temor) se fue a los hospitales a atender a los millares de contagiados. Luego se asoció con una viuda que tenía mucha experiencia en esas labores de enfermería, y entre las dos dieron tales muestras de heroísmo en atender a los apestados, que la gente de la ciudad se quedó admirada.

Después de la peste, como habían quedado tantas niñas huérfanas, el municipio formó unos talleres artesanales y los confió a la dirección de María de la Rosa que apenas tenía 24 años, pero ya era estimada en toda la ciudad. Ella desempeñó ese cargo con gran eficacia durante dos años, pero luego viendo que en las obras oficiales se tropieza con muchas trabas que quitan la libertad de acción, dispuso organizar su propia obra y abrió por su cuenta un internado para las niñas huérfanas o muy pobres. Poco después abrió también un instituto para niñas sordomudas. Todo esto es admirable en una joven que todavía no cumplía los 30 años y que era de salud sumamente débil. Pero la gracia de Dios concede inmensa fortaleza.

La gente se admiraba al ver en esta joven apóstol unas cualidades excepcionales. Así por ejemplo un día en que unos caballos se desbocaron y amenazaban con enviar a un precipicio a los pasajeros de una carroza, ella se lanzó hacia el puesto del conductor y logró dominar los enloquecidos caballos y detenerlos. En ciertos casos muy difíciles se escuchaban de sus labios unas respuestas tan llenas de inteligencia que proporcionaban la solución a los problemas que parecían imposibles de arreglar. En los ratos libres se dedicaba a leer libros de religión y llegó a poseer tan fuertes conocimientos teológicos que los sacerdotes se admiraban al escucharla. Poseía una memoria feliz que le permitía recordar con pasmosa precisión los nombres de las personas que habían hablado con ella, y los problemas que le habían consultado; y esto le fue muy útil en su apostolado.

En 1840 fue fundada en Brescia por Monseñor Pinzoni una asociación piadosa de mujeres para atender a los enfermos de los hospitales. Como superiora fue nombrada María de la Rosa. Las socias se llamaban Doncellas de la Caridad.

Al principio sólo eran cuatro jóvenes, pero a los tres meses ya eran 32.

Muchas personas admiraban la obra que las Doncellas de la Caridad hacían en los hospitales, atendiendo a los más abandonados y repugnantes enfermos, pero otros se dedicaron a criticarlas y a tratar de echarlas de allí para que no lograran llevar el mensaje de la religión a los moribundos. La santa comentando esto, escribía: “Espero que no sea esta la última contradicción. Francamente me habría dado pena que no hubiéramos sido perseguidas”.

Fueron luego llamadas a ayudar en el hospital militar pero los médicos y algunos militares empezaron a pedir que las echaran de allí porque con estas religiosas no podían tener los atrevimientos que tenían con las otras enfermeras. Pero las gentes pedían que se quedaran porque su caridad era admirable con todos los enfermos.

Un día unos soldados atrevidos quisieron entrar al sitio donde estaban las religiosas y las enfermeras a irrespetarlas. Santa María de la Rosa tomó un crucifijo en sus manos y acompañada por seis religiosas que llevaban cirios encendidos se les enfrentó prohibiéndoles en nombre de Dios penetrar en aquellas habitaciones. Los 12 soldados vacilaron un momento, se detuvieron y se alejaron rápidamente. El crucifijo fue guardado después con gran respeto como una reliquia, y muchos enfermos lo besaban con gran devoción.

En la comunidad se cambió su nombre de María de la Rosa por el de María del Crucificado. Y a sus religiosas les insistía frecuentemente en que no se dejaran llevar por el “activismo”, que consiste en dedicarse todo el día a trabajar y atender a las gentes, sin consagrarle el tiempo suficiente a la oración, al silencio y a la meditación. En 1850 se fue a Roma y obtuvo que el Sumo Pontífice Pío Nono aprobara su consagración. La gente se admiraba de que hubiera logrado en tan poco tiempo lo que otras comunidades no consiguen sino en bastantes años. Pero ella era sumamente ágil en buscar soluciones.

Solía decir: “No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien”. Esta era su especialidad: día y noche estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a intervenir para poner paz entre los que peleaban, a consolar a quien sufría alguna pena.

Por eso Monseñor Pinzoni exclamaba: “La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas”.

Aunque apenas tenía 42 años, sus fuerzas ya estaban totalmente agotadas de tanto trabajar por pobres y enfermos. El viernes santo de 1855 recobró su salud como por milagro y pudo trabajar varios meses más.

Pero al final del año sufrió un ataque y el 15 de diciembre de ese año de 1855 pasó a la eternidad a recibir el premio de sus buenas obras.

Si Cristo prometió que quien obsequie aunque sea un vaso de agua a un discípulo suyo, no quedará sin recompensa, ¿qué tan grande será el premio que habrá recibido quien dedicó su vida entera a ayudar a los discípulos más pobres de Jesús?

Fuente: EWTN
(http://es.catholic.net/op/articulos/35254/mara-de-la-rosa-santa.html)

San Juan de la Cruz




¡Oh!, San Juan de la Cruz, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo, y que, con Teresa Santa,
ambos, del Carmelo reformadores sois. Vos, a vuestros
religiosos, inspirar supisteis la soledad del espíritu,
la humildad y la mortificación. Así, mucho antes, vuestro
corazón, por Dios, purificado fue de toda debilidad y
apego humano, con pruebas exteriores e interiores, gozando
a priori, de las delicias de la vida contemplativa. Y,
de pronto, os visteis de toda devoción privado y en vos,
una sequía espiritual nació. Escrúpulos y hastío en vos,
se instalaron, por los constantes espirituales ejercicios,
que luego, describisteis como aquél terrible estado
de desolación interior como “la noche oscura del alma”.
Noche de sufrimiento del espíritu y del alma y del pulular
de las tentaciones, tanto que, sentíais que, abandonado
habíais sido por Dios. Pero, Aquél que todo lo ve, y juzga
y, que os amaba y ama, no os había abandonado jamás, y os
sedujo luego, con su manto de luz y amor divinos. Y, vos,
así, como habíais vivido la oscuridad, de pronto, os
abrazasteis con fervor inusitado, a la antigua tradición,
que llama al hombre, a alcanzar fiel, la “perfección
de la caridad y elevarse a la dignidad del Hijo de Dios
por el amor”. “No hay trabajo mejor ni más necesario que
el amor”. “Hemos sido hechos para el amor”. Decíais
vos, palabras que, escritas dejasteis en vuestros cantos y
poemas, tales como: “Subida al monte Carmelo”; la “Noche
oscura del Alma”; la “Llama viva de amor” y el “Cántico
Espiritual”. Vos, en extremo cumplisteis, con aquello que
a Dios, prometisteis, y hoy, lucís corona de luz, como justo
premio a vuestra grande e increíble entrega de amor y fe;
¡oh!, San Juan de la Cruz, “viva luz de Cristo en la noche”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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San Juan de la Cruz

¡Oh!, San Juan de la Cruz;
Sois vos el navegante
De la noche
El marinero del sol
Cruz y Cáliz hasta el cielo
Maestro del silencio
Luz en las tinieblas
Vida del Dios de la vida
¡Oh!, San Juan de la Cruz.


© 2006 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Diciembre
San Juan de la Cruz  
Doctor de la Iglesia (1542-1591)

(Con Santa Teresa, reformador del Carmelo).
Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

Vida de Pobreza

Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase “inferior”, fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Jitan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542. Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales. A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos. San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.

Conoce a Santa Teresa

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa.


La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o “modernizarla” sino mas bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho. Al mismo tiempo que lograron ser fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad. Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes.


Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San Juan fue nombrado rector. Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos el espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.


La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación interior, que el santo describe en “La Noche Oscura del Alma”. A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios. En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de “Roberto el diablo”.

Glorias para Dios


En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado , San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: “Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre.”


Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes. Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo. Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.

Sufrimiento y unión con Dios

La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la “Sexta Morada”: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: “No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo”.


Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo: En dónde te escondiste,Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste,habiéndome herido;salí tras ti clamando, y eras ido. El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. “Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?”, le dijo Maldonado. “Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa”, replicó Juan. “No lo haréis mientras yo sea superior”, repuso Maldonado. En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: “Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba.” 

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: “Por ahí saldrás y yo te ayudaré.” En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.

Gran guía y director espiritual

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.

La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua

El fin del hombre en la tierra es alcanzar “Perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor”; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. “No hay trabajo mejor ni mas necesario que el amor”, dice el santo. “Hemos sido hechos para el amor.”

El único instrumento del que Dios se sirve es el amor.” “Así como el Padre y el Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios”. El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.


Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que puedan ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener cuidado en discernir que es exageración. ¿Cual es nuestro punto de referencia?, ¿Fueron todos los santos exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado, aceptando morir en la Cruz?. ¿O no será mas bien que nosotros no sabemos amar hasta el extremo?. Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega. Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.


Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales. Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios. Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento.

Pruebas y más pruebas

Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden. El P. Nicolás fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.

San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores. La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general.

Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas. El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses entregado a la meditación y la oración en las montañas, “porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres.” Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita al convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron pero un consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él, afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para no caer en desgracia. En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.

La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió.

Santo y Doctor de la Iglesia Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591. En su muerte no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar. La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se viese su vida auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez.

Su canonización en 1726

Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la “Subida al Monte Carmelo”, la “Noche Oscura del Alma”, la “Llama Viva de Amor” y el “Cántico Espiritual”, con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas. La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: “Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor.” San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue “libre, como libre es el espíritu de Dios”. Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. “Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado”. Fuente Bibliográfica:-Butler, Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.-Oficio Divino I, p. 1031

(http://www.corazones.org/santos/juan_dela_cruz.htm)