El Tepeyac de testigo mudo y Vos
Santa Madre de Dios a Juan Diego
Diciendo: “Juanito, Juan Dieguito”
El mas pequeño de mis hijos hijito
Mío” Señora Nuestra vestida de sol.
¡Oh! Señora Nuestra de Gudalupe
Rosas de Castilla en pleno invierno y
En el manto aquél, plasmada quedó
Vuestra figura, para toda la eternidad
Señora Nuestra, Madre del Dios vivo
Porque Dios Padre así, así lo quizo.
¡Oh!, Santa Reyna de la Paz
¡Oh!, Celestial Patrona del mundo
¡Oh!, Emperatriz de América
¡Oh!, Señora Nuestra de Guadalupe
¡Oh!, Señora Amada del Cielo
¡Oh!, Santa Madre del Dios Vivo.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de Diciembre
Nuestra Señora de Guadalupe
“Virgen María de Guadalupe, dulce Señora y Madre nuestra, nos
volvemos a ti para agradecerte de todo corazón que hayas querido que la
canonización de tu fiel servidor, Juan Diego, “el más pequeño de tus
hijos”, haya sido aquí, en tu “casita sagrada” del Tepeyac.
“Madre, te pedimos fervientemente que esta canonización sirva para
para impulsar la Nueva Evangelización en toda América y en el mundo
entero. Que Juan Diego, a quien podemos ya venerar como santo, sea un
verdadero modelo de vida cristiana para “todos los moradores de estas
tierras y demás amadores tuyos que invocan tu nombre”.
Súplica a la Virgen de Guadalupe, pronunciada por el Santo Padre Juan Pablo II; durante la Misa de Canonización de San Juan Diego
el 31 de julio, 2002
el 31 de julio, 2002
EL NICAN MOPOHUA
Es el relato de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe al
Beato Juan Diego, indígena azteca, ocurridas del 9 al 12 de diciembre de
1531. Escrito originalmente en la lengua náhuatl, todavía en uso en
varias regiones de México. Las dos palabras iniciales Nican Mopohua se
han usado por antonomasia para identificar este relato, aunque muchos
documentos indígenas comienzan igual. El título completo es: “Aquí se
cuenta se ordena como hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta
Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de
renombre Guadalupe”. Es la principal fuente de nuestro conocimiento del
Mensaje de la Sma. Virgen al Beato Juan Diego, a México y al Mundo. La
copia más antigua se halla en la Biblioteca Pública de Nueva York Rare
Books and Manuscripts Department. The New York Public Library, Astor,
Lenox and Tilden Foundation.
EL AUTOR
Se atribuye a Don Antonio Valeriano (1520?-1605?) sabio indígena
aventajado discípulo de Fr. Bernardino de Sahagún. Don Antonio recibió
la historia de labios del vidente, muerto en 1548.
EL ARGUMENTO
Se narra la Evangelización de una cultura por la intervención de Dios
y de la Santísima Virgen. Leyendo entre líneas y más, desde la óptica
náhuatl, se percata uno de cómo esta Evangelización empapó hasta las más
íntimas fibras de la cultura pre-hispánica.
Se lleva a cabo la unión de dos pueblos irreconciliables. En la
plenitud de los tiempos para América aparece María Santísima portadora
de Cristo. Hay una identificación de lo esencial de la Biblia: Cristo,
centro de la Historia- (Juan 3,14-16) con lo esencial del Nican Mopohua
(vv.26-27) y con lo esencial del mensaje glífico de la Imagen de Nuestra
Señora de Guadalupe: el Niño Sol que lleva en su vientre Santísimo.
LOS PROTAGONISTAS
La Virgen que pide un templo para manifestar a su Hijo. El Beato Juan
Diego, vidente y confidente de la Sma. Virgen. El Obispo Fr. Juan de
Zumárraga a cuya Autoridad se confía el asunto. El Tío del Beato Juan
Diego, sanado milagrosamente. Los criados del Obispo que siguen al Beato
Juan Diego. Lo espían. La ciudad entera que reconoce lo sobrenatural de
la imagen y entrega su corazón a la Sma. Virgen.
LAS APARICIONES
Relato de las apariciones de acuerdo al Nican Mopohua, el escrito más
antiguo que existe sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Primera Aparición
Era sábado muy de madrugada cuando Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.
Al llegar junto al cerrito llamado Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar
arriba del cerro; semejaba canto de varios pájaros; callaban a ratos las
voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto,
muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y
de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego para ver y dijo para sí: “¿Por ventura soy digno
de lo que oigo?, ¿Quizás sueño?, ¿Me levanto de dormir?, ¡Dónde estoy?,
¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros
mayores?, ¿Acaso ya en el cielo?”
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde
procedía el precioso canto celestial. Y así que cesó repentinamente y se
hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrito y le
decían: “Juanito, Juan Dieguito.”
Luego se atrevió a ir a donde le llamaban. No se sobresaltó un punto,
al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le
llamaban.
Cuando llegó a la cumbre vio a una señora, que estaba allí de pie y
que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia, se maravilló mucho
de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el
risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba
una ajorca de piedras preciosas; y relumbraba la tierra como el arco
iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se
suelen dar parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus
ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, cual
de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: “¿Juanito, el mas pequeño
de mis hijos, dónde vas?”
El respondió: “Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor”. Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad. Le dijo: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y
dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra
piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta
tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír
allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del
Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que
deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto
has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo
agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que
yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te
encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño,
anda y pon todo tu esfuerzo.”
Juan Diego contestó: “Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.”
Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.”
Segunda Aparición
Habiendo entrado sin delación en la ciudad, Juan Diego se fue en
derechura al palacio del obispo que era el prelado que muy poco antes
había venido y se llamaba Fray Juan de Zumárraga, religioso de San
Francisco. Apenas llegó trató de verle; rogó a sus criados que fueran a
anunciarle. Y pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que había
mandado el señor Obispo que entrara.
Luego que entró, en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y
también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su
plática y su recado, pareció no darle crédito. El Obispo le respondió;
“Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde
el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido.” Juan
Diego salió y se vino triste, porque de ninguna manera se realizó su
mensaje.
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrito, y
acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo
donde le vio la primera vez: “Señora, la mas pequeña de mis hijas. Niña
mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato, le vi y le expuse tu
mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con
atención; pero en cuanto me respondió, apareció que no lo tuvo por
cierto. Me dijo: Otra vez vendrás, te oiré mas despacio, veré muy desde
el principio el deseo y voluntad con que has venido. Comprendí
perfectamente en la manera que me respondió que piensa que es quizás
invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no
es de orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña
mía, que a alguno de los principales, conocido y respetado y estimado,
le encargues que lleve tu mensaje, para que le crean; porque yo soy solo
un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola,
soy hoja, soy gente menuda, y tú, Niña mía, la mas pequeña de mis
hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña
mía.”
Le respondió la Santísima Virgen: “Oye, hijo mío el mas pequeño, ten
entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo
encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo
punto preciso que tu mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se
cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el mas pequeño, y con rigor
te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi
nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por
obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la
siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”
Respondió Juan Diego: “Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción;
de muy buena gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré de
hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad, pero
acaso no seré oído con agrado; o si fuese oído, quizás no me creerá.
Mañana en la tarde cuando se ponga el sol vendré a dar razón de tu
mensaje, con lo que responda el prelado. ya me despido, Hija mía, la mas
pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entretanto”. Luego se fue él a
descansar a su casa.
Tercera Aparición
Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se
vino derecho a Tlatilolco a instruirse de las cosas divinas y estar
presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. casi a las diez,
se aprestó, después de que se oyó Misa y se hizo la cuenta y se dispersó
el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor Obispo.
Apenas llegó, hizo todo empeño para verle: otra vez con mucha dificultad
le vio; se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el
mandato de la Señora del Cielo, que ojalá que creyera su mensaje y la
voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo donde manifestó que lo
quería. El señor Obispo, para cerciorarse le preguntó muchas cosas,
donde la vio y cómo era; y el refirió todo perfectamente al señor
Obispo. Más aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto
había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre
Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin
embargo, el (Obispo) no le dio crédito y dijo que no solamente por su
plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy
necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la
misma Señora del cielo. Así que lo oyó dijo Juan Diego al Obispo:
“Señor, mira cual ha de ser la señal que pides; que luego iré a
pedírsela a la Señora del Cielo que me envió acá.” Viendo el Obispo que
ratificaba todo sin dudar ni retractar nada, le despidió. Mandó
inmediatamente unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le
vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y
hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó la calzada;
los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del
Tepeyacac, le perdieron; y aunque más buscaran por todas partes, en
ninguna le vieron.
Así es que se regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino
también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a
informar al señor Obispo, inclinándose a que no le creyera: le dijeron
que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o que
únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si
otra vez volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca
más mintiera y engañara. Entre tanto, Juan Diego estaba con la
Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor Obispo; la
que oída por la Señora le dijo: “Bien está hijito mío, volverás aquí
mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te
creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete,
hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por
mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo.”
Cuarta Aparición
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna
señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un
tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado enfermedad, y
estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya
no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de
madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que
fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era
tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.
El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a
Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que
sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyacac, hacia el poniente por
donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me
vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve la
señal al prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos
deje y primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo
está ciertamente aguardando.” Luego dio vuelta al cerro; subió por entre
él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y
que no le detuviera la Señora del Cielo. Pensó que por donde dió la
vuelta no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio
bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes
él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Que
hay, hijo mío el más pequeño?, ¿a dónde vas?”. Se apenó él un poco, o
tuvo verguenza, o se asustó. Se inclinó delante de ella y la saludó,
diciendo: “Niña mía, la mas pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés
contenta. ¿Como has amanecido?, ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía?
Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre
siervo tuyo, mi tío: le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy
presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los sacerdotes amados de
Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que
nacimos vinimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero sí voy a
hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje.
Señora y Niña mía, perdóname, tenme por ahora paciencia; no te engaño.
Hija mía la mas pequeña, mañana vendré a toda prisa.”
Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima
Virgen: “Oye y ten entendido hijo mío el mas pequeño, que es nada lo que
te asusta y aflije; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni
otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy tu
Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por
ventura en mi regazo?, ¿Qué mas has menester?. No te apene ni te
inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá
ahora de ella; está seguro de que sanó.” (Y entonces sanó su tío, según
después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del
Cielo consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes se
despachara a ver al señor Obispo, a llevarle alguna señal y prueba, a
fin de que creyera.
La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del
cerrito, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el mas pequeño, a
la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te di órdenes, hallarás
que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida
baja y tráelas a mi presencia.” Al punto subió Juan Diego al cerrillo. Y
cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado
tantas varias exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se
dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo. Estaban muy fragantes y
llenas del rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego
empezó a cortarlas; las juntó todas y las hecho en su regazo.
La cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores,
porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si
se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que
todo lo come y echa a perder el hielo. Bajó inmediatamente y trajo a la
Señora del Cielo las diferentes flores que fue a cortar; la que, así
como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo,
diciéndole: “Hijo mío el mas pequeño, esta diversidad de flores es la
prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en
ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy
digno de confianza.
Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu
manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé
subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que
viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su
ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”
Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por
la calzada que viene derecho a México; ya contento y seguro de salir
bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera
que algo se le soltara de las manos, gozándose en la fragancia de las
variadas hermosas flores.
EL MILAGRO DE LA IMAGEN
Al llegar Juan Diego al palacio del Obispo salieron a su encuentro el
mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó que le dijeran que
deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le
oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que solo
los molestaba, porque les era inoportuno; además ya les habían informado
sus compañeros que le perdieron de vista, cuando habían ido en su
seguimiento. Largo rato estuvo esperando Juan Diego. Como vieron que
hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada,
decidieron llamarlo por si acaso; además, al parecer traía algo que
portaba en su regazo, por lo que se acercaron a él, para ver lo que
traía y satisfacerse. Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que
traía, y que por eso le habían de molestar, empujar y aporrear,
descubrió un poco que eran flores; y al ver que todas eran diferentes, y
que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo
de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, y tan abiertas, tan
fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no
tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; porque
cuando iban a cogerlas ya no se veían verdaderas flores, sino que les
parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta. Fueron luego a
decirle al señor Obispo lo que habían visto y que pretendía verle el
indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso
aguardaba, queriendo verle.
Cayó, al oírlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la
prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito.
En seguida mandó que entrara a verle. Luego que entró, se humilló
delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que
había visto y admirado, y también su mensaje. (Juan Diego) le dijo:
“Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora
del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para
poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo
erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte
alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a
tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba
para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez
viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había
dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre
del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias
flores. Después que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su
mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en
persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo
no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos riscos,
abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui
llegando a la cumbre del cerrillo vi que estaba en el paraíso, donde
había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes
de rocío, que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de
entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y
cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra
y de mi mensaje. Hélas aquí: recíbelas.”
Desenvolvió luego su manta, pues tenía en su regazo las flores; y así
que se esparcieron por el suelo todas las diferentes flores, se dibujó
en ella de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María,
Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del
Tepeyacac, que se nombra Guadalupe. Luego que la vio el señor Obispo, él
y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la admiraron; se
levantaron a verla, se entristecieron y acongojaron, mostrando que la
contemplaron con el corazón y el pensamiento. El señor Obispo con
lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su
voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató del cuello de Juan
Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la
Señora del Cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día
mas permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que aún le detuvo. Al
día siguiente le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del
Cielo que le erijan su templo.” Inmediatamente se invitó a todos para
hacerlo.
EL MISTERIO DE LOS OJOS DE LA VIRGEN
El 27 de marzo de 1956. En lo que constituye el primer reporte
emitido por un médico sobre los ojos de la imagen, él certifica la
presencia del triple reflejo (Efecto de Samson-Purkinje) característico
de todo ojo humano normal vivo y afirma que las imágenes resultantes se
ubican exactamente donde deberían estar según el citado efecto, y
también que la distorsión de las imágenes concuerda perfectamente con la
curvatura de la córnea. Ese mismo año otro oftalmólogo, el Dr. Rafael
Torrija Lavoignet, examinó los ojos de la imagen ya con mas detenimiento
y con la utilización de un oftalmoscopio.
El Dr. Lavoignet reporta la aparente figura humana en las córneas de
ambos ojos, con la ubicación y distorsión propias de un ojo humano
normal, notando además una inexplicable apariencia “viva” de los ojos al
ser examinados. Varias otras inspecciones de los ojos han sido
realizadas por médicos oftalmólogos luego de éstas iniciales. Con
mayores o menores detalles todas concuerdan en general con las dos
primeras aquí expuestas. en 1979, por el Dr. José Aste Tonsmann, un
graduado de la Universidad de Cornell trabajando para IBM en
procesamiento digital de imágenes, al digitalizar éste a altas
resoluciones una muy buena fotografía de la cara de la Virgen tomada
directamente de la tilma original. Luego de procesar las imágenes de los
ojos por diversos métodos para eliminar “ruidos” y destacar detalles el
Dr. Tonsmann realizó lo que serían increíbles descubrimientos: no
solamente era claramente visible en ambos ojos el “busto humano”, sino
también por lo menos otras cuatro figuras humanas eran también visibles
en ambos ojos.
El Dr. Aste Tonsmann publicará en unos meses mas sus últimos estudios
efectuados sobre los ojos en la tilma, con completos detalles y
fotografías. Quizás uno de los aspectos mas fascinantes de su trabajo es
su opinión de que Nuestra Señora no solo nos dejara su imagen impresa
como prueba de su aparición sino también ciertos mensajes que
permanecieron escondidos en sus ojos para ser revelados cuando la
tecnología permitiese descubrirlos y en el tiempo en que fueran mas
necesarios.
APARICIÓN A JUAN BERNARDINO
No bien señaló Juan Diego dónde había mandado la Señora del Cielo que
se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su
casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave cuando le
dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y
disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado. Pero no
le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar vieron a
su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de
que llegara acompañado y muy honrado su sobrino; a quien preguntó la
causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho. Le respondió su
sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y
dispusiera, se le apareció en el Tepeyacac la Señora del Cielo; la que,
diciéndole que no se afligiera que ya su tío estaba bueno, con mucho se
consoló, le despachó a México, a ver al señor Obispo, para que le
edificara una casa en el Tepeyacac. Manifestó su tío ser cierto que
entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su
sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a ver al
Obispo. También entonces le dijo la Señora de cuando él fuera a ver al
Obispo, le revelara lo que vio y de que manera milagrosa le había
sanado; y que bien le nombraría, así como bien había de nombrarse su
bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.
Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que
viniera a informarle y atestiguar delante de él. A ambos, a él y a su
sobrino, los hospedó el Obispo en su casa algunos días, hasta que se
erigió el templo de la Reina en el Tepeyacac, donde la vio Juan Diego.
El señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada
Señora del Cielo: la sacó del oratorio de su palacio donde estaba, para
que toda la gente viera y admirara su imagen.
SAN JUAN DIEGO: “Juanito, Juan Dieguito”, le llamó la Virgen, “el mas pequeño de mis hijos… hijito mío.”
Página dedicada a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
EL CULTO GUADALUPANO
Su culto, localizado en un principio en el valle de México, más tarde
se extendió por todo el vasto territorio de la Nueva España y aún más
allá, y por todas partes dejó muy vivas manifestaciones de su presencia.
De una devoción circunscrita, en sus inicios, a los naturales, pasó a
ser la de los mestizos y los criollos, y pronto se universalizó. Todo
ello testimoniado por las muchas reproducciones de su imagen, por los
templos y altares que se le levantaron, por las obras devotas,
teológicas, históricas y literarias que a Ella se dedicaron.
SIGNIFICADO DEL GUADALUPANISMO
La virgen de Guadalupe, con gran regocijo popular, fue reconocida por
el papado y la monarquía española como la patrona de Nueva España. El
nuevo culto proporcionó fundamento espiritual autónomo para la iglesia
Mexicana, pues a partir de entonces se afirmó la idea de que la
cristiandad Americana surgió, gracias a la intervención de la virgen de
Guadalupe. Los criollos, los indígenas y las castas se unieron en la
veneración de la Guadalupana, que representaba a la patria criolla. Esta
veneración se convirtió en factor de unidad nacional. La imagen sería
invocada y expuesta como un remedio contra las sequías, las inundaciones
y las epidemias y, mas tarde, los insurgentes la adoptaron como
estandarte político. De este modo surgió un símbolo nacional, reconocido
por la inmensa mayoría de habitantes de Nueva España, símbolo que
liberó a los criollos de su origen español, los desligó de España y les
permitió identificarse con la tierra donde vivían.
LAS ESTRELLAS DEL MANTO
En el manto de la Virgen de Guadalupe se encuentra representado con
mucha fidelidad, el cielo del solsticio de invierno de 1531 que tuvo
lugar a las 10:40 del martes 12 de diciembre, hora de la ciudad de
México. Están representadas todas las constelaciones, que se extienden
en el cielo visible a la hora de la salida del sol, y en el momento en
que Juan Diego enseña su tilma (capa azteca) al obispo Zumárraga. En la
parte derecha del manto se encuentran las principales constelaciones del
cielo del Norte.
En el lado izquierdo las del Sur, visibles en la madrugada del
invierno desde el Tepeyac. El Este se ubica arriba y el Oeste en la
porción inferior. Como el manto está abierto, hay otros agrupamientos
estelares que no están señalados en la imagen, pero se encuentran
presentes en el cielo.
Así la Corona Boreal, se ubica en la cabeza de la Virgen, Virgo en su
pecho, a la altura de las manos, Leo en su vientre, justo sobre el
signo del Nahui Ollin, con su principal astro denominado Régulo, el
pequeño rey. Gemini, los gemelos, se encuentran a la altura de las
rodillas, y Orión, donde está el Ángel. En resumen, en el manto de la
Guadalupana se pueden identificar las principales estrellas de las
constelaciones de invierno. Todas ellas en su lugar, con muy pequeñas
modificaciones.
LA IMAGEN DESDE EL PUNTO DE VISTA ESTÉTICO
Con respecto a un análisis de la pintura de la Virgen de Guadalupe,
puede decirse que se trata de un cuadro de belleza extraordinaria. De
acuerdo con Alberti, en una pintura debe observarse en términos
generales el color, la línea y la composición. Con respecto a esta
última, se define como la unión armónica de las partes para formar un
todo, constituyendo unidad en la diversidad de los objetos. Una de las
formas más bellas de lograrla, es por medio de la llamada proporción
dorada, áurea o divina. Está formada por un cuadrado al que se le agrega
un rectángulo, para formar un espacio donde el lado menor corresponde
al mayor en una relación de 1 a 1.6181… denominada número áureo”.
Partiendo de la costura central de la Tilma de Juan Diego, la
proporción dorada se identifica con evidente claridad en la imagen de la
Virgen de Guadalupe. Ella le confiere una especial belleza y además, al
coincidir en su desarrollo, con prácticamente todos los elementos de la
figura, refuerza su integridad y refuta de manera contundente, la
extraña idea de que se le han hecho añadidos. Es también un importante
argumento, para demostrar el gran valor estético de la imagen, a la que
no se le puede añadir ni quitar de su lugar ningún elemento, sin
deteriorar su belleza. Hace también improbable, desde el punto de vista
estadístico, que se encuentren en la pintura tantas señales de
diferentes disciplinas, y que hayan sido fruto de la casualidad.
TEOLOGÍA DEL ACONTECIMIENTO GUADALUPANO
La palabra Teología da idea de experiencias y comunicaciones en torno
a Dios. El Acontecimiento Guadalupano es una compleja y rica irrupción
de Dios en nuestro mundo. María de Guadalupe se presenta como la Madre
de Dios, con los nombres con que es conocido por los mexicas, aztecas
habitantes del Valle de México. Se da a conocer como Madre de “In huel
nelli Teotl” -Verdadero Dios que es Raíz de Todo-, de “Ipalnemohuani”
-Aquel por Quien Vivimos y Todo se Mueve-, de “Teyocoyani” -Creador de
las Personas-, de “Tloque Nahuaque” -Creador del Cerca y del Junto-, de
“Ilhuicahua in tlacticpaque” -Señor del Cielo y de la Tierra. Es
importantísimo descubrir la manifestación de Dios a través de todo el
Evento Guadalupano. Los colores, los números, los nombres, los símbolos,
los procedimientos, los resultados… Es decir, a la luz de la cultura y
religión mexica.
El Evento Guadalupano es un verdadero Evangelio. Esta palabra,
proveniente del griego, quiere decir “Buenas Noticias”. Y en verdad el
Acontecimiento encierra diferentes Buenas Nuevas, y no solo una. La
Virgen de Guadalupe -Tlecuauhtlapcopeuh- es “La que Procede de la Región
de la Luz como Aguila de Fuego”-. Y el Fuego que la transforma en Sol
es el Niño-Sol que lleva en su seno. Es la Noticia portadora de Alegría.
Es Buena Noticia porque Guadalupe reivindica a Juan Diego en su
dignidad de persona, de protagonista responsable, capaz de llevar una
encomienda a su culminación exitosa.
Su Buena Noticia es una palabra eficaz. Cura sin duda al tío
Bernardino que ya agoniza a causa de una enfermedad mortal. Juan
Bernardino personifica al Pueblo Mexicano conquistado, abatido,
contagiado. Pero Guadalupe transforma al Tepeyacac en un jardín de
raras, exquisitas, frescas, aromáticas y significativas rosas. No era
tiempo ni el lugar apropiado para que las hubiera. Nuestra Señora
transforma también el corazón de quien se ubicaba en el Centro Religioso
Fray Juan de Zumárraga, para aceptar las indicaciones que vienen desde
la periferia. Tlatelolco reconocería la fuerza de lo verdadero que
emerge del mundo de los conquistados. De todos ellos se hará Eco y Voz
Santa María de Guadalupe desde el TEPEYAC.
LA FIESTA
Para los mexicanos la fiesta de la Virgen de Guadalupe es la más
importante a nivel nacional. Un gran número de personas desde diferentes
puntos del país acuden en peregrinación hasta el santuario o Basílica
de Guadalupe utilizando diferentes medios de transporte, ya que estos
van desde el ir en automóvil, autobús, bicicleta o simplemente a pie, lo
hacen con la finalidad de dar gracias por los favores recibidos, para
solicitarle ayuda o simplemente por tradición.
En la explanada de afuera del templo puedes ver danzas prehispánicos,
de la época colonial o bien un tanto modernos, si bien todos los
asistentes coinciden en una cosa, el gran amor que le profesan a la
“morenita”; la noche previa al gran día la virgencita recibe en su casa
“mañanitas” de parte de un gran número de personas, todas ellas
dispuestas a manifestar ese gran amor que sienten por ella por medio de
cantos (ahí puedes ver a gran número de artistas y grupos de famosos
cantándole a su reina y madre del cielo).
El pasado 12 de Diciembre de 1998, la Basílica de Nuestra Señora de
Guadalupe recibió la visita de aproximadamente 6 millones de fieles. Pío
X en 1910, la declaró “Celestial Patrona de América Latina” y Pío XII
la llamó en 1945, Emperatriz de las Américas.