Oh, San Andrés Avelino; vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo, y, fuisteis también, y porque
quiso Dios, el mismo letrado, que,
al leer en el Libro Santo, la frase:
“La boca que miente, mata el alma”,
suficiente argumento, para abandonarlo
todo. Así, pues, supisteis que, volveríais
jamás a ser como antes y por ello
os entregasteis, con pasión y amor,
a abrazar la Cruz de Cristo, atrás
dejando fama, posición y dinero, para
el uniforme de sacerdote vestir y con
él, deslumbrar a propios y extraños,
usando vuestra palabra, por donde
fuerais, maravillas y milagros haciendo.
Había dicho Nuestro Señor Jesucristo:
“Quien renuncie a algo importante por
amor a mí, recibirá cien veces más”.
Y, claro, vos, lo recibisteis. Hoy, gozáis
de las alegrías del cielo, coronado de luz,
como premio justo, a vuestro gran amor;
oh San Andrés Avelino; “luz y esperanza”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Noviembre
San Andrés Avelino
Año 1608
San Andrés Avelino
Año 1608
Que Dios que es tan
bueno y tan generoso, nos envíe muchos predicadores que como San Andrés Avelino
conviertan a los pecadores que asistan a sus sermones.
Quien renuncie a algo
importante por amor a mí, recibirá cien veces más (Jesucristo).
El hecho más conocido de
este santo es que siendo un abogado de fama, un día en un pleito dijo una
mentira, pero luego leyó en la S. Biblia la frase que dice: “La boca que
miente, mata el alma”, y se asustó tanto que dejó la abogacía y se dedicó al
sacerdocio, a predicar y salvar almas.
San Andrés Avelino nació en
Nápoles (Italia) en 1521. Entró a la comunidad de Padres Teatinos y allí dio
tales muestras de sabiduría, que fue nombrado maestro de novicios y superior.
San Carlos Borromeo, que era
Arzobispo de Milán, quedó tan admirado de las cualidades de ciencia y de
santidad de San Andrés que pidió a los superiores de esa comunidad que se lo
enviaran a Milán, y lo obtuvo, consiguiendo con ello un gran progreso para su
ciudad, porque las predicaciones de Avelino convertían muchos pecadores.
Había un convento muy relajado y
San Carlos envió al Padre Andrés a tratar de reformarlo. Lo amenazaron de
muerte si se atrevía a entrar allá, pero fue valiente y acabó con todos los
abusos. En la ciudad de Piacenza su predicación produjo un cambio tan grande en
las costumbres, que los cantineros y dueños de casas de juegos se quejaron ante
el gobernador porque se les había acabado la clientela. El gobernador llamó al
santo para que le diera explicaciones y este le habló tan hermosamente acerca
de lo importante que es evitar el pecado y salvar el alma, que desde ese día la
esposa del gobernante lo escogió como director espiritual.
En su ciudad de Nápoles
su predicación convertía miles de pecadores, y él acompañaba sus palabras con
admirables milagros y sanaciones. San Andrés Avelino murió a la edad de 80 años
en noviembre de 1608, y murió en el preciso momento en el que empezaba la santa
misa. Al hacer la señal de la cruz para comenzar la celebración, cayó muerto de
un ataque de apoplejía.
Acudieron grandes
multitudes a visitarlo en su ataúd, y durante 72 horas su cadáver echó sangre
cada vez que le hicieron alguna pequeña cortada. Esa sangre la recogieron en
frascos, y cuatro años después empezó a hervir, en el aniversario e su muerte.