Día litúrgico: Domingo XX (C) del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 12,49-53): En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo
querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible
prueba ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he
venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división.
Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos,
tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el
hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre;
la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra».
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«¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra?»
Rev. D. Isidre SALUDES i Rebull
(Alforja, Tarragona, España)
Hoy -de labios de Jesús- escuchamos afirmaciones estremecedoras: «He
venido a encender fuego en el mundo» (Lc 12,49); «¿creéis que he venido a
traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división» (Lc 12,51). Y
es que la verdad divide frente a la mentira; la caridad ante el
egoísmo, la justicia frente a la injusticia…
En el mundo -y en nuestro interior- hay mezcla de bien y de mal; y
hemos de tomar partido, optar, siendo conscientes de que la fidelidad es
“incómoda”. Parece más fácil contemporizar, pero a la vez es menos
evangélico.
Nos tienta hacer un “evangelio” y un “Jesús” a nuestra medida, según
nuestros gustos y pasiones. Hemos de convencernos de que la vida
cristiana no puede ser una pura rutina, un “ir tirando”, sin un
constante afán de mejorar y de perfección. Benedicto XVI ha afirmado que
«Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina
abstracta, es una persona real cuya entrada en la historia es capaz de
renovar la vida de todos».
El modelo supremo es Jesús (hemos de “tener la mirada puesta en Él”,
especialmente en las dificultades y persecuciones). Él aceptó
voluntariamente el suplicio de la Cruz para reparar nuestra libertad y
recuperar nuestra felicidad: «La libertad de Dios y la libertad del
hombre se han encontrado definitivamente en su carne crucificada»
(Benedicto XVI). Si tenemos presente a Jesús, no nos dejaremos abatir.
Su sacrificio representa lo contrario de la tibieza espiritual en la que
frecuentemente nos instalamos nosotros.
La fidelidad exige valentía y lucha ascética. El pecado y el mal
constantemente nos tientan: por eso se impone la lucha, el esfuerzo
valiente, la participación en la Pasión de Cristo. El odio al pecado no
es cosa pacífica. El reino del cielo exige esfuerzo, lucha y violencia
con nosotros mismos, y quienes hacen este esfuerzo son quienes lo
conquistan (cf. Mt 11,12).
(https://evangeli.net/evangelio/dia/2019-08-18)