¡Oh! San Juan de Sahagún, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, y aunque vuestros padres no tenían hijos,
se dispusieron a hacer una novena de ayunos, oraciones
y limosnas en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron
como respuesta de Ella, el nacimiento de vos, que en
adelante seríais su honor y alegría. Os educaron con
los monjes benedictinos, demostrando inclinación hacia
el sacerdocio, que seguisteis gracias a vuestro obispo,
y luego de haberos ordenado sacerdote os nombró secretario
y canónigo de la catedral. Estos cargos, nos os llenaban
el alma y pedisteis ser nombrado para una parroquia pobre,
donde os sentisteis feliz. Os especializasteis en teología
y os invitaron a hacer el sermón en honor de San Sebastián,
patrono de uno de los colegios, y vuestra predicación
rebasó las expectativas, creciendo vuestra popularidad.
Más adelante, os sobrevino una grave enfermedad, con
peligro de perder vuestra vida, y vos, prometisteis a Dios
que si os devolvía la salud, entraríais de religioso.
Dios os concedió la salud y vos, entrasteis de religioso
agustino. En el noviciado os pusieron a lavar platos
y barrer corredores y desyerbar los campos y jardines,
y vos, siendo todo un doctor, lo hacíais todo con gran
humildad y total esmero. Después os pusieron a servir el
vino a la comunidad, haciendo un milagro extraordinario:
con un poco de vino servisteis a muchos comensales y os
sobró vino. A vos, nadie os ganaba con el cumplimiento de
vuestros deberes, penitencias, obediencia y humildad. Erais
un predicador elocuente y vuestros sermones empezaron
a transformar a las gentes. Como persona erais un hombre
amable con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y amigo
de dedicar largo tiempo a la meditación y a la oración.
Las gentes cuando os veían rezar decían: “parece un ángel”.
El estudio que más os agradaba era el de la Sagrada Biblia,
porque con su lectura comprendíais y amabais la palabra
de Dios. Pasabais todo el día visitando enfermos, poniendo
paz entre las familias desunidas y ayudando a los pobres
tanto, que se os olvidaba de ir a alimentaros. Erais muy
duro en la confesión, de manera especial con los que no
querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar. Vuestra
palabra, transformó a muchos que estaban impasibles en sus
vicios y malas costumbres. Tardabais mucho en celebrar la
Santa Misa, pero vos, veíais a Jesucristo en la Sagrada
Eucaristía y al verlo os quedabais en éxtasis y ya no eras
capaz de proseguir con la celebración. Predicabais fuerte
contra los ricos que explotan a los pobres. Cierto rico,
amargado por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes
para que atentaran contra vos. Pero cuando llegaron junto
vos, sintieron un gran terror que no fueron capaces de mover
sus manos. En otra ocasión, hablasteis contra los gamonales
que no pagaban lo justo a sus campesinos y desde entonces
no os permitieron volver a predicar en ese pueblo. Vuestros
preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres
y los ancianos, para ellos recogíais limosnas y buscabais
albergues o asilos. A las muchachas en peligro les conseguíais
familias dignas que les dieran amor, sanas ocupaciones y las
protegieran. Vos, hicisteis frecuentes milagros y salvasteis
a Salamanca de la peste del tifo con vuestras oraciones.
Un día, un joven cayó a un hondo pozo y vos lo sacasteis con
solo vuestra correa, y, sin saber cómo, salió el joven desde
el fondo. La gente se puso a gritar “¡Milagro! ¡Milagro!”,
pero él se escondió para no recibir ninguna felicitación.
Salamanca estaba en sequía, pero vos dijisteis que con vuestra
muerte llegarían lluvias abundantes. Y así sucedió: apenas
entregasteis vuestra alma a Dios, enseguida llegaron copiosas
lluvias. Y, así, y luego de haber gastado vuestra vida en buena
lid, voló vuestra alma al cielo para coronada ser con corona
de luz como, justo premio a vuestra entrega increíble de amor;
¡Oh! San Juan de Sahagún «vivo amor por el Dios de la Vida».
© 2023 by Luis Ernesto Chacón Delgado
12 de Junio
San Juan de Sahagún
Predicador y taumaturgo
Sahagún es una cuidad de España, y allá nació nuestro santo en el año 1430. Sus padres no tenían hijos y dispusieron hacer una novena de ayunos, oraciones y limosnas en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el nacimiento de este que iba a ser su honor y alegría.
Educado con los monjes benedictinos, demostró muy buena inclinación hacia el sacerdocio y el señor obispo lo hizo seguir los estudios sacerdotales y después de ordenado sacerdote lo nombró secretario y canónigo de la catedral. Pero estos cargos honoríficos no le agradaban, y pidió entonces ser nombrado para una pobre parroquia de arrabal.
Después de varios años de sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se matriculó como un estudiante ordinario en la Universidad de Salamanca. Allí estuvo cuatro años hasta completar todos sus estudios teológicos. Al principio era bastante desconocido pero un día fue invitado a hacer el sermón en honor de San Sebastián, patrono de uno de los colegios, y su predicación agradó tanto que empezó a ser muy popular entre la gente de la ciudad.
Y sucedió que le sobrevino una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había más remedio que hacerle una difícil operación quirúrgica (y con los métodos tan primarios de ese tiempo). Fue entonces cuando prometió a Dios que si le devolvía la salud mejoraría totalmente sus comportamientos y entraría de religioso. Dios le concedió la salud y Juan entró de religioso agustino.
En el noviciado lo pusieron a lavar platos y barrer corredores y desyerbar campos, y siendo todo un doctor, lo hacía todo con gran humildad y total esmero. Después lo pusieron a servir el vino a la comunidad, y todavía se conserva la vasija con la cual hizo el milagro de que con un poco de vino sirvió a muchos comensales y le sobró vino. En cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia y en humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos.
El convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero desde que Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. Era un predicador muy elocuente y sus sermones empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se atacaban sin misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró que los cabecillas de los partidos se amistaran y firmaran un pacto de paz, y se acabaron la violencia y los insultos.
Los biógrafos dicen que Fray Juan era un hombre de una gran amabilidad con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y muy amigo de dedicar largos ratos a la oración. Las gentes cuando lo veían rezar decían: “parece un ángel”. El estudio que más le agradaba era el de la Sagrada Biblia, para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A veces gastaba todo el día visitando enfermos, tratando de poner paz en familias desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.
Algunos lo criticaban porque en la confesión era muy rígido con los que no querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar, sin tener propósito de volverse mejores. Pero su rigidez transformó a muchos que estaban como adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse con él era empezar a enmendarse.
Otro defecto que le criticaban sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa. Pero para ello había una explicación: y es que nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y al verlo se quedaba como en éxtasis y ya no era capaz por mucho rato de proseguir la celebración. Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas porque les parecían más fervorosas que las de otros sacerdotes.
San Juan de Sahagún predicaba muy fuerte contra los ricos que explotan a los pobres. Y una vez un rico, amargado por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes para que atalayaran al santo y le dieran una paliza. Pero cuando llegaron junto a él sintieron tan grande terror que no fueron capaces de mover las manos. Luego confesaron muy arrepentidos que los había invadido un temor reverencial y que no habían sido capaces de golpearlo.
En un pueblo habló muy fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo debido a los campesinos y desde entonces aquellos ricachones no le permitieron volver a predicar en ese pueblo. Sus preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas en peligro les conseguía familias dignas que les dieran sanas ocupaciones y las protegieran.
Hizo frecuentes milagros, y obtuvo con sus oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante la vida del santo, de la peste del tifo negro, que azotaba a otras regiones cercanas. Un joven se cayó a un hondo pozo. Fray Juan le alargó su correa y, sin saber cómo, salió el joven desde el abismo, prendido de la tal correa. La gente se puso a gritar “¡Milagro! ¡Milagro!”, pero él se escondió para no recibir felicitaciones.
Salamanca sufría un terrible verano. El les anunció que con su muerte llegarían lluvias abundantes. Y así sucedió: apenas murió, enseguida llegaron muy copiosas y provechosas lluvias. Y sucedió que un hombre que tenía una amistad de adulterio con una mala mujer, al escuchar los sermones de Fray Juan, se apartó totalmente de tan dañosa amistad. Entonces aquella pérfida y malvada exclamó: “Ya verá el tal predicador que no termina con vida este año”. Y mandó echar un veneno en un alimento que el santo iba a tomar. Desde entonces Fray Juan empezó a enflaquecerse y a secarse, y en aquel mismo año de 1479, el santo predicador murió de sólo 49 años.
A su muerte, dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes renovada de manera admirable. Que Dios nos mande muchos valientes predicadores como San Juan de Sahagún. Dijo Jesús: El que pierda su vida por mi en este mundo, la salvará para la vida eterna (Jn. 12, 25).
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_Sahagún.htm)