Texto del Evangelio (Jn 10,11-18): En aquel tiempo,
Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por
las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen
las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace
presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan
nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías
me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy
mi vida por las ovejas.
»También tengo otras ovejas, que no son
de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi
voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre,
porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la
doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de
nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».
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«Yo soy el buen pastor» Mons. José Ángel SAIZ Meneses, Arzobispo de Sevilla (Sevilla, España)
Hoy celebramos el domingo del Buen Pastor. En primer lugar, la
actitud de las ovejas ha de ser la de escuchar la voz del pastor y
seguirlo. Escuchar con atención, ser dóciles a su palabra, seguirlo con
una decisión que compromete a toda la existencia: el entendimiento, el
corazón, todas las fuerzas y toda la acción, siguiendo sus pasos.
Por
su parte, Jesús, el Buen Pastor, conoce a sus ovejas y les da la vida
eterna, de tal manera que no se perderán nunca y, además, nadie las
quitará de su mano. Cristo es el verdadero Buen Pastor que dio su vida
por las ovejas (cf. Jn 10,11), por nosotros, inmolándose en la cruz. Él
conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a Él, como el Padre le
conoce y Él conoce al Padre. No se trata de un conocimiento superficial y
externo, ni tan sólo un conocimiento intelectual; se trata de una
relación personal profunda, un conocimiento integral, del corazón, que
acaba transformándose en amistad, porque ésta es la consecuencia lógica
de la relación de quien ama y de quien es amado; de quien sabe que puede
confiar plenamente.
Es Dios Padre quien le ha confiado el
cuidado de sus ovejas. Todo es fruto del amor de Dios Padre entregado a
su Hijo Jesucristo. Jesús cumple la misión que le ha encomendado su
Padre, que es la cura de sus ovejas, con una fidelidad que no permitirá
que nadie se las arrebate de su mano, con un amor que le lleva a dar la
vida por ellas, en comunión con el Padre porque «Yo y el Padre somos
uno» (Jn 10,30).
Es aquí precisamente donde radica la fuente de
nuestra esperanza: en Cristo Buen Pastor a quien queremos seguir y la
voz del cual escuchamos porque sabemos que sólo en Él se encuentra la
vida eterna. Aquí encontramos la fuerza ante las dificultades de la
vida, nosotros, que somos un rebaño débil y que estamos sometidos a
diversas tribulaciones.
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«Yo soy el buen pastor» + Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)
Hoy, nos dice Jesús: «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11). Comentando
santo Tomás de Aquino esta afirmación, escribe que «es evidente que el
título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un
pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los
fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre».
Todo comenzó con la Encarnación, y Jesús lo cumplió a lo largo de su
vida, llevándolo a término con su muerte redentora y su resurrección.
Después de resucitado, confió este pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a
la Iglesia hasta el fin del tiempo.
A través de los pastores,
Cristo da su Palabra, reparte su gracia en los sacramentos y conduce al
rebaño hacia el Reino: Él mismo se entrega como alimento en el
sacramento de la Eucaristía, imparte la Palabra de Dios y su Magisterio,
y guía con solicitud a su Pueblo. Jesús ha procurado para su Iglesia
pastores según su corazón, es decir, hombres que, impersonándolo por el
sacramento del Orden, donen su vida por sus ovejas, con caridad
pastoral, con humilde espíritu de servicio, con clemencia, paciencia y
fortaleza. San Agustín hablaba frecuentemente de esta exigente
responsabilidad del pastor: «Este honor de pastor me tiene preocupado
(…), pero allá donde me aterra el hecho de que soy para vosotros, me
consuela el hecho de que estoy entre vosotros (…). Soy obispo para
vosotros, soy cristiano con vosotros».
Y cada uno de nosotros,
cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos, les
amamos y les obedecemos. También somos pastores para los hermanos,
enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido,
compartiendo preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con
todo el corazón. Nos desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el
mundo familiar, social y profesional hasta dar la vida por todos con el
mismo espíritu de Cristo, que vino al mundo «no a ser servido, sino a
servir» (Mt 20,28).