¡Oh!, San Juan Francisco Regis, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo, predicador y misionero. Pío Doce, Papa, dijo de vos:
“Un predicador que merece muy bien ser llamado Patrono de las
misiones populares es San Francisco Regis”. Vos, muy joven,
empezasteis a no sentiros a gusto en la vida mundana, y sentíais
por los placeres mundanos aversión. Pedisteis admitido ser entre
los jesuitas y en vuestro noviciado demostrasteis tal fervor que un
compañero os dijo: “Juan Francisco se humilla él mismo hasta el
extremo, pero demuestra por los demás un aprecio admirable”.
Vuestro compañero de habitación os acusó ante el superior diciéndole
que vos, pasabais muchas horas rezando en la capilla. El Rector
le respondió: “No le impidas sus devociones. No te opongas a sus
comunicaciones con Dios. a mi me parece que este joven es un santo
y que un día nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor”.
Y así fue, y vos, os dedicasteis a este trabajo, y, todos decían: “Juan
Francisco hace el oficio de cinco misioneros”. A diferencia del estilo
elegante, vos, usabais uno sencillo y, directo, pues ibais al alma
con fervor, tanto que, los pecadores se conmovían al escucharos.
Vuestros sermones atraían a los católicos y herejes; gente buena y
gente corrompida; pobres y ricas; sabias e ignorantes. Os encantaba
predicar a los pobres, pero, también a los ricos a quienes lograsteis
convertir. La audiencia decía: “Este padre no dice solamente lo que
sabe, sino que parece que lo que está diciendo lo estuviera viendo”.
“El Padre Juan Francisco predica con extrema sencillez y convierte
pecadores por millares y nosotros que predicamos con elegancia,
¿a quién logramos convertir?”. Otro testigo decía: “Lo que a mí me
admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana
llena de remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin adornos
en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su hablar, tiene tan
grande inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y
seguir en paz con sus pecados”. Dijeron algunos envidiosos, que
vos, predicabais burdamente y, que deshonrabais la dignidad
del predicador. El superior provincial y su secretario a escuchar
un sermón de vos fueron, y, dijo aquél: “ojalá quisiera Dios que
todos los misioneros predicaran con toda unción como este
sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región,
no me perdería ni un solo sermón de este padre”. Un párroco
afirmó: “En mi parroquia, después de una misión predicada por
el Padre Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera,
que a mí me parecía que eran otras personas”. A una contumaz
calvinista le preguntasteis:“¿Y Ud. cuándo es que se va a convertir?”
y os respondió: “Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!”.
Los campesinos se encontraban y el saludo que se daban era: “Vamos
a escuchar al santo”. Y en las ciudades, los templos se llenaban hasta
más no poder, y los feligreses repetían: “Vayamos a oír al santo”.
A muchas mujeres sacasteis de la mala vida y encaminasteis hacia
una vida virtuosa. A las tres de la madrugada estabais levantado.
Pasabais la mañana confesando y predicando y la tarde consiguiendo
ayuda para los pobres y hasta se os olvidaba de comer. A dos
ciegos les hicisteis recobrar la vista, curasteis con la imposición de las
manos. Vuestra despensa, daba y daba a los pobres y no se agotaba
jamás. El milagro grande convertir era a los pecadores de su mala
vida. Con pulmonía pronunciasteis tres sermones el primer día de la
misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la pasasteis
confesando. En ayunas celebrasteis la misa a las dos de la tarde, y
os fuisteis a vuestro confesionario, voló, vuestra alma al cielo, para
recibir corona de luz como justo premio a vuestra entrega de amor
increíble. Poco antes de morir exclamasteis: “Veo a Nuestro Señor y
a su Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo para mí”.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Al visitar vuestro
sepulcro San Juan Vianey, se propuso sacerdote ser, a toda costa;
¡Oh!, San Juan Francisco de Regis; “vivo predicador del Dios Vivo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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16 de junio
San Juan Francisco Regis
Predicador y Misionero
Año 1640
Cuando un sacerdote o un apóstol muere desgastado de tanto trabajar
por extender el reino de Dios, ese día la Iglesia ha conseguido un gran
triunfo para la eternidad.(San Juan Bosco)
El Papa Pío XII llegó a exclamar: “Un predicador que merece muy bien
ser llamado Patrono de las misiones populares es San Francisco Regis”.
Francisco nace en 1597 de familia acaudalada en Narbona, Francia y a los
19 años empieza a no sentirse a gusto en la vida mundana. Siente
aversión por los placeres mundanales. Y súbitamente cae en la cuenta de
que la santidad no será conseguida por él, sigue viviendo entre las
gentes mundanas. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que lo
estimaban, pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque los
Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el pueblo. Pidió ser
admitido entre los jesuitas y en su noviciado demostraba tal fervor que
uno de sus compañeros llegó a declarar: “Juan Francisco se humilla él
mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio
admirable”.
Siendo estudiante, el compañero de habitación lo acusó ante el
superior diciéndole que Regis en vez de dormir lo suficiente pasaba
muchas horas rezando en la capilla. El Padre Rector le respondió: “No le
impidas sus devociones. No te opongas a sus comunicaciones con Dios. a
mi me parece que este joven es un santo y que un día nuestra Comunidad
celebrará una fiesta en su honor”. Y esta respuesta resultó profética. A
los 33 años fue ordenado de sacerdote y al año siguiente lo destinaron a
un trabajo que estaba muy de acuerdo con sus aspiraciones y con su
fuerte constitución física: dedicarse a predicar misiones entre el
pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros
exclamaban: “Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros”.
En 43 años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como
misionero popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en
todos los sitios donde estuvo predicando: “el santo”. A diferencia del
estilo muy elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el
padre Juan Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente
sencilla, con estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado
ordinariote, pero que iba directamente al alma y con una elocuencia y un
fervor, que los pecadores no eran capaces de no conmoverse al
escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes formadas por católicos
y herejes, gente buena y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e
ignorantes.
Le encantaba predicar a los pobres, pero decía que con sus sermones
había logrado convertir también a muchos ricos. Los oyentes comentaban:
“Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo que
está diciendo lo estuviera viendo”. Al escucharle se conmovían aun los
corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y
después decía a sus colegas: “El Padre Juan Francisco predica con
extrema sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros que
predicamos con tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?”.
Otro testigo afirmaba: “Lo que a mí me admira es que un hombre de tan
pobre presencia, con su sotana llena de remiendos, diciendo lo que
todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su
hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de
escucharle y seguir en paz con sus pecados”. Algunos doctores se
dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre Regis
predicaba muy burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar
la altísima dignidad de predicador.
Entonces el superior provincial se
fue con su secretario a escuchar un sermón del santo, mezclados entre el
pueblo. El superior quedó tan profundamente impresionado por su
predicación, que les dijo a los acusadores: “Ojalá quisiera Dios que
todos los misioneros predicaran con toda unción como este sacerdote. El
dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región, no me perdería ni
un solo sermón de este padre”.
Un párroco afirmaba: “En mi parroquia, después de una misión
predicada por el Padre Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal
manera, que a mí me parecía que eran otras personas”. El Sr. Obispo lo
envió a misionar a una región que durante 40 años había sido invadida
por los calvinistas, y en la cual la corrupción de costumbres era
espantosa y el anticatolicismo era tan feroz que el mismo Sr. Obispo no
podía nunca aparecer por allí. Y el poder de convicción del Padre Regis
fue tan arrollador que las conversiones se obraron por montones.
Una de las más terribles calvinistas, al oír que el santo sacerdote
le preguntaba: “¿Y Ud. cuándo es que se va a convertir?”, sintió una
fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que le respondió: “Pues,
¡me quiero convertir ahora mismo!”, y en verdad que dejó su mala vida
pasada y empezó a vivir como una buena católica. Como con sus
predicaciones acababa con muchos vicios, aquellos que vieron afectados
con esto sus malos negocios, lo acusaron con calumnias ante el Sr.
Obispo y hasta en Roma. El padre sufrió mucho con esto, pero
afortunadamente Dios hizo que el secretario del obispo se diera cuenta
de las mentiras que le estaban inventando y le defendió ante Monseñor,
el cual escribió a Roma, hablando muy bien del gran misionero.
Mientras tanto el santo seguía misionando por las regiones más
apartadas y de más difícil acceso. Y las multitudes lo seguían. Los
campesinos se encontraban y el saludo que se daban era: “Vamos a
escuchar al santo”. Y en las ciudades, los templos se llenaban hasta más
no poder, y los feligreses repetían: – Vayamos a oír al santo. A
muchísimas mujeres las sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia
una vida virtuosa. Los vicios que convirtió fueron incontables. A las
tres de la madrugada estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y
predicando y la tarde consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces
se olvidaba de comer.
A dos ciegos les hizo recobrar la vista. Con la imposición de las
manos curó a muchos enfermos. Su despensa daba y daba a los pobres y no
se agotaba y el milagro más grande que conseguía era convertir a los
pecadores de su mala vida. Se fue a predicar una misión a una región
terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió una tempestad
de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la noche en
medio de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una
pulmonía. Sin embargo así de enfermo pronunció tres sermones el primer
día de la misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la
pasó confesando. En ayunas celebró la misa a las dos de la tarde, y
cuando se dirigió a su confesionario para seguir su labor heroica, cayó
desmayado.
Lo llevaron a la casa cural y poco antes de morir exclamó: “Veo a
Nuestro Señor y a su Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo
para mí”. Y luego exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”,
y murió. Era el año 1640. Al visitar el sepulcro de San Juan Francisco
Regis, se propuso después el joven San Juan Vianey, ser sacerdote,
costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida son admirables.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Juan_Francisco_Regis_6_14.htm)