16 junio, 2016

San Juan Francisco Regis




¡Oh!, San Juan Francisco Regis, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo, predicador y misionero. Pío Doce, Papa, dijo de vos:
“Un predicador que merece muy bien ser llamado Patrono de las
misiones populares es San Francisco Regis”. Vos, muy joven,
empezasteis a no sentiros a gusto en la vida mundana, y sentíais
por los placeres mundanos aversión. Pedisteis admitido ser entre
los jesuitas y en vuestro noviciado demostrasteis tal fervor que un
compañero os dijo: “Juan Francisco se humilla él mismo hasta el
extremo, pero demuestra por los demás un aprecio admirable”.
Vuestro compañero de habitación os acusó ante el superior diciéndole
que vos, pasabais muchas horas rezando en la capilla. El Rector
le respondió: “No le impidas sus devociones. No te opongas a sus
comunicaciones con Dios. a mi me parece que este joven es un santo
y que un día nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor”.
Y así fue, y vos, os dedicasteis a este trabajo, y, todos decían: “Juan
Francisco hace el oficio de cinco misioneros”. A diferencia del estilo
elegante, vos, usabais uno sencillo y, directo, pues ibais al alma
con fervor, tanto que, los pecadores se conmovían al escucharos.
Vuestros sermones atraían a los católicos y herejes; gente buena y
gente corrompida; pobres y ricas; sabias e ignorantes. Os encantaba
predicar a los pobres, pero, también a los ricos a quienes lograsteis
convertir. La audiencia decía: “Este padre no dice solamente lo que
sabe, sino que parece que lo que está diciendo lo estuviera viendo”.
“El Padre Juan Francisco predica con extrema sencillez y convierte
pecadores por millares y nosotros que predicamos con elegancia,
¿a quién logramos convertir?”. Otro testigo decía: “Lo que a mí me
admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana
llena de remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin adornos
en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su hablar, tiene tan
grande inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y
seguir en paz con sus pecados”. Dijeron algunos envidiosos, que
vos, predicabais burdamente y, que deshonrabais la dignidad
del predicador. El superior provincial y su secretario a escuchar
un sermón de vos fueron, y, dijo aquél: “ojalá quisiera Dios que
todos los misioneros predicaran con toda unción como este
sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región,
no me perdería ni un solo sermón de este padre”. Un párroco
afirmó: “En mi parroquia, después de una misión predicada por
el Padre Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera,
que a mí me parecía que eran otras personas”. A una contumaz
calvinista le preguntasteis:“¿Y Ud. cuándo es que se va a convertir?”
y os respondió: “Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!”.
Los campesinos se encontraban y el saludo que se daban era: “Vamos
a escuchar al santo”. Y en las ciudades, los templos se llenaban hasta
más no poder, y los feligreses repetían: “Vayamos a oír al santo”.
A muchas mujeres sacasteis de la mala vida y encaminasteis hacia
una vida virtuosa. A las tres de la madrugada estabais levantado.
Pasabais la mañana confesando y predicando y la tarde consiguiendo
ayuda para los pobres y hasta se os olvidaba de comer. A dos
ciegos les hicisteis recobrar la vista, curasteis con la imposición de las
manos. Vuestra despensa, daba y daba a los pobres y no se agotaba
jamás. El milagro grande convertir era a los pecadores de su mala
vida. Con pulmonía pronunciasteis tres sermones el primer día de la
misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la pasasteis
confesando. En ayunas celebrasteis la misa a las dos de la tarde, y
os fuisteis a vuestro confesionario, voló, vuestra alma al cielo, para
recibir corona de luz como justo premio a vuestra entrega de amor
increíble. Poco antes de morir exclamasteis: “Veo a Nuestro Señor y
a su Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo para mí”.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Al visitar vuestro
sepulcro San Juan Vianey, se propuso sacerdote ser, a toda costa;
¡Oh!, San Juan Francisco de Regis; “vivo predicador del Dios Vivo”.


 

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de junio
San Juan Francisco Regis
Predicador y Misionero
Año 1640


Cuando un sacerdote o un apóstol muere desgastado de tanto trabajar por extender el reino de Dios, ese día la Iglesia ha conseguido un gran triunfo para la eternidad.(San Juan Bosco)

El Papa Pío XII llegó a exclamar: “Un predicador que merece muy bien ser llamado Patrono de las misiones populares es San Francisco Regis”. Francisco nace en 1597 de familia acaudalada en Narbona, Francia y a los 19 años empieza a no sentirse a gusto en la vida mundana. Siente aversión por los placeres mundanales. Y súbitamente cae en la cuenta de que la santidad no será conseguida por él, sigue viviendo entre las gentes mundanas. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que lo estimaban, pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el pueblo. Pidió ser admitido entre los jesuitas y en su noviciado demostraba tal fervor que uno de sus compañeros llegó a declarar: “Juan Francisco se humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio admirable”.

Siendo estudiante, el compañero de habitación lo acusó ante el superior diciéndole que Regis en vez de dormir lo suficiente pasaba muchas horas rezando en la capilla. El Padre Rector le respondió: “No le impidas sus devociones. No te opongas a sus comunicaciones con Dios. a mi me parece que este joven es un santo y que un día nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor”. Y esta respuesta resultó profética. A los 33 años fue ordenado de sacerdote y al año siguiente lo destinaron a un trabajo que estaba muy de acuerdo con sus aspiraciones y con su fuerte constitución física: dedicarse a predicar misiones entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros exclamaban: “Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros”.

En 43 años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como misionero popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en todos los sitios donde estuvo predicando: “el santo”. A diferencia del estilo muy elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre Juan Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado ordinariote, pero que iba directamente al alma y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de no conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes formadas por católicos y herejes, gente buena y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e ignorantes.

Le encantaba predicar a los pobres, pero decía que con sus sermones había logrado convertir también a muchos ricos. Los oyentes comentaban: “Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo que está diciendo lo estuviera viendo”. Al escucharle se conmovían aun los corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y después decía a sus colegas: “El Padre Juan Francisco predica con extrema sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?”.

Otro testigo afirmaba: “Lo que a mí me admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y seguir en paz con sus pecados”. Algunos doctores se dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba muy burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar la altísima dignidad de predicador. 

Entonces el superior provincial se fue con su secretario a escuchar un sermón del santo, mezclados entre el pueblo. El superior quedó tan profundamente impresionado por su predicación, que les dijo a los acusadores: “Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros predicaran con toda unción como este sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región, no me perdería ni un solo sermón de este padre”.

Un párroco afirmaba: “En mi parroquia, después de una misión predicada por el Padre Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera, que a mí me parecía que eran otras personas”. El Sr. Obispo lo envió a misionar a una región que durante 40 años había sido invadida por los calvinistas, y en la cual la corrupción de costumbres era espantosa y el anticatolicismo era tan feroz que el mismo Sr. Obispo no podía nunca aparecer por allí. Y el poder de convicción del Padre Regis fue tan arrollador que las conversiones se obraron por montones.

Una de las más terribles calvinistas, al oír que el santo sacerdote le preguntaba: “¿Y Ud. cuándo es que se va a convertir?”, sintió una fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que le respondió: “Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!”, y en verdad que dejó su mala vida pasada y empezó a vivir como una buena católica. Como con sus predicaciones acababa con muchos vicios, aquellos que vieron afectados con esto sus malos negocios, lo acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y hasta en Roma. El padre sufrió mucho con esto, pero afortunadamente Dios hizo que el secretario del obispo se diera cuenta de las mentiras que le estaban inventando y le defendió ante Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del gran misionero.

Mientras tanto el santo seguía misionando por las regiones más apartadas y de más difícil acceso. Y las multitudes lo seguían. Los campesinos se encontraban y el saludo que se daban era: “Vamos a escuchar al santo”. Y en las ciudades, los templos se llenaban hasta más no poder, y los feligreses repetían: – Vayamos a oír al santo. A muchísimas mujeres las sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa. Los vicios que convirtió fueron incontables. A las tres de la madrugada estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando y la tarde consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba de comer.

A dos ciegos les hizo recobrar la vista. Con la imposición de las manos curó a muchos enfermos. Su despensa daba y daba a los pobres y no se agotaba y el milagro más grande que conseguía era convertir a los pecadores de su mala vida. Se fue a predicar una misión a una región terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió una tempestad de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la noche en medio de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una pulmonía. Sin embargo así de enfermo pronunció tres sermones el primer día de la misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando. En ayunas celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió a su confesionario para seguir su labor heroica, cayó desmayado.

Lo llevaron a la casa cural y poco antes de morir exclamó: “Veo a Nuestro Señor y a su Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo para mí”. Y luego exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y murió. Era el año 1640. Al visitar el sepulcro de San Juan Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan Vianey, ser sacerdote, costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida son admirables.

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_Francisco_Regis_6_14.htm)