Oh, San Bernardo; vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo y quizás, por tanto, preguntarme deba
y preguntaros a vos: ¿Qué carisma habría encerrado
en vos, Aquél que todo lo sabe y lo ve? ¿Con que fuerza
os sedujo, que un poco más, hacéis de vuestra casa,
convento familiar? ¡Sólo Dios! y más nadie, capaz es,
de tamaño milagro. ¿Qué dulzor en vuestro hablar?, que
atraían como abejas al panal celestial, a los jóvenes
de vuestro tiempo. No en vano, os llamaban “El cazador
de almas y vocaciones”, y “doctor boca de miel”. Porque,
también de vos, son las palabras a la “Llena de Gracia”,
de la salve: “Oh clemente, oh piadosa, oh siempre dulce
Virgen María”, vuestro reverendísimo amor celestial.
“Batallador y valiente”, como el honor, que hicisteis
al significado de vuestro nombre y, así también, elevasteis
vuestro espíritu hasta la misma casa del Padre: “Mi
gran deseo -decíais vos- es ir a ver a Dios y a estar
junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve
a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga
lo que a Él mejor le parezca”. Y, a Él, le pareció que
habíais trabajado de sublime y estoica manera, que os
premió ciñéndoos corona justa de luz, como retribución
justa a vuestra entrega increíble de amor, fe y luz;
oh, San Bernardo; “feliz cazador de las almas de Dios”.
y su amado santo y quizás, por tanto, preguntarme deba
y preguntaros a vos: ¿Qué carisma habría encerrado
en vos, Aquél que todo lo sabe y lo ve? ¿Con que fuerza
os sedujo, que un poco más, hacéis de vuestra casa,
convento familiar? ¡Sólo Dios! y más nadie, capaz es,
de tamaño milagro. ¿Qué dulzor en vuestro hablar?, que
atraían como abejas al panal celestial, a los jóvenes
de vuestro tiempo. No en vano, os llamaban “El cazador
de almas y vocaciones”, y “doctor boca de miel”. Porque,
también de vos, son las palabras a la “Llena de Gracia”,
de la salve: “Oh clemente, oh piadosa, oh siempre dulce
Virgen María”, vuestro reverendísimo amor celestial.
“Batallador y valiente”, como el honor, que hicisteis
al significado de vuestro nombre y, así también, elevasteis
vuestro espíritu hasta la misma casa del Padre: “Mi
gran deseo -decíais vos- es ir a ver a Dios y a estar
junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve
a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga
lo que a Él mejor le parezca”. Y, a Él, le pareció que
habíais trabajado de sublime y estoica manera, que os
premió ciñéndoos corona justa de luz, como retribución
justa a vuestra entrega increíble de amor, fe y luz;
oh, San Bernardo; “feliz cazador de las almas de Dios”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Agosto
San Bernardo, Abad
Doctor de la Iglesia
Año 1153
San Bernardo, Abad
Doctor de la Iglesia
Año 1153
San Bernardo: Gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre
Santísima: pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios
y al prójimo, semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así
sea.
“NO ERES MÁS SANTO PORQUE NO ERES MÁS DEVOTO DE MARÍA” (San Bernardo).
Bernardo significa: “Batallador y valiente”. (Bern=batallador; Nard=valiente)
En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el
último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno
de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.
Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres
tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles
aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
La familia que se fue con Cristo
Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se
fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío,
dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y
el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían.
Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se iban de
religiosos, el muchacho les respondió: “¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a
ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra? Esto no
lo puedo aceptar”. Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y
más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana
(y ella también se fué de monja). Casos como este son más únicos que
raros.
La personalidad de Bernardo
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y
atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades
que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y
brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de
cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era
ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante
algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo
mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las
amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban
vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más
desilusionado del mundo y de sus placeres.
A mal grave, remedio terrible
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se
revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo
remedio le trajo mucha paz.
Una visión cambia su rumbo
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas
en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en
brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para
que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no
pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y
pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría
pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos
nuevos. Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se
opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran
personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no
aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre
tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su
voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y
cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a
sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los
alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los
Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes en su
finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos
acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos
religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al
convento.
El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán
llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos. Formidable
poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil
encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de
atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas,
como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su
novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de
religioso.
En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al
oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se
iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como
religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e
hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban “el
cazador de almas y vocaciones”. Con su apostolado consiguió que 900
monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval
En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de
santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como
superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y
lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su
frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que
significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el
día.
Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de
Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años
tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a
fundar otros 63 conventos.
La oratoria de santo
Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar
otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación
como San Bernardo. Lo llamaban “El Doctor boca de miel” (doctor
melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera
golosina llena de sabrosura, para los que la escuchaban.
Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar
almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a
pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y
de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes.
Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse
mejor.
Su amor a la Virgen Santísima
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios,
necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque
entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más
cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él
fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: “Oh clemente,
oh piadosa, oh dulce Virgen María”. Y repetía la bella oración que dice:
“Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya
acudido, sin tu auxilio recibir”.
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito
con su voz sonora e impresionante. “Si se levantan las tempestades de
tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de
tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de
la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos
pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una
mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola,
no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado
por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial”. Sus bellísimos
sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera
satisfacción y gran provecho.
Viajero incansable
El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento
dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los
obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera
a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera
que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los
primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas
penitencias y se le daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la
paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías,
corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos
para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por
todos.
Exclamaba: “A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera
para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y
sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas”. (ya
en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la
meditación).
De carbonero a Pontífice
Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su
monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras
semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad.
Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo
Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado “De
consideratione”, en el cual propone una serie de consejos
importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a
cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades
exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle:
“Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo
a la oración y a la meditación”.
Despedida gozosa
Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su
tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej. Hacer hablar a
un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y
después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos
fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios
la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: “Mi gran deseo
es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis
discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga
lo que a Él mejor le parezca”. Y a Dios le pareció que ya había sufrido y
trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio
preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a su eternidad feliz
el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había
trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró
Doctor de la Iglesia.