de la Vida y su amado santo. Vuestros padres hijos no
tenían e hicieron una novena de ayunos, oraciones y
limosnas en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron
como respuesta de Ella, el nacimiento de vos, que, en
adelante seríais su honor y alegría. Os educaron con
los monjes benedictinos, demostrando inclinación hacia
el sacerdocio, que seguisteis gracias a vuestro obispo.
Ordenado sacerdote os nombró secretario y canónigo de
la catedral, pero éstos cargos nos os llenaban el alma.
Por ello, pedisteis ser nombrado para una pobre parroquia,
donde os sentisteis feliz. La teología se convirtió en
vuestra especialidad, y un día os invitaron a hacer el
sermón en honor de San Sebastián, el mismo que rebasó
todas las expectativas, creciendo vuestra popularidad.
Más adelante, os sobrevino una grave enfermedad con
peligro de perder vuestra vida, y vos, prometisteis a
Dios que si os devolvía la salud, entraríais de religioso.
Y, así fue. Dios os concedió la salud y vos, entrasteis
de religioso agustino. En el noviciado os pusieron a
lavar platos y barrer corredores y desyerbar los campos
y jardines, y vos, siendo todo un doctor, lo hacíais con
gran humildad y total esmero. Un día, mientras servíais
el vino a la comunidad, multiplicasteis el poco de vino
que os quedaba, y lo servisteis a muchos comensales y os
sobró vino. A vos, nadie os ganaba con el cumplimiento
de vuestros deberes, penitencias, obediencia y humildad.
Erais un predicador elocuente y vuestros sermones empezaron
a transformar a las gentes. Como persona erais un hombre
amable con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento
y amigo de dedicar largo tiempo a la meditación y a la
oración. Las gentes cuando os veían rezar decían: “parece
un ángel”. El estudio que más os agradaba era el de la
Sagrada Biblia, porque con su lectura comprendíais y
amabais más, la palabra de Dios. Pasabais todo el día
visitando enfermos, poniendo paz entre las familias
desunidas y ayudando a los pobres, tanto que se os olvidaba
de ir a alimentaros. Erais muy duro en la confesión, de
manera especial con los que no querían enmendarse y se
confesaban sólo para comulgar. Vuestra palabra, transformó
a muchos que estaban impasibles en sus vicios y malas
costumbres. Tardabais mucho en celebrar la Santa Misa,
pero vos, veíais a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y
al verlo os quedabais en éxtasis y ya no eras capaz de
proseguir con la celebración. Predicabais fuerte contra
los ricos que explotan a los pobres. Cierto rico, amargado
por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes para que
atentaran contra vos. Pero cuando llegaron junto vos,
sintieron un gran terror que no fueron capaces de mover
sus manos. En otra ocasión, hablasteis contra los gamonales
que no pagaban lo justo a sus campesinos y desde entonces
no os permitieron volver a predicar en ese pueblo. Vuestros
preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres
y los ancianos, para ellos recogíais limosnas y buscabais
albergues. A las muchachas en peligro les conseguíais
familias dignas que les dieran amor, sanas ocupaciones y
las protegieran. Vos, hicisteis frecuentes milagros y
salvasteis a Salamanca de la peste del tifo con vuestras
oraciones. Un día, un joven cayó a un hondo pozo y vos
lo sacasteis con solo vuestra correa, y, sin saber cómo,
salió el joven desde el fondo. La gente se puso a gritar
“¡Milagro! ¡Milagro!”, pero vos, os escondisteis para no recibir
ninguna felicitación. Salamanca estaba en sequía, pero vos
dijisteis que con vuestra muerte llegarían lluvias abundantes.
Y así sucedió: apenas entregasteis vuestra alma a Dios,
enseguida llegaron copiosas lluvias. Y, así, y luego de
haber gastado vuestra vida, en buena lid, voló vuestra alma
al cielo para coronada ser con corona de luz, por vuestro amor;
¡Oh! San Juan de Sahagún «vivo amor por el Dios de la Vida».
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
12 de Junio
San Juan de Sahagún
Predicador y taumaturgo
Sahagún
es una cuidad de España, y allá nació nuestro santo en el año 1430. Sus
padres no tenían hijos y dispusieron hacer una novena de ayunos,
oraciones y limosnas en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el
nacimiento de este que iba a ser su honor y alegría.
Educado
con los monjes benedictinos, demostró muy buena inclinación hacia el
sacerdocio y el señor obispo lo hizo seguir los estudios sacerdotales y
después de ordenado sacerdote lo nombró secretario y canónigo de la
catedral. Pero estos cargos honoríficos no le agradaban, y pidió
entonces ser nombrado para una pobre parroquia de arrabal.
Después
de varios años de sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en
teología y se matriculó como un estudiante ordinario en la Universidad
de Salamanca. Allí estuvo cuatro años hasta completar todos sus estudios
teológicos. Al principio era bastante desconocido pero un día fue
invitado a hacer el sermón en honor de San Sebastián, patrono de uno de
los colegios, y su predicación agradó tanto que empezó a ser muy popular
entre la gente de la ciudad.
Y sucedió que le sobrevino una
gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había más remedio
que hacerle una difícil operación quirúrgica (y con los métodos tan
primarios de ese tiempo). Fue entonces cuando prometió a Dios que si le
devolvía la salud mejoraría totalmente sus comportamientos y entraría de
religioso. Dios le concedió la salud y Juan entró de religioso
agustino.
En el noviciado lo pusieron a lavar platos y barrer
corredores y desyerbar campos, y siendo todo un doctor, lo hacía todo
con gran humildad y total esmero. Después lo pusieron a servir el vino a
la comunidad, y todavía se conserva la vasija con la cual hizo el
milagro de que con un poco de vino sirvió a muchos comensales y le sobró
vino. En cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia y
en humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos.
El
convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran
santidad, pero desde que Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama
creció enormemente. Era un predicador muy elocuente y sus sermones
empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos
que se atacaban sin misericordia y el santo trabajó incansablemente
hasta que logró que los cabecillas de los partidos se amistaran y
firmaran un pacto de paz, y se acabaron la violencia y los insultos.
Los
biógrafos dicen que Fray Juan era un hombre de una gran amabilidad con
todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y muy amigo de dedicar largos
ratos a la oración. Las gentes cuando lo veían rezar decían: “parece un
ángel”. El estudio que más le agradaba era el de la Sagrada Biblia,
para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A veces gastaba
todo el día visitando enfermos, tratando de poner paz en familias
desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.
Algunos
lo criticaban porque en la confesión era muy rígido con los que no
querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar, sin tener
propósito de volverse mejores. Pero su rigidez transformó a muchos que
estaban como adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse
con él era empezar a enmendarse.
Otro defecto que le criticaban
sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa.
Pero para ello había una explicación: y es que nuestro santo veía a
Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y al verlo se quedaba como en
éxtasis y ya no era capaz por mucho rato de proseguir la celebración.
Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas porque les parecían más
fervorosas que las de otros sacerdotes.
San Juan de Sahagún
predicaba muy fuerte contra los ricos que explotan a los pobres. Y una
vez un rico, amargado por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes
para que atalayaran al santo y le dieran una paliza. Pero cuando
llegaron junto a él sintieron tan grande terror que no fueron capaces de
mover las manos. Luego confesaron muy arrepentidos que los había
invadido un temor reverencial y que no habían sido capaces de golpearlo.
En
un pueblo habló muy fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo
debido a los campesinos y desde entonces aquellos ricachones no le
permitieron volver a predicar en ese pueblo. Sus preferidos eran los
huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos
recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas en
peligro les conseguía familias dignas que les dieran sanas ocupaciones y
las protegieran.
Hizo frecuentes milagros, y obtuvo con sus
oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante la vida del santo, de
la peste del tifo negro, que azotaba a otras regiones cercanas. Un
joven se cayó a un hondo pozo. Fray Juan le alargó su correa y, sin
saber cómo, salió el joven desde el abismo, prendido de la tal correa.
La gente se puso a gritar “¡Milagro! ¡Milagro!”, pero él se escondió
para no recibir felicitaciones.
Salamanca sufría un terrible
verano. El les anunció que con su muerte llegarían lluvias abundantes. Y
así sucedió: apenas murió, enseguida llegaron muy copiosas y
provechosas lluvias. Y sucedió que un hombre que tenía una amistad de
adulterio con una mala mujer, al escuchar los sermones de Fray Juan, se
apartó totalmente de tan dañosa amistad. Entonces aquella pérfida y
malvada exclamó: “Ya verá el tal predicador que no termina con vida este
año”. Y mandó echar un veneno en un alimento que el santo iba a tomar.
Desde entonces Fray Juan empezó a enflaquecerse y a secarse, y en aquel
mismo año de 1479, el santo predicador murió de sólo 49 años.
A
su muerte, dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y
la vida espiritual de sus oyentes renovada de manera admirable. Que Dios
nos mande muchos valientes predicadores como San Juan de Sahagún. Dijo
Jesús: El que pierda su vida por mi en este mundo, la salvará para la
vida eterna (Jn. 12, 25).
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_Sahagún.htm)