25 enero, 2015

La Conversión de San Pablo

 

 ¡Oh!, San Pablo, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado Apóstol y Santo, que, por Él, escogido, las
escrituras nos refieren de vos, así: “Saulo, respirando
amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación
para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si
encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar
presos y encadenados a Jerusalén. Y sucedió que yendo de
camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le
rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una
voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?”.
Y, vos, respondisteis: ¿Quién eres tú Señor? Y oísteis:
“Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate;
entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás
que hacer”. Y, luego la visita de Ananías, a quien, el
Señor le dijo en una visión: “¡Ananías!” El respondió:
“Aquí estoy Señor” y el Señor le dijo: “Levántate. Vete
a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno
de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y
está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le
coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista”.
Y, Ananías, dijo: “Señor, he oído a muchos hablar de ese
hombre y de los males que ha causado a tus seguidores
en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los
Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen
en tu nombre”. Dios, le dijo: “Vete, pues a éste lo he
elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante
los que no conocen la verdadera religión y ante los
gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré
todo lo que tendrá que padecer por mi nombre” Y fue
Ananías, y le dijo: “Hermano Saulo: me ha enviado a ti
el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por
donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista
y seas lleno del Espíritu Santo”. Y entonces, se os cayeron
de los ojos unas como escamas y recobrasteis la vista.
Os levantasteis y fuisteis bautizado. Y, así, vos, desde
entonces, os convertisteis, y lo narráis en vuestra carta
a los Gálatas así: “Cuando Aquél que me llamó por su
gracia me envió a que lo anunciara entre los que no
conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego
volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén
para conocer a Pedro y a Santiago”. Y, vuestra increíble
prédica, por Jesús, terminó jamás, hasta la entrega de
vuestra vida, por Él, que, coronada fue, con alegría
en el cielo, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Pablo, “Columna inmortal de la vida y la fe”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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25 de Enero
La Conversión de San Pablo

La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:

“Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.

Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?”. El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer”.

Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: “Aquí estoy Señor” y el Señor le dijo: “Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista”.

Respondió Ananías y dijo: “Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre”.

El Señor le respondió: “Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre”.

Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: “Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo”. Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.

Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? “Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo”.

Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: “Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago”.

Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: “El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir”. Y glorificaban a Dios a causa de mí.

Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como un ideal para todos y cada uno de nosotros. Que también en el camino de nuestra vida nos llame Cristo y nosotros le hagamos caso y dejemos nuestra antigua vida de pecado y empecemos una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.

Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.