Texto del Evangelio (Mt 1,18-24):La
generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba
desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró
encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y
no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así
lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y
le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer
porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y
tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus
pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor
por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un
hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios
con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor
le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
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«Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» + Rev. D. Pere GRAU i Andreu (Les Planes, Barcelona, España)
Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a considerar y admirar la
figura de san José, un hombre verdaderamente bueno. De María, la Madre
de Dios, se ha dicho que era bendita entre todas las mujeres (cf. Lc
1,42). De José se ha escrito que era justo (cf. Mt 1,19).
Todos
debemos a Dios Padre Creador nuestra identidad individual como personas
hechas a su imagen y semejanza, con libertad real y radical. Y con la
respuesta a esta libertad podemos dar gloria a Dios, como se merece o,
también, hacer de nosotros algo no grato a los ojos de Dios.
No
dudemos de que José, con su trabajo, con su compromiso en su entorno
familiar y social se ganó el “Corazón” del Creador, considerándolo como
hombre de confianza en la colaboración en la Redención humana por medio
de su Hijo hecho hombre como nosotros.
Aprendamos, pues, de san
José su fidelidad —probada ya desde el inicio— y su buen cumplimiento
durante el resto de su vida, unida —estrechamente— a Jesús y a María.
Lo
hacemos patrón e intercesor para todos los padres, biológicos o no, que
en este mundo han de ayudar a sus hijos a dar una respuesta semejante a
la de él. Lo hacemos patrón de la Iglesia, como entidad ligada,
estrechamente, a su Hijo, y continuamos oyendo las palabras de María
cuando encuentra al Niño Jesús que se había “perdido” en el Templo: «Tu
padre y yo…» (Lc 2,48).
Con María, por tanto, Madre nuestra,
encontramos a José como padre. Santa Teresa de Jesús dejó escrito: «Tomé
por abogado y señor al glorioso san José, y encomendeme mucho a él (…).
No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de
hacer».
Especialmente padre para aquellos que hemos oído la
llamada del Señor a ocupar, por el ministerio sacerdotal, el lugar que
nos cede Jesucristo para sacar adelante su Iglesia. —¡San José
glorioso!: protege a nuestras familias, protege a nuestras comunidades;
protege a todos aquellos que oyen la llamada a la vocación sacerdotal… y
que haya muchos.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
- «Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo)
- «San José es modelo del hombre “justo” que, en perfecta sintonía con su esposa, acoge al Hijo de Dios hecho hombre con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina» (Benedicto XVI)
- «‘Dios envió a su Hijo’ (Ga 4,4), pero para “formarle un cuerpo” quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a ‘una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María’ (Lc 1,26-27). El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 488)