Santa María de Egipto fue una asceta que se retiró al desierto tras una vida de prostitución. Su vida fue escrita en gran parte por Sofronio, Patriarca de Jerusalén.
Nació probablemente alrededor del año 344 d.C.. A los 12 años dejó su
casa y viajó a Alejandría, donde por más de 17 años ejerció la
prostitución.
Luego, con motivo de un peregrinaje a Jerusalén para la fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz, se embarcó hacia Palestina, pero no con la
intención de peregrinar, sino con el deseo tener nuevas oportunidades de
poner en práctica la lujuria.
Su biografía detalla que cuando María de Egipto intentó ingresar a la
Iglesia del Santo Sepulcro durante el peregrinaje, una fuerza invisible
le impidió hacerlo.
Tras intentar entrar tres o cuatro veces se retiró a un rincón del
patio de la iglesia y sintió remordimiento por sus actos. En ese momento
posó sus ojos en una estatua de la Santísima Virgen y lloró
desconsoladamente pidiendo perdón a Dios.
Luego intentó entrar de nuevo a la iglesia y esta vez se le fue permitido. Días después María de Egipto recibió la comunión en un monasterio de
San Juan Bautista en la ribera del río Jordán, y al día se internó en el
desierto que se prolonga hacia Arabia, lugar donde vivió cerca 47 años
dedicándose a la oración, meditación y mortificación.
En el desierto conoció a un sacerdote de nombre Zósimo, a quien le
hizo prometer que la encontraría en el Jordán la noche del Jueves Santo
del siguiente año y que le llevara el Sacratísimo Sacramento.
Y así fue. Al año siguiente María de Egipto recibió la Eucaristía y
levantó sus manos hacia el cielo gritando en voz alta las palabras de
Simeón: “Ahora puedes disponer de tu siervo en paz, oh Señor, según tu
palabra, porque mis ojos han visto tu salvación”.
La santa de Egipto falleció aquel día alrededor del 421 después de que el sacerdote dejara el lugar.
Cuando Zósimo viajó al año siguiente para visitarla nuevamente solo
encontró un pergamino que rezaba: “Padre Zózimo, he pasado a la
eternidad el Viernes Santo día de la muerte del Señor, contenta de haber
recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre
pecadora y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo
tiene que convertirse”.
Zózimo narró a otros monjes la emocionante historia de la vida María
de Egipto, y pronto junto a aquella tumba, empezaron a obrarse milagros y
prodigios. La fama de María se extendió por muchos países.