¡Oh!, Santa Eduviges, vos, sois la hija del Dios
de la vida, y su amada santa, y que, de manera
personal, asistíais a las enfermas de lepra e
hicisteis voto de continencia perpetua. Asidua
concurrente a los retiros, como una común monja
más, cubriéndoos con una túnica y un manto, y,
por dentro, puesta llevabais una camisa de pelo,
con mangas de seda, para que nadie notase vuestra
penitencia. Andabais con los descalzos pies sobre
la nieve, hasta casi hasta destrozarlos. “¿Por
qué os quejáis de la voluntad de Dios? Nuestras
vidas están en sus manos, y todo lo que Él hace
está bien hecho, lo mismo si se trata de nuestra
propia muerte que de la muerte de los seres amados”.
Decíais vos, mientras consolabais a vuestras
compañeras monjas, por la muerte de vuestro esposo.
Y, Dios, os premió con el don de milagros y profecías,
incluso, sobre vuestra propia muerte. Un día, vos,
encontrasteis a una pobre mujer, que el Padre Nuestro,
no sabía y comenzasteis a enseñárselo; pero como
no lo aprendía la llevasteis a dormir a vuestro cuarto
para lograr que lo hiciera y además lo entendiera.
Ésa, erais vos. Una mujer piadosa y sensible del
infortunio del prójimo. Y, así, el día anunciado por
vos misma, voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser con corona de luz, como premio a vuestro amor y fe;
¡oh!, Santa Eduviges, “Milagro santo del Dios vivo”.
de la vida, y su amada santa, y que, de manera
personal, asistíais a las enfermas de lepra e
hicisteis voto de continencia perpetua. Asidua
concurrente a los retiros, como una común monja
más, cubriéndoos con una túnica y un manto, y,
por dentro, puesta llevabais una camisa de pelo,
con mangas de seda, para que nadie notase vuestra
penitencia. Andabais con los descalzos pies sobre
la nieve, hasta casi hasta destrozarlos. “¿Por
qué os quejáis de la voluntad de Dios? Nuestras
vidas están en sus manos, y todo lo que Él hace
está bien hecho, lo mismo si se trata de nuestra
propia muerte que de la muerte de los seres amados”.
Decíais vos, mientras consolabais a vuestras
compañeras monjas, por la muerte de vuestro esposo.
Y, Dios, os premió con el don de milagros y profecías,
incluso, sobre vuestra propia muerte. Un día, vos,
encontrasteis a una pobre mujer, que el Padre Nuestro,
no sabía y comenzasteis a enseñárselo; pero como
no lo aprendía la llevasteis a dormir a vuestro cuarto
para lograr que lo hiciera y además lo entendiera.
Ésa, erais vos. Una mujer piadosa y sensible del
infortunio del prójimo. Y, así, el día anunciado por
vos misma, voló vuestra alma al cielo, para coronada
ser con corona de luz, como premio a vuestro amor y fe;
¡oh!, Santa Eduviges, “Milagro santo del Dios vivo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de Octubre
Santa Eduviges
Patrona de los afligidos y deudores
Santa Eduviges
Patrona de los afligidos y deudores
Hacia el año 1174 nació en Baviera la niña Eduviges, hija del conde
Bertoldo de Andechs. Sus padres la confiaron a las religiosas del
monasterio de Kintzingen, en Franconia. Gertrudis, hermana de Eduviges,
fue madre Santa Isabel de Hungría.
A los doce años de edad, Eduviges contrajo matrimonio con el duque
Enrique de Silesia, quien sólo tenía dieciocho años. Dios los bendijo
con siete hijos. El esposo de Eduviges heredó el ducado a la muerte de
su padre, en 1202. Inmediatamente, a instancia de su esposa, fundó el
gran monasterio de religiosas cistercienses de Trebnitz, a cinco
kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los malhechores de Silesia
fueron ordenados a trabajar en la construcción del monasterio, que fue
el primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su mujer
fundaron además otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron
en sus territorios la vida religiosa, sino también la cultura
germánica. Entre los monasterios fundados por los duques, los había de
cistercienses, de canónigos de San Agustín, de dominicos y de
franciscanos. Enrique fundó el Hospital de la Santa Cruz en Breslau, y
Santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt donde solía
asistir personalmente a las enfermas.
Después del nacimiento de su último hijo, en 1209, Eduviges y su
marido de mutuo acuerdo hicieron voto de continencia perpetua. Según se
cuenta, en su restantes treinta años de vida, Enrique no volvió a llevar
oro, plata o púrpura.
Los hijos de Enrique y Eduviges les hicieron sufrir mucho. En 1212,
el duque repartió sus posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos
varones, pero ninguno de los dos quedó contento con su parte. A pesar de
que Santa Eduviges hizo cuanto pudo por reconciliarlos, los dos
hermanos y sus partidarios trabaron batalla, y Enrique derrotó a su
hermano Conrado. Esa pena ayudó a Santa Eduviges a deplorar la vanidad
de las cosas del mundo y a despegarse más y más de ellas. De los siete
hijos solo Gertrudis sobrevivió a sus padres y fue abadesa de Trebnitz.
A partir de 1209, la santa fijó su principal residencia en el
monasterio de Trebnitz, a donde solía retirarse con frecuencia. Durante
sus retiros, dormía en la sala común con las otras religiosas y
observaba exactamente la distribución. No usaba más que una túnica y un
manto, lo mismo en invierno que en verano y llevaba, sobre sus carnes
una camisa de pelo con mangas de seda para que nadie lo sospechase. Como
acostumbraba caminar hasta la Iglesia con los pies desnudos sobre la
nieve los tenía destrozados, pero llevaba siempre en la mano un par de
zapatos para ponérselos si encontraba a alguien por le camino. Un abad
le regaló en cierta ocasión un par de zapatos nuevos y le arrancó la
promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad volvió a ver a
la santa descalza y le preguntó donde estaban los zapatos. Eduviges los
sacó de entre los pliegues de su manto, diciendo: “Siempre los llevo
aquí”.
En 1227, los duques Enrique de Silesia y Ladislao de Sadomir se
reunieron para organizar la defensa contra el ataque del “svatopluk” de
Pomerania. Pero el svatopluk se enteró y cayó sobre ellos, precisamente
durante la reunión y Enrique, que estaba en el baño, apenas logró
escapar con vida. Santa Eduviges acudió lo más pronto posible a cuidar a
su marido, pero éste había partido ya con Conrado de Masovia para
defender los territorios de Ladislao, quien había perecido a manos del
svatopluk. La victoria favoreció a Enrique, el cual se estableció en
Cracovia. Pero al poco tiempo fue nuevamente atacado por sorpresa en
Mass, y Conrado de Plock le tomó prisionero. La fiel Eduviges intervino y
consiguió que ambos duques llegasen a un acuerdo, mediante el
matrimonio de las dos nietas de Enrique con los dos hijos de Conrado.
Así se evitó el encuentro entre ellos con gran regocijo de Santa
Eduviges, quien siempre hacía cuanto estaba de su mano para evitar el
derramamiento de sangre.
En 1238, murió el marido de Santa Eduviges y fue sucedido por su hijo
Enrique, apodado el “Bueno”. Cuando la noticia de la muerte del duque
llegó al monasterio de Trebnitz, las religiosas lloraron mucho; Eduviges
fue la única que permaneció serena y reconfortó a las demás: ¿Por qué
os quejáis de la voluntad de Dios? Nuestras vidas están en sus manos, y
todo lo que Él hace está bien hecho, lo mismo si se trata de nuestra
propia muerte que de la muerte de los seres amados”. La santa tomó
entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero no hizo los votos para
poder seguir administrando sus bienes en favor de los pobres. En cierta
ocasión, Santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no sabía el
Padrenuestro y comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no
consiguiese aprenderlo, la santa la llevó a dormir a su propio cuarto
para aprovechar todos los momentos libres y repetirle la oración hasta
que la mujer consiguió aprenderla de memoria y entender lo que decía.
En 1240, los tártaros invadieron Ucrania y Polonia. El duque Enrique
II les presentó la batalla cerca de Wahlstadt. Se dice que los tártaros
emplearon entonces gases venenosos: “un humo espeso y nauseabundo
brotaba en forma de serpiente de unos tubos de cobre y embrutecía a los
soldados polacos.” Enrique pereció en la batalla. Santa Eduviges tuvo
una revelación sobre la muerte de su hijo tres días antes de que llegase
la noticia y dijo a su amiga Dermudis: “He perdido a mi hijo; se me ha
escapado de las manos como un pajarito y jamás volveré a verle.” Cuando
el mensajero trajo la triste noticia, Santa Eduviges consoló a su propia
hija Gertrudis y a Ana, la esposa de Enrique.
Dios premió la fe de su sierva con el don de milagros. Una religiosa
ciega recobró la vista cuando la santa trazó sobre ella la señal de la
cruz. El biógrafo de Eduviges relata varias otras curaciones milagrosas
obradas por ella y menciona diversas profecías de la santa, entre las
que se contaba la de su propia muerte. Durante su última enfermedad,
aunque todos la creían fuera de peligro, santa Eduviges pidió la
extremaunción. Murió en octubre de 1243 y fue sepultada en Trebnitz. Su
canonización se llevó a cabo en 1267. En 1706, la fiesta de Santa
Eduviges fue incluida en el calendario universal de la Iglesia de
occidente.