¡Oh!, San Telmo, vos sois, el hijo del Dios
de la vida y el mismo que dijo: “Ya que hoy
el mundo se ha burlado de mí, de ahora en
adelante yo me burlaré del mundo”, y así, de
lado dejando terrenales honores, vestisteis
hábitos dominicos y pronto, vuestra palabra
y sabia predicación, tocaba el alma y el ser
y el corazón. Miles de voces, os imploran
cuando perdidas en la inmensidad de la mar y
de la angustia se hallan y os Claman, que por
sus vidas intercedáis, porque, vos, cesáis
el tiempo malo y lo tornáis cual si fueran
palomas mansas, y, con su vanidad y orgullo
acabáis, como si se tratara del mismo hombre,
que, necio, no deja de ser y que, cuando en
desgracia está, sólo se acuerda de Dios, por
que su mal andar, lo ahogó, en un océano por
la oscuridad cubierto. Predicador de pescadores
de los siete mares y marineros; hoy brilláis
luciendo corona de luz, como justo premio a
vuestra entrega total de amor y fe. Santo
Patrono de los marineros y navegantes del Mundo
¡Oh! San Telmo, "viva fe en el Dios Vivo y eterno".
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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20 de Abril
San Telmo
Predicador
(año 1240.)
Petición
Algo
parecido queremos decir nosotros: cuando las olas de nuestras
tentaciones y los huracanes de las pasiones quieran hundir la débil
navecilla de nuestra alma, San Telmo bendito: ruega a Cristo por
nosotros para que seamos salvos y logremos llegar al puerto de la
eternidad feliz.
Su
nombre era Pedro González Telmo, pero el pueblo lo llamaba Telmo, y
como San Telmo ha sido invocado siempre por sus devotos que han
conseguido de él muchos favores. En momentos de especial peligro los
marineros han gritado: “San Telmo bendito, ayúdame”, y han recibido
ayudas que nadie ha podido explicar.
Siendo
sobrino del obispo de Astorga, este le costeó la educación religiosa
para que se hiciera sacerdote, y una vez ordenado lo nombró presidente
de los canónigos de esa ciudad. Pero su educación había sido más mundana
que espiritual y lo que buscaba Telmo no era salvar almas sino
conseguir honores, y en él dominaban más el orgullo y el deseo de
aparecer, que la virtud. Y Dios dispuso corregirlo. Y así fue que el día
en que se dirigía lleno de vanidad por las calles de Astorga a tomar
posesión de su puesto de presidente de los empleados de la catedral, el
caballo en el que viajaba con tanto orgullo y ostentación, empezó a
corcovear y lo derribó entre un barrizal, en medio de las risas de la
gente. Telmo se levantó de esa caída y exclamó: “Ya que hoy el mundo se
ha burlado de mí, de ahora en adelante yo me burlaré del mundo”, y
dejando sus puestos honrosos se entró de religioso dominico en un
convento.
Después
de haberse preparado muy cuidadosamente en la comunidad de los
dominicos para dedicarse a la predicación, empezó sus sermones por
pueblos y ciudades con gran aceptación de las gentes. Tenía que predicar
en las plazas porque la gente no cabía en los templos. Su voz era
sonora, su pronunciación perfecta y su estilo directo. Hablaba
francamente contra los vicios y en favor de la buena conducta, y sus
sermones producían efectos admirables. Pasaba muchas horas estudiando
los sermones que iba a pronunciar, y muchas horas más rezando por los
hombres a Dios, antes de hablarles de Dios a los hombres.
Y
lo oyó predicar el rey San Fernando y quedó tan encantado de su modo de
hablar que lo nombró capellán de su ejército que victorioso iba
recobrando ciudad por ciudad y pueblo por pueblo, del poder de los
moros. Allí en el ejército tuvo que dedicarse Telmo con todas sus
energías a corregir vicios de los militares y a contenerlos para que en
las ciudades que conquistaban no cometieran excesos y crueldades.
Un
día unos militares disgustados dispusieron armarle una trampa a su
castidad y le enviaron una mujer hermosa y corrompida a que tratara de
hacerlo ofender a Dios. Cuando el santo vio que llegaba impúdicamente a
su habitación, no teniendo otro medio de alejarla, prendió fuego a los
materiales que allí lo rodeaban y entre llamas y humo hizo salir huyendo
a la corruptora.
Los
militares jóvenes de las altas clases sociales se sintieron muy
molestos por los sermones de Telmo en el ejército, porque no les
toleraba sus vicios y maldades y se propusieron amargarle la vida lo más
posible. El, al darse cuenta de que el ambiente de allí no era apto
para su modo de obrar y de pensar, se retiró del ejército y empezó otro
apostolado muy especial: la evangelización de los pescadores y marineros
en la región de Tuy. Y allí sí fue mejor aceptado. Lo primero que hizo
fue organizarlos en asociaciones para que defendieran sus derechos y se
ayudaran mutuamente.
Luego
como sacerdote se dedicó a ser padre de los pobres, amigo de todos,
consejero de los que necesitaban ser aconsejados, corregidor de vicios,
pacificador de peleas y riñas y buen ejemplo para todos de una vida sin
mancha y llena de espíritu y sacrificio y oración.
Y
sucedió que los marineros y pescadores empezaron a encomendarse a las
oraciones de Telmo cuando se iban al mar, especialmente en tiempos de
tormentas y vendavales. “¡Fray Telmo, encomiéndenos hoy que el tiempo
está difícil!”, le decían al embarcarse. El santo les prometía su
oración y en plena mar brava cuando los remeros veían que se iban a
hundir en las aguas formidables, exclamaban: “Dios mío, por las
oraciones de Fray Telmo, ¡sálvame!”, y sentían que misteriosamente se
libraban de aquellos inminentes peligros de muerte. En los procesos para
su beatificación hay centenares de testimonios como estos. Un día en
plena tempestad cuando varios pescadores estaban en grave peligro de
perecer, San Telmo se puso a rezar por ellos y la tempestad se calmó
rapidísimamente, sin que nunca antes hubieran visto una calma así de
repentina.
En
la Semana Santa a principios de abril al predicar un sermón se despidió
de sus oyentes avisándoles que muy pronto pasaría a la eternidad. No
era viejo. Había nacido en 1185 y apenas tenía 55 años. Pero su salud
estaba muy débil a causa de tantos sacrificios y largas horas de estudio
y frecuentísimas predicaciones.
Estaba
verdaderamente desgastado por tantos años de esfuerzos por conseguir la
gloria de Dios y el bien de las almas y su propia santificación. Y el
14 de abril del año 1240, durmióse para este mundo y despertó para
empezar la vida eterna en el cielo.
Y
desde entonces empezó una interminable serie de prodigios conseguidos
por su intercesión: salvarse de naufragios que parecían irremediables.
Calma instantánea de tempestades. Conversión de pecadores.
Apaciguamiento entre los que estaban peleados. Solución de graves
situaciones económicas. Y por muchos años y hasta siglos, los marineros
de España y de Portugal, cuando estaban en gravísimos peligros, lo
primero que gritaban era: “¡San Telmo bendito, protéjanos!”. Y cuando
las tempestades arreciaban, los que estaban en alta mar repetían: “Es
hora de invocar a San Telmo bendito”.