¡Oh!, Nuestra Señora, Virgen de los Dolores, siete
vuestros dolores, los que os acompañaron hasta
el pie de la Cruz: la profecía de Simeón, vuestra
huida a Egipto, los tres días en que Vuestro
amadísimo hijo Jesús, perdido estuvo, el encuentro
con Él, la Cruz llevando, su Muerte en el Calvario,
su Descendimiento y la colocación en el sepulcro.
vuestros dolores, los que os acompañaron hasta
el pie de la Cruz: la profecía de Simeón, vuestra
huida a Egipto, los tres días en que Vuestro
amadísimo hijo Jesús, perdido estuvo, el encuentro
con Él, la Cruz llevando, su Muerte en el Calvario,
su Descendimiento y la colocación en el sepulcro.
¿Qué valor para superar aquél dolor? Soldadesca,
gritos, escupitajos, insultos, vinagre en vez
de agua, lanza en su costado y vuestro amado Hijo,
sin chistar nada. Y, Vos, igual; hecha lágrimas
de sangre. Permitidnos, pues; Corredentora nuestra,
marchar junto a Vos, compartiendo vuestro sufrir
y en cada palpitar, suplicaros que intercedáis
por la humanidad toda, para que, al veros, vuestra
fe y valor, ellos se apoderen de nosotros, y
juntos, comprender podamos el amor infinito e
inescrutable de Vuestro Hjo, Jesucristo, que,
siendo Dios, humano se hizo para convivir entre
nosotros como uno más, igual en todo, jamás,
en el pecado, y a quien Vos, le disteis vuestra
humanidad, y Dios Padre su maravillosa divinidad
¡Oh!, Señora Nuestra, Virgen de los Dolores, “luz”.
gritos, escupitajos, insultos, vinagre en vez
de agua, lanza en su costado y vuestro amado Hijo,
sin chistar nada. Y, Vos, igual; hecha lágrimas
de sangre. Permitidnos, pues; Corredentora nuestra,
marchar junto a Vos, compartiendo vuestro sufrir
y en cada palpitar, suplicaros que intercedáis
por la humanidad toda, para que, al veros, vuestra
fe y valor, ellos se apoderen de nosotros, y
juntos, comprender podamos el amor infinito e
inescrutable de Vuestro Hjo, Jesucristo, que,
siendo Dios, humano se hizo para convivir entre
nosotros como uno más, igual en todo, jamás,
en el pecado, y a quien Vos, le disteis vuestra
humanidad, y Dios Padre su maravillosa divinidad
¡Oh!, Señora Nuestra, Virgen de los Dolores, “luz”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de septiembre
Nuestra Señora, Virgen de los Dolores
Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor
devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días
que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su
Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.
Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a
suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de
nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: “Este niño
debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de
Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma
una espada te atravesará el alma” (Lc 2,34).
El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el
mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como
el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo
sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la
Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el
amor se prueba con el sacrificio.
No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino
por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor
dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La
Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.
La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número
porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con
frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con
paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el
dolor de los pecados.
La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y
llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella
quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue
en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre.
Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.
La Palabra de Dios
“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para
caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción
-¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden
al descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con
su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se
apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba
del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que
cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a
su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos
los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
“Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta
y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén,
sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana,
hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y
conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su
busca.” Lc 2, 34-45
“Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo,
¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te
andábamos buscando.” Lc 2, 48 “Vosotros, todos los que pasáis por el
camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta,”
Lam 1, 12
Oración propia de la Novena
¡Santísima y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de
los Mártires! Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría
tu Hijo. Por la espada de dolor que te traspasó entonces, por el
incesante sufrimiento de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres
recompensada de tus pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten
compasión de mí que vengo a tu presencia para venerar tus dolores.
Deposito mi petición con infantil confianza en el santuario de tu
Corazón herido.
Te suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos
infinitos de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por
vuestros méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que
desea). ¿A quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti,
Madre de misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que
puedes compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este
valle de lágrimas.
Ofrece a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz
para que su recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de
pecadores y esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala
favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios. Señor Jesucristo,
te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que ganó bajo la
Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los deliciosos frutos
de tu Pasión y Muerte.
Ofrecimiento
María, Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el
sincero homenaje de mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu
corazón, traspasado por tantas espadas. Tómala por compañera de tus
dolores al pie de la Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo, Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las
pruebas, sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme.
Los ofrezco en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y
latidos del corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús,
tu divino Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía,
para que pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.
Himno – Stabat Mater
Ante el hórrido Madero Del Calvario lastimero, Junto al Hijo de
tu amor, ¡Pobre Madre entristecida! Traspasó tu alma abatida Una espada
de dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente Ver en tosca Cruz pendiente Al Amado de
tu ser! Viendo a Cristo en el tormento, Tú sentías el sufrimiento De su
amargo padecer.
¿Quien hay que no lloraría Contemplando la agonía De María ante la Pasión? ¿Habrá un corazón humano Que no compartiese hermano Tan profunda transfixión? Golpeado, escarnecido, Vio a su Cristo tan querido Sufrir tortura tan cruel, Por el peso del pecado De su pueblo desalmado Rindió su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente, Haz mi espíritu ferviente Y haz mi corazón igual Al tuyo tan fervoroso Que al buen Jesús piadoso Rinda su amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida Haz renacer cada herida De mi amado Salvador, Contigo sentir su pena, Sufrir su mortal condena Y su morir redentor.
A tu llanto unir el mío, Llorar por mi Rey tan pío Cada día de mi existir: Contigo honrar su Calvario, Hacer mi alma su santuario, Madre, te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada, De todas predestinada, Partícipe en tu pesar Quiero ser mi vida entera, De Jesús la muerte austera Quiero en mi pecho llevar.
Sus llagas en mi imprimidas, Con Sangre de sus heridas Satura mi corazón Y líbrame del suplicio, Oh Madre en el día del juicio No halle yo condenación.
¿Quien hay que no lloraría Contemplando la agonía De María ante la Pasión? ¿Habrá un corazón humano Que no compartiese hermano Tan profunda transfixión? Golpeado, escarnecido, Vio a su Cristo tan querido Sufrir tortura tan cruel, Por el peso del pecado De su pueblo desalmado Rindió su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente, Haz mi espíritu ferviente Y haz mi corazón igual Al tuyo tan fervoroso Que al buen Jesús piadoso Rinda su amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida Haz renacer cada herida De mi amado Salvador, Contigo sentir su pena, Sufrir su mortal condena Y su morir redentor.
A tu llanto unir el mío, Llorar por mi Rey tan pío Cada día de mi existir: Contigo honrar su Calvario, Hacer mi alma su santuario, Madre, te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada, De todas predestinada, Partícipe en tu pesar Quiero ser mi vida entera, De Jesús la muerte austera Quiero en mi pecho llevar.
Sus llagas en mi imprimidas, Con Sangre de sus heridas Satura mi corazón Y líbrame del suplicio, Oh Madre en el día del juicio No halle yo condenación.
Jesús, que al llegar mi hora, Sea María mi defensora, Tu
Cruz mi palma triunfal, Y mientras mi cuerpo acabe Mi alma tu bondad
alabe En tu reino celestial. Amén, Aleluya.
Oración
Padre, Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión,
estuviese junto a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu
Iglesia, que comparte la Pasión de Cristo, participar de su
Resurrección. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los
siglos de los siglos. Amén.