¡Oh!,
San Beda, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su
amado santo, Presbítero y amado
Doctor, que,
desde pequeño encontrasteis
en “La luz del
mundo”, Cristo Jesús, la pasión
de vuestra vida
toda. Y, dedicándoos, con fervor
a meditar y
compartir las Escrituras Sagradas,
y vuestro canto
en la Iglesia. Vos, hacíais
lo que más os
gustaba: aprender, enseñar y
escribir. Burke,
de vos dijo que erais: “padre
de la erudición
inglesa”, pues en vuestra pluma,
brilló la
filosofía, la cronología, la aritmética,
la gramática, la
astronomía, la música y
la Teología, en
grado sumo, el ejemplo de San
Isidro,
siguiendo, de sencilla manera y sin
complicaciones.
“Te pido, Jesús mío, que me
concediste
saborear con delicia las palabras
de tu sabiduría,
concederme por tu misericordia
llegar un día a
ti, fuente de sabiduría, y
contemplar tu
rostro” . “Ahora sostenme la
cabeza y haz que
pueda dirigir los ojos hacia
el lugar santo
donde he rezado, porque siento
que me invade una
gran dulzura” “He vivido
bastante y Dios
ha dispuesto bien de mi vida”.
Vuestras últimas
palabras fueron, mientras
el monje
escribano sostenía vuestra cabeza.
Y, vos, así,
entregasteis vuestra alma a Dios,
quien os premió,
coronándoos con corona de luz,
como premio a
vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Beda,
“el venerable santo de la luz”.
© 2015 Luis
Ernesto Chacón Delgado.
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25 de
Mayo
San Beda “el
Venerable”
Presbítero y
Doctor de la Iglesia
Martirologio
Romano: San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual,
servidor de Cristo desde la edad de ocho años, pasó todo el tiempo de su vida
en el monasterio de Wearmouth, en Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor
en meditar y exponer las Escrituras, y entre la observancia de la disciplina
regular y la solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron
siempre estudiar, o enseñar, o escribir (735).
Etimológicamente:
Beda = Aquel que es un buen guerrero, es de origen germánico.
El nombre de Beda
o Baeda en lengua sajona quiere decir oración. San Beda, “padre de la erudición
inglesa” como lo definió el historiador Burke, murió a los 63 años en la abadía
de Jarrow, en Inglaterra, después de haber dictado la última página de un libro
suyo y de haber rezado el Gloria Patri. Era la víspera de la Ascensión, el 25
de mayo del 735. Cuando sintió que se acercaba la muerte, dijo: “He vivido
bastante y Dios ha dispuesto bien de mi vida”.
Beda nació en el
año 672 de una modesta familia obrera de Newcastle y recibió su formación en
dos monasterios benedictinos de Wearmouth y Jarrow, en donde fue ordenado a los
22 años.
Las dos más
grandes satisfacciones de su vida las condensó él mismo en tres verbos:
aprender, enseñar, escribir. La mayor parse de su obra de escritor tiene su
origen y finalidad en la enseñanza. Escribió sobre filosofía, cronología,
aritmética, gramática, astronomía, música, siguiendo el ejemplo de san Isidro.
Pero san Beda es ante todo un teólogo, de estilo sencillo, accesible a todos.
Se le presenta
como uno de los padres de toda la cultura posterior, influyendo, por medio de
la escuela de York y la escuela carolingia, sobre toda la cultura europea.
Entre los monumentos insignes de la historiografía queda su Historia
eclesiástica gentis Anglorum, que le mereció ser proclamado en el sínodo de
Aquisgrana, en el 836, “venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”.
Le gustaba definirse “historicus verax”, historiador veraz, consciente de haber
prestado un servicio a la verdad.
Terminó su
voluminosa obra histórica con esta oración: “Te pido, Jesús mío, que me
concediste saborear con delicia las palabras de tu sabiduría, concederme por tu
misericordia llegar un día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”.
El Papa Gregorio II lo había llamado a Roma, pero Beda le suplicó que lo dejara
en la laboriosa soledad del monasterio de Jarrow, del que se alejó sólo por
pocos meses, para poner las bases de la escuela de York, de la que después salió
el célebre Alcuino, maestro de la corte carolingia y fundador del primer
estudio parisiense.
Después de haber
dictado la última página de su Comentario a san Juan, le dijo al monje
escribano: “ahora sostenme la cabeza y haz que pueda dirigir los ojos hacia el
lugar santo donde he rezado, porque siento que me invade una gran dulzura”.
Fueron sus últimas palabras.
(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=733)