03 enero, 2014

Así, era el Padre Jorge Loring, sj: Por qué hay que ir a Misa

 
 
El jesuita Jorge Loring, que falleció el pasado día de Navidad a los 92 años de edad, se hizo famoso por sus respuestas directas a preguntas directas. A lo largo de su vida vio como se reducía el porcentaje de personas que asistían a Misa los domingos.
 
En su opinión, tenía más que ver con la ignorancia que con la pereza io la falta de fe. En su libro “Anécdotas de una vida apostólica” (De Buena Tinta), explica cómo respondía a la pregunta “¿por qué me piden ir a misa, si no tengo ganas?”
 
Lo reproducimos aquí.

Por qué hay que ir a Misa,
por Jorge Loring, sj


Es de pena la tremenda ignorancia religiosa que hay sobre el valor de la Santa Misa.
Muchos dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un error.
 
El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas.
 
Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor.
Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad.
 
La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tienes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.
 
Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?
 
A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.
 
Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir.
Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas.
 
No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir.
 
Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que ten- ga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender detener o no ganas. Lo mismo pasa con la Misa.
El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe.
 
Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa.
En la misión de Torrevieja (Alicante), los misioneros nos alojábamos en un hotel. Yo hablaba en el casino a la juventud mayor de dieciséis años.
 
Durante la comida nos dijo el padre Pardo:

—Hoy les he dicho a los estudiantes una cosa que les ha hecho impacto.
—¿Qué?
—Hablando del valor de la Misa les he dicho que si a mí me dieran un millón de pesetas para que dejara la Misa, dejaría el millón, no la Misa. ¡Pusieron unas caras de admiración!
Y yo le dije: —¡Magnífica idea!
 
Yo haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola Misa.
 
Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito.
 
Cuando sabes lo que vale una Misa, no te importan los sacrificios que tengas que hacer por no perderla.
 
En una ocasión viajaba yo de Barcelona a Sevilla en el tren expreso que en Barcelona llamaban «el sevillano» y en Sevilla «el catalán».
 
Salimos de Barcelona a las once de la noche. Se llegaba a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente. Por la mañana la gente del departamento sacaba sus bocadillos para desayunar. Yo con mi libro, sin levantar cabeza.
 
Llegó el mediodía y la gente volvió a sacar sus bocadillos. Y yo, nada. Al ver la gente que yo no tomaba nada, me ofrecían:

—Padre, ¿quiere un bocadillo?
—No. Muchas gracias.
—Pero si no ha tomado nada desde que salimos de Barcelona.
—Es que al llegar a Sevilla quiero decir Misa.
 
En aquel tiempo el ayuno eucarístico había que guardarlo desde las doce de la noche anterior. No se podía tomar ni un vaso de agua antes de la Misa. Los del departamento se quedaron admirados. Pero yo prefería no tomar nada y poder decir Misa al llegar.
 
En Sevilla, mientras llegué a mi casa, me duché y dije Misa, me dieron la nueve de la noche. Entonces desayuné, comí y cené, todo junto. Me sacrifiqué un poco, pero dije Misa que vale mucho más.
 
Lo que vale una misa lo expresa el padre Royo, O.P., diciendo: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, por toda la eternidad».
 
Esto parece exageración, pero cuando te lo explica lo comprendes. La gloria que dan los santos y la Virgen es gloria de criatura. La Santísima Virgen es la joya de la humanidad, la perla de la creación, pero criatura. Y en la Santa Misa es Cristo-Dios quien se sacrifica; y esto vale mucho más.
 

Santísimo y Gloriosísimo Nombre de Jesús



Oh, Santísimo y Gloriosísimo Nombre de Jesús.
 ¿Quién más sino Vos, para llevar ese Santísimo
 Nombre? Nadie más que Vos. ¡Maravilloso Nombre!
 es el Vuestro y lo honramos, porque Vos,
 lo lleváis por designio divino de Dios, Vuestro
 amadísimo Padre, para vivo y sempiterno
 recuerdo de todas las bendiciones que recibimos
 de Vos, a cada nada, y a lo largo de nuestra
 existencia en la tierra, pues vuestro Santísimo
 Nombre, ayuda en nuestras corporales necesidades,
 y todo gracias a Vuestra promesa: “En mi nombre
 expulsarán demonios, hablarán en lenguas
 nuevas, agarrarán serpientes en sus manos
 y aunque beban veneno no les hará daño;
 impondrán las manos sobre los enfermos
 y se pondrán bien”. Porque en vuestro nombre,
 los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados y vida
 a los muertos. Vuestro Nombre, consuelo
 da en las aflicciones espirituales, recordando
 Vuestro Nombre al pecador, al padre del Hijo
 Pródigo y del Buen Samaritano y además
 le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte
 del inocente Cordero de Dios. También Vuestro
 Nombre, nos protege de Satanás y sus engaños,
 Pues el Demonio teme Vuestro Nombre: ¡Jesús!,
 pues lo vencisteis en la Cruz. Y, finalmente,
 con Vuestro Nombre obtenemos toda bendición
 y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Vos,
 mismo dijisteis: “lo que pidáis al Padre os lo dará
 en mi nombre”. Y la Iglesia, todas sus plegarias
 concluye, así: “Por Jesucristo Nuestro Señor”.
¡Bendito sea el Nombre de Jesús, ahora y siempre!
 Oh, Santísimo y Gloriosísimo Nombre de “Jesús”.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Enero
Santísimo Nombre de Jesús
Fiesta


Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor. Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius, “De festo SS. Nominis”, ix). Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús; Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: “En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones”. El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
 
* Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: “En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
 
* Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
 
* Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz.
 
* En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: “lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.” (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: “Por Jesucristo Nuestro Señor”, etc.
 
Así se cumple la palabra de San Pablo: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos.” (Fil 2, 10).
 
Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo, quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones. Pero los promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San Juan Capistrano. Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos, pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad. Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf. Seeberger, “Key to the Spiritual Treasures”, 1897, 102). Debido a que la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en Santa María en Ara Coeli en Roma.
 
El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre. Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de “Jesús Hominum Salvator” (Jesús Salvador de los Hombres). Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella. Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una “V”, y que el monograma significaba “In Hoc Signo Vinces” (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312).
 
También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, “Psal. Christi et Mariae”, i, 13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, “Quodlibet”, v; Colvenerius, “De festo SS. Nominis”, x). Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: “Jesús Christus” (ventris tui, Jesús Christus). Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de cincuenta días a la jaculatoria:
 
“¡Bendito sea el Nombre del Señor!” con la respuesta “Ahora y por siempre”, o “Amén”. En el sur de Alemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa. Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia plenaria al momento de la muerte. Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII, el 5 de setiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María (“¡Jesu!”, “Maria”!) podremos ganar una indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904. Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.