24 de Diciembre
Adviento
Lucas 1, 67-79
Hoy como hace más de dos mil años, Cristo viene a nacer a nuestro corazón. Cumple su promesa, mostrándonos su misericordia.
Por: Juan Pablo López Castellanos, L.C. | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 67-79
“En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo. Así lo había anunciado desde antiguo, por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen, para mostrar su misericordia a nuestros padres y acordarse de su santa alianza.
El Señor juró a nuestro padre Abraham concedernos que, libres ya
de nuestros enemigos, lo sirvamos sin temor, en santidad y justicia
delante de él, todos los días de nuestra vida. Y a ti, niño, te llamarán
profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus
caminos y a anunciar a su pueblo la salvación, mediante el perdón de los
pecados. Y por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará
el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en las
tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el
camino de la paz”.
Oración introductoria
Gracias, Jesús, por venir a nacer entre nosotros. Este día, más que
pedirte, quiero agradecerte por cumplir lo que habías prometido desde
antiguo. Gracias por venir a quedarte con nosotros, gracias por
mostrarnos tu misericordia. Ilumínanos y sácanos de las tinieblas en que
vivimos, para que descubramos el camino de la paz. Y permítenos vivir
sin temor, en santidad y justicia en tu presencia.
Petición
Señor, qué gran don nos has hecho con tu venida. Dispón nuestro
corazón para recibirte como es debido y Tú que decidiste nacer en una
cueva, acepta el cálido rincón de nuestro corazón.
Meditación del Papa Benedicto XVI
Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de su
hijo: “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo/pues irás delante
del Señor para preparar sus caminos, /y dar a su pueblo el conocimiento
de la salvación/mediante el perdón de sus pecados”. Todo esto se hizo
evidente treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a bautizar en el
río Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de
penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado
durante su permanencia en el desierto de la Judea. Por esto fue llamado
“Bautista”, es decir, “Bautizador”.
Cuando un día Jesús mismo viene de Nazaret a ser bautizado, Juan se
negó al principio, pero luego aceptó y vio al Espíritu Santo posarse
sobre Jesús y oyó la voz del Padre Celestial que proclamaba a su Hijo.
Pero su misión no estaba aún cumplida: poco tiempo después, se le pidió
que precediera a Jesús también con una muerte violenta: Juan fue
decapitado en la prisión del rey Herodes, y así dar testimonio pleno del
Cordero de Dios, que antes había reconocido y señalado públicamente.
Queridos amigos, la Virgen María ayudó a su anciana pariente Isabel a
llevar a término el embarazo de Juan. Que ella nos ayude a todos a
seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que el Bautista anunció con
gran humildad y celo profético.» (S.S. Benedicto XVI, 24 de junio de
2012).
Reflexión
Hoy como hace más de dos mil años, Cristo viene a nacer a nuestro
corazón. Él, como dice el evangelio, cumple su promesa, mostrándonos su
misericordia, para sacarnos de las tinieblas en que vivimos y guiarnos
por el camino de la paz. Él viene para ser luz y para dar paz. Él es la
estrella que brilla en medio de la oscuridad de nuestro caminar por esta
vida. Pero para encontrar esa luz, debemos apagar todo lo que nos
impide ver la estrella de Belén que nos guía a Él. Y para encontrar esa
paz, debemos salir del barullo y ruido de la ciudad, para encontrarlo en
una cueva.
En la Navidad todo mundo sabe que hay alegría y fiesta, pero no todos
saben el motivo. Muchas veces escuchamos y decimos: “¡Feliz Navidad!” a
toda persona que nos encontramos; pero algunas veces nos olvidamos de
felicitar al festejado. La Navidad es un tiempo de amor, gozo y paz.
Pero no debemos perder de vista que la gran alegría, noticia y don, es
que Dios se hizo hombre por nosotros. En esta Navidad, recordemos al
Recién Nacido y con los pastores, ofrezcámosle lo mejor que tenemos.
Propósito
Me prepararé para recibir con un corazón limpio a Nuestro Señor y le agradeceré que venga a quedarse conmigo.
Diálogo con Cristo
Jesús, esta noche vamos a contemplar tu cuerpecito envuelto en
pañales y buscando calor. Déjame esta Navidad, ofrecerte un corazón
caliente, amoroso, que te proteja del frío de la noche. Gracias por
hacerte uno como nosotros; permítenos esta noche a nosotros hacernos
como Tú: niños, que aprendamos a ver en todo el amor de tu Padre,
incluso en el frío y soledad de la noche, como tu primera noche hecho
hombre. Esta noche, sí queremos estar junto a ti y deseamos que esta vez
sí seas Tú el centro de la fiesta.
“Navidad es la gran fiesta de las familias. Jesús, al venir a la
tierra para salvar a la sociedad humana y para de nuevo conducirla a sus
altos destinos, se hizo presente con María su Madre, con José, su padre
putativo, que está allí como la sombra del Padre Eterno. La gran
restauración del mundo entero comenzó allí, en Belén; la familia no
podrá lograr más influencia que volviendo a los nuevos tiempos de Belén” (Juan XXXIII, Alocución del 25 de diciembre de 1959)