13 enero, 2016

San Hilario de Poitiers

 

 ¡Oh!, San Hilario, vos, sois el hijo del Dios de la vida, y
su amado santo e ilustre defensor de la fe en vuestro tiempo.
Aquél que, con el verbo y la palabra esclarecer lograsteis,
la vana pretensión, que socavar intentaban los cimientos
de luz, que reposaban a vos, gracias, más fuertes y prístinos
por los siglos de los siglos. Y, todo por la gloria de Aquél
que todo lo ve: el Dios eterno. Vos, sosteníais la unidad
de Tres Personas distintas, y un solo Dios, y que, el Verbo,
Hombre se había hecho, para nuestra salvación. Entonces,
Constancio emperador, parte tomó de la arriana herejía, y
os desterró a Frigia y desde allí, decíais: “Permanezcamos
siempre en el destierro, con tal que se predique la verdad”.
Vos, nos legasteis vuestro “Tratado de los Sínodos” y los doce
libros Sobre la Trinidad, vuestra obra maestra. Pero, todo
mal, su fin tiene, y volvisteis a Poitiers, recibido siendo
por los católicos, listo para realizar vuestra labor de exégesis.
Compusisteis también himnos y os atribuyeron con clara razón
el “Gloria in excelsis”, y además el primero en introducir
los cánticos en las iglesias de Occidente. Y, por vuestro
profundo amor a ella, y su defensa, os llaman el “Atanasio
de Occidente”. Además, vos, tuvisteis numerosos discípulos,
y el más ilustre de todos ellos fue San Martín de Tours, y
muchos fueron los herejes que convirtió. Hoy, corona de luz,
lucís como premio justo a vuestra grande entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Hilario de Poitiers, “vivo y glorioso defensor de la fe”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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 13 de enero 
San Hilario de Poitiers
 Obispo y doctor de la Iglesia 

Su nombre significa “sonriente”, nació en Poitiers, Francia, hacia el año 315. Sus padres eran nobles, pero gentiles. Ávido de saber, cultivó las letras y la filosofía. Después dio con los libros sagrados, y el Evangelio de San Juan iluminó su espíritu. En el año 345 recibió el bautismo. Desde entonces vivió con tanta honestidad y virtud que, al fallecer el obispo de Poitiers, fue escogido para ocupar aquella sede. Era el año 350. El siglo en que vivió Hilario estaba convulsionado por contiendas dogmáticas, sobre todo por la herejía arriana, que afirmaba que el Verbo no era Dios, sino sólo la primera de las criaturas creadas por Dios. Hilario sostenía, de acuerdo con la ortodoxia, la unidad de las tres personas, y que el Verbo divino se había hecho hombre para convertir en hijos de Dios a los que lo recibiesen. 

Los seguidores de Arrio consiguieron que el emperador Constancio, inficionado de la herejía, desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia, situada en la extremidad del Imperio. Hacia allí se dirigió a fines del 356. Durante cuatro años recorrió las ciudades de Oriente, discutiendo. “Permanezcamos siempre en el destierro -repetía- con tal que se predique la verdad”. Al mismo tiempo enviaba a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359 los doce libros Sobre la Trinidad, que se consideraba su mejor obra. Llamado por una orden general del emperador, asistió al concilio que se realizó en Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la región montañosa de Tauro. Allí trató Hilario sobre los altos y dificultosos misterios de la fe. Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al emperador como Anticristo. 

Considerado como un agitador e intimidados por su intrepidez, sus mismos enemigos trabajaron para echarlo de Oriente. Así volvió Hilario a Poitiers. San Jerónimo refiere el júbilo con que fue recibido por los católicos. Allí realizó una profunda labor de exégesis, en los tratados que escribió sobre los divinos misterios, sobre los salmos y sobre san Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el “Gloria in excelsis”. Según Isidoro de Savella, Hilario fue el primero que introdujo los cánticos en las iglesias de Occidente. Vuelve a la lucha. En Milán está el arriano Auxencio. Hilario lo combate con su característica intrepidez y es condenado a abandonar Italia bajo pretexto de introducir la discordia en la Iglesia de esa ciudad. Tuvo Hilario numerosos discípulos, el más ilustre de ellos san Martín de Tours, y muchos fueron los herejes que convirtió.

Murió el 13 de enero del año 368. Sus reliquias reposaron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron sacrílegamente quemadas por los hugonotes. Se le ha dado el título de Atanasio de Occidente. San Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe. Por la profunda influencia que ejerció como escritor, el papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de Burdeos, declaró a san Hilario doctor de la Iglesia.