Día litúrgico: 29 de Diciembre (Día quinto de la octava de Navidad)
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): Cuando se cumplieron
los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a
Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del
Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en
sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice
en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado
Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de
Israel; y en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el
Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del
Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres
introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre
Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes,
según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto
mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los
pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía
de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto
para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de
que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
__________________________«Ahora, Señor, puedes (…) dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación»
Chanoine Dr. Daniel MEYNEN (Saint Aubain, Namur, Bélgica)
Hoy, 29 de diciembre, festejamos al santo Rey David. Pero es a toda
la familia de David que la Iglesia quiere honrar, y sobre todo al más
ilustre de todos ellos: ¡a Jesús, el Hijo de Dios, Hijo de David! Hoy,
en ese eterno “hoy” del Hijo de Dios, la Antigua Alianza del tiempo del
Rey David se realiza y se cumple en toda su plenitud. Pues, como relata
el Evangelio de hoy, el Niño Jesús es presentado al Templo por sus
padres para cumplir con la antigua Ley: «Cuando se cumplieron los días
de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén
para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo
varón primogénito será consagrado al Señor» (Lc 2,22-23).
Hoy, se eclipsa la vieja profecía para dejar paso a la nueva: Aquel, a
quien el Rey David había anunciado al entonar sus salmos mesiánicos,
¡ha entrado por fin en el Templo de Dios! Hoy es el gran día en que
aquel que San Lucas llama Simeón pronto abandonará este mundo de
oscuridad para entrar en la visión de la Luz eterna: «Ahora, Señor,
puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han
visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos
los pueblos» (Lc 2,29-32).
También nosotros, que somos el Santuario de Dios en el que su
Espíritu habita (cf. 1Cor 3,16), debemos estar atentos a recibir a Jesús
en nuestro interior. Si hoy tenemos la dicha de comulgar, pidamos a
María, la Madre de Dios, que interceda por nosotros ante su Hijo: que
muera el hombre viejo y que el nuevo hombre (cf. Col 3,10) nazca en todo
nuestro ser, a fin de convertirnos en los nuevos profetas, los que
anuncien al mundo entero la presencia de Dios tres veces santo, ¡Padre,
Hijo y Espíritu Santo!
Como Simeón, seamos profetas por la muerte del “hombre viejo”! Tal
como dijo el Papa San Juan Pablo II, «la plenitud del Espíritu de Dios
viene acompañada (…) antes que nada por la disponibilidad interior que
proviene de la fe. De ello, el anciano Simeón, ‘hombre justo y piadoso’,
tuvo la intuición en el momento de la presentación de Jesús en el
Templo».
_________________________________«Han visto mis ojos tu salvación»
Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)
Hoy contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el Templo,
cumpliendo la prescripción de la Ley de Moisés: purificación de la madre
y presentación y rescate del primogénito.
La situación la describe san Josepmaría Escrivá, en el cuarto
misterio de gozo de su libro Santo Rosario, invitando a involucrarnos en
la escena: «Esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las
tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si
estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a
pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?
»¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y,
por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que
abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas
la miseria de nuestro corazón».
Vale la pena aprovechar el ejemplo de María para “limpiar” nuestra
alma en este tiempo de Navidad, haciendo una sincera confesión
sacramental, para poder recibir al Señor con las mejores disposiciones.
Así, José presenta la ofrenda de un par de tórtolas, pero sobre todo
ofrece su capacidad de sacar adelante, con su trabajo y con su amor
castísimo, el plan de Dios para la Sagrada Familia, modelo de todas las
familias.
Simeón ha recibido del Espíritu Santo la revelación de que no moriría
sin ver a Cristo. Va al Templo y, al recibir en sus brazos lleno de
alegría al Mesías, le dice: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu
salvación» (Lc 2,29-30). En esta Navidad, con ojos de fe contemplemos a
Jesús que viene a salvarnos con su nacimiento. Así como Simeón entonó el
canto de acción de gracias, alegrémonos cantando delante del belén, en
familia, y en nuestro corazón, pues nos sabemos salvados por el Niño
Jesús.
(http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-12-29)