¡Oh!, San Fidel de Sigmaringa; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Amigo del derecho, a los pobres
y desvalidos os disteis en su defensa y también de su fe.
Con hábito de Capuchino, batalla total disteis contra las
herejías de vuestro tiempo. Os gustaba repetir la famosa
frase de San Bernardo: “Sería una vergüenza que habiendo
sido coronado de espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio
yo que soy su soldado, viviera entre comodidades y sin hacer
sacrificios”. Y, así, como grano de trigo que cae para fruto
dar; a los impíos os dijisteis con fe y valor: “Para predicar
he venido, la verdadera fe, y no, para aceptar creencias
falsas. Jamás a la fe renunciaré de mis antepasados católicos”.
“Presiento que voy a ser asesinado, pero si me matan, aceptaré
con alegría la muerte por amor a Jesucristo y la consideraré
como una enorme gracia y una preferencia de Nuestro Señor”.
“Ustedes verán lo que hacen. Yo me pongo en manos de Dios y
bajo la protección de la Virgen Santísima. Pero piensen bien
lo que van a hacer, no sea que después tengan que arrepentirse
muy amargamente”. Dijisteis, antes de que vuestra alma, a
la eternidad partiese. La gente que os amó, escrito dejó en
frases lo que vida fuisteis: “¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino. Mucho le costó ser capuchino y morir
después martirizado”. Hoy, vuestra alma en el cielo está,
coronada de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Fidel de Sigmaringa, “fidelidad por Cristo Jesús”.
de la vida y su amado santo. Amigo del derecho, a los pobres
y desvalidos os disteis en su defensa y también de su fe.
Con hábito de Capuchino, batalla total disteis contra las
herejías de vuestro tiempo. Os gustaba repetir la famosa
frase de San Bernardo: “Sería una vergüenza que habiendo
sido coronado de espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio
yo que soy su soldado, viviera entre comodidades y sin hacer
sacrificios”. Y, así, como grano de trigo que cae para fruto
dar; a los impíos os dijisteis con fe y valor: “Para predicar
he venido, la verdadera fe, y no, para aceptar creencias
falsas. Jamás a la fe renunciaré de mis antepasados católicos”.
“Presiento que voy a ser asesinado, pero si me matan, aceptaré
con alegría la muerte por amor a Jesucristo y la consideraré
como una enorme gracia y una preferencia de Nuestro Señor”.
“Ustedes verán lo que hacen. Yo me pongo en manos de Dios y
bajo la protección de la Virgen Santísima. Pero piensen bien
lo que van a hacer, no sea que después tengan que arrepentirse
muy amargamente”. Dijisteis, antes de que vuestra alma, a
la eternidad partiese. La gente que os amó, escrito dejó en
frases lo que vida fuisteis: “¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino. Mucho le costó ser capuchino y morir
después martirizado”. Hoy, vuestra alma en el cielo está,
coronada de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Fidel de Sigmaringa, “fidelidad por Cristo Jesús”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Abril
San Fidel de Sigmaringa
Mártir
Año 1622
San Fidel de Sigmaringa
Mártir
Año 1622
Fidel significa: el que es fiel. El que es digno de fe.
Nació en
Sigmaringa, Alemania, en 1577. Tenía una inteligencia muy vivaz y fue
enviado a estudiar a la Universidad de Friburgo, donde obtuvo doctorado
en ambos derechos, y luego llegó a ser profesor muy estimado de
filosofía y letras. Durante seis años fue encargado de la educación de
varios jóvenes de las familias principales de Suabia (Alemania), a los
cuales llevó por varios países de Europa para que conocieran la cultura y
el modo de ser de las diversas naciones. Sus alumnos se quedaban
admirados del continuo buen ejemplo de su profesor en el cual no podían
encontrar ni una palabra ni un acto que no fueran de buen ejemplo. Lo
que los otros gastaban en cucherías él lo gastaba en dar limosnas.
Como abogado, Fidel se dedicó a defender gratuitamente a los pobres
que no tenían con qué costearse un defensor. Su generosidad era tan
grande que la gente lo llamaba “El abogado de los pobres”. Ya desde muy
joven renunciaba a conseguir y estrenar trajes nuevos y el dinero que
con eso ahorraba lo repartía entre las gentes más necesitadas. Jamás en
su vida de estudiante ni en sus años de profesional tomó licor, ni nadie
lo vio en reuniones mundanas o que ofrecieran peligro para la virtud.
Sus compañeros de abogacía se admiraban de que este sabio doctor nunca
empleaba palabras ofensivas en los pleitos que sostenía (y sus
contrarios sí las usaban y muy terribles).
Un día el abogado contrario a un pleito, le ofreció en secreto una
gran cantidad de dinero, con tal de que arreglaran los dos en privado y
se le diera la victoria al rico que había cometido la injusticia. Fidel
se quedó aterrado al constatar lo fácil que es para un abogado el
prestarse a trampas y vender su alma a Satanás por unas monedas como lo
hizo Judas. Y dispuso dejar la abogacía y entrar de religioso capuchino.
Tenía 35 años.
Dividió sus importantes riquezas en dos partes: la mitad la repartió a
los pobres, y la otra mitad la dio al Sr. Obispo para que hiciera un
fondo para costear los estudios a seminaristas pobres. Con razón le pusieron después esta leyenda debajo de su retrato:
¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino.
Mucho le costó ser capuchino
y morir después martirizado.
Obra del poder Divino.
Mucho le costó ser capuchino
y morir después martirizado.
Habiendo sido tan rico y tan lleno de comodidades se fue a vivir como
el más humilde y pobre fraile capuchino. Le pedía constantemente a Dios
que lo librara de la tibieza (ese vicio que lo hace a uno vivir sin
fervor, ni frío ni caliente, descuidado en sus deberes religiosos y
flojo para hacer obras buenas) y le suplicaba a Nuestro Señor que no lo
dejara perder el tiempo en inutilidades y que lo empleara hasta lo
máximo en propagar el Reino de Dios. Le gustaba repetir la famosa frase
de San Bernardo: “Sería una vergüenza que habiendo sido coronado de
espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio yo que soy su soldado, viviera
entre comodidades y sin hacer sacrificios”.
En Friburgo consiguió la conversión de muchos protestantes. Y la
gente se quedó admirada cuando llegó la peste del cólera, pues se
dedicaba de día y de noche a asistir gratuitamente a todos los enfermos
que podía. Su austeridad o dominio de sí mismo, era impresionante. Su
fervor en la oración y en la Santa Misa conmovían a los que lo
acompañaban. Las gentes veían en su persona a una superioridad interior
que les impresionaba. Su predicación conseguía grandes frutos porque era
sencilla, clara, fácil, práctica, suave y amable, pero acompañada por
la unción o fuerza de conmover que proviene de quien antes de predicar
reza mucho por sus oyentes y después de la predicación sigue orando por
ellos. Era tal el atractivo de sus sermones que hasta los mismos herejes
iban a escucharlo. Pero este atractivo fue el que llenó de envidia y
rabia a sus opositores y los llevó a escogerlo a él, entre todos los
compañeros de misión, para martirizarlo.
Hay algo que a los santos les falla de manera impresionante, es la
“prudencia simplemente humana”, ese andar haciendo cálculos para no
excederse en desgastarse por el Reino de Dios. Los santos no se miden.
Ellos se enamoran de Cristo y de su religión y no andan dedicándose a
darse a cuenta gotas, sino que se entregan totalmente a la misión que
Dios les ha confiado. Y esto le sucedió a Fidel. Cada poco le llegaban
tarjetas como esta: “Recuerde que está predicando en tierras donde hay
muchos protestantes, evangélicos, calvinistas y demás herejes. No hable
tan claro en favor de la religión católica, si es que quiere seguir
comiendo tranquilamente su sopa entre nosotros”.
Pero él seguía incansable enseñando el Catecismo Católico y
previniendo a sus oyentes contra el peligro de las sectas de evangélicos
y demás protestantes. Tenía que prevenir a sus ovejas contra los lobos
que acaban con las devociones católicas.
Al saber en Roma los grandes éxitos del padre Fidel que con sus
predicaciones convertía a tantos protestantes, lo nombraron jefe de un
grupo de misioneros que tenían que ir a predicar en Suiza, nido terrible
de protestantes calvinistas. Lo enviaba la Sagrada Congregación para la
Propagación de la fe.
En la ceremonia con la cual lo despedían solemnemente al empezar su
viaje hacia Suiza, Fidel dijo en un sermón: “Presiento que voy a ser
asesinado, pero si me matan, aceptaré con alegría la muerte por amor a
Jesucristo y la consideraré como una enorme gracia y una preferencia de
Nuestro Señor”.
Pocos días antes de ser martirizado, al escribir una carta a su
lejano superior, terminaba así su escrito: “Su amigo Fidel que muy
pronto será pasto de gusanos”.
Al llegar a Suiza empezó a oír rumores de que se planeaba asesinarlo
porque los protestantes tenían gran temor de que muchos de sus adeptos
se pasaran al catolicismo al oírlo predicar. Al escuchar estas noticias
se preparó para la muerte pasando varias noches en oración ante el
Santísimo Sacramento, y dedicando varias horas del día a orar,
arrodillado ante un crucifijo. La santidad de su vida lo tenía ya bien
preparado para ser martirizado.
El domingo 24 de abril, se levantó muy temprano, se confesó y después
de rezar varios salmos se fue al templo de Seewis, donde un numeroso
grupo de protestantes se había reunido con el pretexto de que querían
escucharlo, pero con el fin de acabar con él. Al subir al sitio del
predicador, encontró allí un papel que decía: “Este será su último
sermón. Hoy predicará por última vez”. Se armó de valor y empezó
entusiasta su predicación. El tema de su sermón fue esta frase de San
Pablo: “Una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo” (EF. 4,5) y
explicó brillantemente cómo la verdadera fe es la que enseñan los
católicos, y el único Señor es Jesucristo y que no hay varios bautismos
como enseñan los protestantes que mandan rebautizar a la gente. Aquellos
herejes temblaban de furia en su interior, y uno de los oyentes le
disparó un tiro, pero equivocó la puntería. Fidel bajó del sitio desde
donde predicaba y sintiendo que le llegaba el fin, se arrodilló por unos
momentos ante una imagen de la Sma. Virgen. Quedó como en éxtasis por
unos minutos, y luego salió por una pequeña puerta por la sacristía
detrás del templo.
Los herejes lo siguieron a través del pueblo gritándole: “Renuncie a
lo que dijo hoy en el sermón o lo matamos”. El les respondió
valientemente: “He venido para predicar la verdadera fe, y no para
aceptar falsas creencias. Jamás renunciaré a la fe de mis antepasados
católicos.” Aquel grupo de herejes, dirigidos por un pastor protestante,
le gritaba: “O acepta nuestras ideas o lo matamos”. El les contestó:
“Ustedes verán lo que hacen. Yo me pongo en manos de Dios y bajo la
protección de la Virgen Santísima. Pero piensen bien lo que van a hacer,
no sea que después tengan que arrepentirse muy amargamente”. Entonces
lo atacaron con palos y machetes y lo derribaron por el suelo, entre un
charco de sangre. Poco antes de morir alcanzó a decir: “Padre,
perdónalos”. Era el 24 de abril del año 1622.
Dios demostró la santidad de su mártir, obrando maravillosos milagros
junto a su sepulcro. Y el primer milagro fue que aquel pastor
protestante que acompañaba a los asaltantes, se convirtió al catolicismo
y dejó sus errores.
El Papa Benedicto XIV lo declaró santo en 1746.
Petición
San Fidel mártir; te encomendamos nuestros países tan plagados de
ideas ajenas al Evangelio que le van quitando la devoción a nuestra
gente y la van llevando al indiferentismo y a la herejía. Haz que a
ejemplo tuyo se levanten por todas partes apóstoles Católicos valerosos y
santos que prevengan al pueblo y no lo dejen caer en las garras de
lobos que asaltan al verdadero rebaño del Señor.
Si el grano de trigo cae a tierra y muere, produce mucho fruto. (Jesucristo).