Oh, San Pedro Damián, vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su
amado santo, que honor hicisteis
al significado de vuestro nombre:
“domador”. Y, así fue, domándoos
a vos mismo, para ejemplo de vuestro
tiempo, en el que, el relajo y la
apatía eran comidilla de todos los
días. Vos, corregíais los vicios
con ardor de corazón, en cada sermón
vuestro, y por dentro, os colocabais
con espinas correas y os dabais azotes,
ayunando pan y agua. Carpintero
seguisteis, y jamás olvidasteis de
de desprenderos de vuestros materiales
bienes, que, los dabais todos, a los
más pobres. Os agradaba mucho el
retiraros la soledad para rezar meditar
y sentías una “santa envidia”, por
aquellos que todo su tiempo tienen,
para orar y meditar. Y, por ello,
rodeado de silencio y soledad, os
dedicasteis al estudio de la Sagrada
Biblia y los escritos de los santos
antiguos, para que vos, más tarde
escribierais vuestros libros y cartas,
de sabiduría llenos, entre ellos vuestro
“Libro Gomorriano”, que, frontalmente
combatió las malas costumbres de vuestro
tiempo. Hoy, con justicia toda, brilláis,
pues corona de luz recibisteis, como
justo premio a vuestra entrega de amor;
oh, San Pedro Damián, “dulce domador”.
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
_______________________________
21 de Febrero
San Pedro Damián
Cardenal, Obispo de Ostia
Doctor de la Iglesia
(año 1072)
Damián significa: el que doma su cuerpo. Domador de sí mismo. San Pedro
Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un
tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se necesitaban
predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con
sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo
dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de
pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la
ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro
santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y
obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era
profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente
tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos
monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al
oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se
fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos
reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su
camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes,
y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba
acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el
insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que
no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser
tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que
Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a
cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo
empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir
espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer
enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo
trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las
almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y
soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los
escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para
redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran
sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de
carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del
convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro
Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron
convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en
público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos
resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus
dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato
y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A
cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que
hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se
apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que
son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy
difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones
pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces
todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y
regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el
obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y
la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese
juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía
era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso luchar
Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad
del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX
lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde
sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves
castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable
prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo,
por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a
Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante
de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a
todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran
leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama “Libro
Gomorriano”, en contra de las costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo
de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego
porque allí se cometían muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos
personajes les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con
la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de
la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen
comportamiento). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le
propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel
siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser
sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a
los que lo elegían para ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia
Católica porque llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no
iban a hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado
al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el
Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de
acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el
obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y
sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para
dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo
era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la
gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente
generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera
las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al
llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el 21 de
febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran
santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa lo canonizó y lo declaró Doctor de la Iglesia por los elocuentes
sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió.
Petición
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y
obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.