12 junio, 2012

San Onofre



Oh, San Onofre, vos, sois el hijo
del Dios de la vida, y, su amado
ermitaño. Y, que, gracias al Abad
San Panufcio, quien, moribundo
os encontró, nadie sabría de vos.
En una cueva morabais, donde
siglos atrás, los faraones reinaron,
tributo rindiendo a falsos dioses.
Vos, creatura del Dios vivo, la
soledad amabais, porque en ella,
cada día, perseguíais elevaros
interior y espiritualmente, y que,
alcanzasteis antes de entregar
vuestra alma al Dios eterno. Hoy,
vuestro estilo de vida, lo estiman
como pérdida de tiempo insulso. Os,
dedicabais a la constante oración y,
luego de ella, a consejos dar entre
vuestros hermanos, compartiendo
vuestra personal experiencia, dejando
que el alma rebose solo amor de
Dios, para que ellos, descubrirlo y
amarlo, pudiesen. Y, así, alcanzar por
la Gracia, la curación, la salud y la eterna
salvación. Y, Dios, os había visto. Y, no
quedó duda en Él, porque, os premió
con justicia, con corona de eterna luz;
oh, San Onofre, “oración y caridad”.


© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
_____________________________

12 de Junio
San Onofre
Ermitaño


Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de la Tebaida.

Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y espiritual.

A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos definitivos o las decisiones comprometedoras de por vida no están de moda. Onofre, sin embargo, nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra.

Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo requería. ¿Nada más? Y… nada menos: dejar que el alma rebose amor de Dios para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como la gran curación, la gran salud, la gran salvación.

Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo sería aún más relativo de lo que es.

¡Estaríamos buenos!

Gracias, san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu testimonio.