¡Oh!, San Bruno, vos, sois, el hijo del Dios de la Vida
y su amado santo, y aquél que, habiendo escuchado el relato
sobre el cadáver que habló, el cual, en vida fama tenía
de ser persona buena, pero que, en su privada nada
santo era y que, cuando su funeral le celebraban, habló
tres veces así: “¡He sido juzgado!” “¡He sido hallado culpable!”
“¡He sido condenado!” Respuestas duras que os llevaron
a alejaros de la vida mundana y a dedicaros a la vida
de oración y penitencia. Y, así, vos, redactasteis para vuestros
monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha
existido para una comunidad: ¡Silencio perpetuo! A media
noche levantarse a rezar por más de una hora. A las cinco
y treinta de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por
otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.
Y, más tarde a que formarais la casi increíble pero cierta
“Comunidad Religiosa de Los Monjes Cartujos”, que, rigurosa,
austera y penitente, al silencio perpetuo por compañía tienen
y que oran y claman por la salvación eterna de las almas, en este
descreído pero, al fin, mundo entero nuestro. Así, los quiere
y ama el Padre eterno. Así, cuida vuestras almas y cuerpos que,
entregados al “Dios de la Vida”; “vida y paz”, nos regalan a todos
los hombres del mundo con vuestras penitencias y oraciones
constantes. Nunca comíais carne, ni tomabais licor. Recibíais
visitas solo una vez por año. Y, os dedicabais por varias
horas al día al estudio, las labores manuales, copiar libros
y vivir totalmente incomunicados con el mundo entero.
Todo esto, hicisteis vos, con vuestra orden y, claro, todos
os ruegan porque vos, insigne “santo del silencio”, intercedáis
para que, Dios, Nuestro Señor, envíe a esta vida muchos
santos hombres, capaces de imitaros en el vivir y el convivir
en el silencio, tanto, en el fondo, como en la forma. Los
últimos años de vuestra vida, los pasasteis entre misiones
que os confiaba el Santo Padre, y las largas temporadas
en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia.
Y, así, y luego de haber gastado vuestra vida en buena lid,
voló vuestra alma al cielo, para coronada ser, con corona
de luz, como premio justo a vuestra entrega increíble de amor;
¡Oh!; San Bruno, “viva santidad del silencio del Dios Vivo”.
© 2022 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Octubre
San Bruno
Fundador de los Monjes Cartujos
Año 1101
Bruno significa: “fuerte como una coraza o armadura metálica” (Brunne, en alemán es coraza). Este santo se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen carne ni toman bebidas alcohólicas.
Nació en Colonia, Alemania, en el año 1030. Desde joven demostró poseer grandes cualidades intelectuales, y especialísimas aptitudes para dirigir espiritualmente a los demás. Ya a los 27 años era director espiritual de muchísimas personas importantes. Uno de sus dirigidos fue el futuro Papa Urbano II.
Ordenado sacerdote fue profesor de teología durante 18 años en Reims, y Canciller del Sr. Arzobispo, pero al morir éste, un hombre indigno, llamado Manasés, se hizo elegir arzobispo de esa ciudad, y ante sus comportamientos tan inmorales, Bruno lo acusó ante una reunión de obispos, y el Sumo Pontífice destituyó a Manasés. Le ofrecieron el cargo de Arzobispo a nuestro santo, pero él no lo quiso aceptar, porque se creía indigno de tan alto cargo. El destituido en venganza, le hizo quitar a Bruno todos sus bienes y quemar varias de sus posesiones.
Dicen que por aquel tiempo oyó Bruno una narración que le impresionó muchísimo. Le contaron que un hombre que tenía fama de ser buena persona (pero que en la vida privada no era nada santo) cuando le estaban celebrando su funeral, habló tres veces. La primera dijo: “He sido juzgado”. La segunda: “He sido hallado culpable”. La tercera: “He sido condenado”. Y decían que las gentes se habían asustado muchísimo y habían huido de él y que el cadáver había sido arrojado al fondo de un río caudaloso. Estas narraciones y otros pensamientos muy profundos que bullían en su mente, llevaron a Bruno a alejarse de la vida mundana y dedicarse totalmente a la vida de oración y penitencia, en un sitio bien alejado de todos.
Teniendo todavía abundantes riquezas y gozando de la amistad de altos personajes y de una gran estimación entre la gente, y pudiendo, si aceptaba, ser nombrado Arzobispo de Reims, Bruno renunció a todo esto y se fue de monje al monasterio de San Roberto en Molesmes. Pero luego sintió que aunque allí se observaban reglamentos muy estrictos, sin embargo lo que él deseaba era un silencio total y un apartamiento completo del mundo. Por eso dispuso irse a un sitio mucho más alejado. Iba a hacer una nueva fundación.
San Hugo, obispo de Grenoble, vio en un sueño que siete estrellas lo conducían a él hacia un bosque apartado y que allá construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes. Al día siguiente llegaron Bruno y seis compañeros a pedirle que les señalara un sitio muy apartado para ellos dedicarse a la oración y a la penitencia. San Hugo reconoció en ellos los que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que le había sido indicado en la visión. Aquel sitio se llamaba Cartuja, y los nuevos religiosos recibieron el nombre de Cartujos.
San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.
Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo… Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.
San Hugo llegó a admirar tanto la sabiduría y la santidad de San Bruno, que lo eligió como su director espiritual, y cada vez que podía se iba al convento de la Cartuja a pasar unos días en silencio y oración y pedirle consejos al santo fundador. Lo mismo el Conde Rogerio, quien desde el día en que se encontró con Bruno la primera vez, sintió hacia él una veneración tan grande, que no dejaba de consultarlo cuando tenía problemas muy graves que resolver. Y aun se cuenta que una vez a Rogerio le tenían preparada una trampa para matarlo, y en sueños se le apareció San Bruno a decirle que tuviera mucho cuidado, y así logró librarse de aquel peligro.
Por aquel tiempo había sido nombrado Papa Urbano II, el cual de joven había sido discípulo de Bruno, y al recordar su santidad y su gran sabiduría y su don de consejo, lo mandó ir hacia Roma a que le sirviera de consejero. Esta obediencia fue muy dolorosa para él, pues tenía que dejar su vida retirada y tranquila de La Cartuja para irse a vivir en medio del mundo y sus afanes. Pero obedeció inmediatamente. Es difícil calcular la tristeza tan grande que sus monjes sintieron al verle partir para lejanas tierras. Varios de ellos no fueron capaces de soportar su ausencia y se fueron a acompañarlo a Roma. Y entonces el Conde Rogerio le obsequió una finca en Italia y allá fundó el santo un nuevo convento, con los mismos reglamentos de La Cartuja.
Los últimos años del santo los pasó entre misiones que le confiaba el Sumo Pontífice, y largas temporadas en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia. Su fama de santo era ya muy grande. Murió el 6 e octubre del año 1101 dejando en la tierra como recuerdo una fundación religiosa que ha sido famosa en todo el mundo por su santidad y su austeridad.
Que Dios nos conceda como a él, el ser capaces de apartarnos de lo que es mundano y materialista, y dedicarnos a lo que es espiritual y lleva a la santidad. Que sean pocas tus palabras (S. Biblia).