Domingo 2 (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Jn 2,1-12): En
aquel tiempo, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la
madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus
discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la
boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde:
«¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su
madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».
Había
allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los
judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las
tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice,
y llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala
probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los
sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el
maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y
cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno
hasta ahora».
Así, en Caná de Galilea, dio
Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él
sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y
sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
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«Estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos» Rev. D. Enric PRAT i Jordana (Sort, Lleida, España)
Hoy, contemplamos los efectos saludables de la presencia de Jesús y
de María, su Madre, en el corazón de los acontecimientos humanos, como
en el caso que nos ocupa: «En aquel tiempo, se celebraron unas bodas en
Caná de Galilea. Estaba allí la madre de Jesús. También fue invitado
Jesús, junto con sus discípulos» (Jn 2,1-2).
Jesús y María, con
una intensidad diferente, hacen presente a Dios en cualquier lugar donde
estén y, donde está Dios, allí hay amor, gracia y milagro. Dios es el
bien, la verdad, la belleza, la abundancia. Cuando el sol despliega sus
rayos en el horizonte, la tierra se ilumina y recibe calor, y toda vida
trabaja para producir su fruto. Cuando dejamos que Dios se acerque, el
bien, la paz y la felicidad crecen sensiblemente en los corazones,
quizás fríos o dormidos hasta entonces.
La mediación que Dios ha
escogido para hacerse presente entre los hombres y comunicarse
profundamente con ellos, es Jesucristo. La obra de Dios llega al corazón
del mundo por la humanidad de Jesucristo y, secundariamente, por la
presencia de María. Poco sabían los novios de Caná a quién habían
invitado a su boda. La invitación respondía probablemente a algún
vínculo de amistad o parentesco. En aquellos momentos, Jesús todavía no
había hecho ningún milagro y la importancia de su persona era
desconocida.
Él aceptó la invitación porque está a favor de las
relaciones humanas principales y sinceras, y se sintió atraído por la
honestidad y buena disposición de aquella familia. Así, Jesús hizo
presente a Dios en aquella celebración familiar. Allí, «en Caná de
Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales» (Jn 2,11) prodigiosas y allí
el Mesías «abrió el corazón de los discípulos a la fe gracias a la
intervención de María, la primera creyente» (San Juan Pablo II).
Aproximémonos
también nosotros a la humanidad de Jesús, tratando de conocer y amar
más y de manera progresiva, su trayectoria humana, escuchando su
palabra, creciendo en fe y confianza, hasta ver en Él el rostro del
Padre.
Pensamientos para el Evangelio de hoy:
- «El corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados (…), la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al Hijo el milagro. Si esta buena Señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?» (San Alfonso Mª de Ligorio)
- «María, propiamente, no hace una petición a Jesús; simplemente le dice: ‘No tienen vino’. No le pide nada en particular, y mucho menos, que Jesús utilice su poder, que realice un milagro produciendo vino. Sencillamente, informa a Jesús y le deja decidir lo que conviene hacer» (Benedicto XVI)
- «En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo —a petición de su Madre— con ocasión de un banquete de boda (cf. Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.613)