¡Oh!, San Juan Crisóstomo, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, llamado “Crisóstomo”,
que significa “boca de oro”, porque, vuestras prédicas,
riquísimo manjar eran. Vuestra casa, la convertisteis
en monasterio dedicándoos al estudio, la oración y
la penitencia. Marchasteis al desierto por seis años,
a la muerte de vuestra madre a continuar orando,
penitencias haciendo y leyendo la Santa Biblia. Y,
de vuelta a la ciudad, continuasteis predicando, bajo
la guía del Santo Espíritu. Escritor prolijo, trece
libros nos legasteis, que prueba son, de vuestra alma
exquisita y espíritu. Aplauso y llanto y viceversa,
en vuestras prédicas recogíais, prueba de abrir el alma
y el espíritu, para luego, en frutos recoger vivas
conversiones. Y, de la trifulca de los impuestos, al
“Discurso de las estatuas”, que, conmovieron a vuestros
fieles, hicieron de vos, famoso predicador del mundo
de aquél entonces. ¿Castigo? No más a la ciudad,
por vuestros ruegos. Vos, aconsejabais diciendo: “sed
pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y
así, buen ejemplo dar, y, con lo que ahorréis, ayudad a
los necesitados”. Con vuestros sermones, atacasteis
toda clase de lujos, en el vestir y en sus mobiliarios y,
cuando obró el mal en vos, dijisteis: “¿Qué me destierran?
¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí
cuidando de mí? ¿Qué, me quitan mis bienes? ¿Qué, me
pueden quitar si ya los he repartido todos? ¿Qué, me
matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro
Jesús, y como Él, daré mi vida por mis ovejas”. Ni bien
salisteis, terremoto en Constantinopla y de terror llenos,
los gobernantes os rogaron que volvieseis, para poner
calma. Y, así fue, pues un inmenso gentío salió a recibiros
emocionado. Pero luego, vuestros enemigos os desterraron
al mar Negro y os trataron brutalmente haciendoos caminar
más de diez kilómetros, con un sol ardiente, lo cual os debilitó
mucho y os sentisteis muy agotado y quedasteis dormido.
Entonces, Basilisco Santo, se os apareció en sueños,
y os decía: “ánimo, Juan, mañana estaremos juntos”. Y,
así, fue. Vos, dijisteis antes de morir: “Sea dada la gloria a
Dios por todo”. Y, luego de haber gastado vuestra
santa vida, en buena lid, voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser, con corona de luz como premio a vuestra
increíble entrega de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh! Santo Patrono de todos los predicadores de la tierra;
¡oh!, San Juan Crisóstomo, “viva boca del Dios de la Vida”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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de la vida y su amado santo, llamado “Crisóstomo”,
que significa “boca de oro”, porque, vuestras prédicas,
riquísimo manjar eran. Vuestra casa, la convertisteis
en monasterio dedicándoos al estudio, la oración y
la penitencia. Marchasteis al desierto por seis años,
a la muerte de vuestra madre a continuar orando,
penitencias haciendo y leyendo la Santa Biblia. Y,
de vuelta a la ciudad, continuasteis predicando, bajo
la guía del Santo Espíritu. Escritor prolijo, trece
libros nos legasteis, que prueba son, de vuestra alma
exquisita y espíritu. Aplauso y llanto y viceversa,
en vuestras prédicas recogíais, prueba de abrir el alma
y el espíritu, para luego, en frutos recoger vivas
conversiones. Y, de la trifulca de los impuestos, al
“Discurso de las estatuas”, que, conmovieron a vuestros
fieles, hicieron de vos, famoso predicador del mundo
de aquél entonces. ¿Castigo? No más a la ciudad,
por vuestros ruegos. Vos, aconsejabais diciendo: “sed
pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y
así, buen ejemplo dar, y, con lo que ahorréis, ayudad a
los necesitados”. Con vuestros sermones, atacasteis
toda clase de lujos, en el vestir y en sus mobiliarios y,
cuando obró el mal en vos, dijisteis: “¿Qué me destierran?
¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí
cuidando de mí? ¿Qué, me quitan mis bienes? ¿Qué, me
pueden quitar si ya los he repartido todos? ¿Qué, me
matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro
Jesús, y como Él, daré mi vida por mis ovejas”. Ni bien
salisteis, terremoto en Constantinopla y de terror llenos,
los gobernantes os rogaron que volvieseis, para poner
calma. Y, así fue, pues un inmenso gentío salió a recibiros
emocionado. Pero luego, vuestros enemigos os desterraron
al mar Negro y os trataron brutalmente haciendoos caminar
más de diez kilómetros, con un sol ardiente, lo cual os debilitó
mucho y os sentisteis muy agotado y quedasteis dormido.
Entonces, Basilisco Santo, se os apareció en sueños,
y os decía: “ánimo, Juan, mañana estaremos juntos”. Y,
así, fue. Vos, dijisteis antes de morir: “Sea dada la gloria a
Dios por todo”. Y, luego de haber gastado vuestra
santa vida, en buena lid, voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser, con corona de luz como premio a vuestra
increíble entrega de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh! Santo Patrono de todos los predicadores de la tierra;
¡oh!, San Juan Crisóstomo, “viva boca del Dios de la Vida”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Septiembre
San Juan Crisóstomo
Patrono de los predicadores
Año 407
A este santo arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el
apodo de “Crisóstomo” que significa: “boca de oro”, porque sus
predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Es el más
famoso orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha sido superada
después por ninguno de los demás predicadores.
Nació en Antioquía (Siria) en el año 347. Era hijo único de un gran
militar y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada santa
también.
A los 20 años Antusa quedó viuda y aunque era hermosa renunció a un
segundo matrimonio para dedicarse por completo a la educación de su hijo
Juan. Desde sus primeros años el jovencito demostró tener admirables
cualidades de orador, y en la escuela causaba admiración con sus
declamaciones y con las intervenciones en las academias literarias. La
mamá lo puso a estudiar bajo la dirección de Libanio, el mejor orador de
Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que preguntado un día Libanio
acerca de quién desearía que fuera su sucesor en el arte de enseñar
oratoria, respondió: “Me gustaría que fuera Juan, pero veo que a él le
llama más la atención la vida religiosa, que la oratoria en las plazas”.
Juan deseaba mucho irse de monje al desierto, pero su madre le rogaba
que no la fuera a dejar sola. Entonces para complacerla se quedó en su
hogar pero convirtiendo su casa en un monasterio, o sea viviendo allí
como si fuera un monje, dedicado al estudio y la oración y a hacer
penitencia.
Cuando su madre murió se fue de monje al desierto y allá estuvo seis
años rezando, haciendo penitencias y dedicándose a estudiar la S.
Biblia. Pero los ayunos tan prolongados, la falta total de toda
comodidad, los mosquitos, y la impresionante humedad de esos terrenos le
dañaron la salud, y el superior de los monjes le aconsejó que si quería
seguir viviendo y ser útil a la sociedad tenía que volver a la ciudad,
porque la vida de monje en el desierto no era para una salud como la
suya.
El llegar otra vez a Antioquía fue ordenado de sacerdote y el anciano
Obispo Flaviano le pidió que lo reemplazara en la predicación. Y empezó
pronto a deslumbrar con sus maravillosos sermones. La ciudad de
Antioquía tenía unos cien mil cristianos, los cuales no eran demasiado
fervorosos. Juan empezó a predicar cada domingo. Después cada tres días.
Más tarde cada día y luego varias veces al día. Los templos donde
predicaba se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus sermones
duraban dos horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos,
por la magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz era
impresionante. Sus temas, siempre tomados de la S. Biblia, el libro que
él leía día por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están
coleccionados en 13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.
Era un verdadero pescador de almas. Empezaba tratando temas elevados y
de pronto descendía rápidamente como un águila hacia las realidades de
la vida diaria. Se enfrentaba enardecido contra los vicios y los abusos.
Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado. Tronaba terrible su
fuerte voz contra los que malgastaban su dinero en lujos e inutilidades,
mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.
El pueblo le escuchaba emocionado y de pronto estallaba en calurosos
aplausos, o en estrepitoso llanto el cual se volvía colectivo e
incontenible. Los frutos de conversión eran visibles.
El emperador Teodosio decretó nuevos impuestos. El pueblo de
Antioquía se disgustó y por ello armó una revuelta y en el colmo de la
trifulca derribaron las estatuas del emperador y de su esposa y las
arrastraron por las calles. La reacción del gobernante fue terrible.
Envió su ejército a dominar la ciudad y con la orden de tomar una
venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma y a todos los
invadió el terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a
implorar el perdón del airado emperador y las multitudes llenaron los
templos implorando la ayuda de Dios.
Y fue entonces cuando Juan Crisóstomo aprovechó la ocasión para
pronunciar ante aquel populacho sus famosísimos “Discursos de las
estatuas” que conmovieron enormemente a sus miles de oyentes logrando
conversiones. Esos 21 discursos fueron quizás los mejores de toda su
vida y lo hicieron famoso en los países de los alrededores. Su fama
llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la conversión a que
hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las oraciones fueran
escuchadas por Dios y que el emperador desistiera del castigo a la
ciudad.
En el año 398, habiendo muerto el arzobispo de Constantinopla, le
pareció al emperador que el mejor candidato para ese puesto era Juan
Crisóstomo, pero el santo se sentía totalmente indigno y respondía que
había muchos que eran más dignos que él para tan alto cargo. Sin embargo
el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros con la orden
terminante de llevar a Juan a Constantinopla aunque fuera a la fuerza.
Así que el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las
afueras de la ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los mártires, y
entonces dio la orden a los oficiales del ejército de que lo llevaran a
Constantinopla con la mayor rapidez posible, y en el mayor secreto
porque si en Antioquía sabían que les iban a quitar a su predicador se
iba a formar un tumulto inmenso. Y así fue que tuvo que aceptar ser
arzobispo.
Apenas posesionado de su altísimo cargo lo primero que hizo fue
mandar quitar de su palacio todos los lujos. Con las cortinas tan
elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los pobres que se morían de
frío. Cambió los muebles de lujo por muebles ordinarios, y con la venta
de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban terribles necesidades. El
mismo vestía muy sencillamente y comía tan pobremente como un monje del
desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y monjes: ser
pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen
ejemplo y con lo que se ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.
Pronto, en sus elocuentes sermones empezó a atacar fuertemente el
lujo de las gentes en el vestir y en sus mobiliarios y fue obteniendo
que con lo que muchos gastaban antes en vestidos costosísimos y en
muebles ostentosos, lo empezaran a emplear en ayudar a la gente pobre.
El mismo daba ejemplo en esto, y la gente se conmovía ante sus palabras y
su modo tan pobre y mortificado de vivir.
En aquellos tiempos había una ley de la Iglesia que ordenaba que
cuando una persona se sentía injustamente perseguida podía refugiarse en
el templo principal de la ciudad y que allí no podían ir las
autoridades a apresarle. Y sucedió que una pobre viuda se sintió
injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por su primer
ministro y se refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades
quisieron ir allí a apresarla pero San Juan Crisóstomo se opuso y no lo
permitió. Esto disgustó mucho a la emperatriz. Y unos meses más tarde
Eudoxia peleó con su primer ministro y se propuso echarlo a la cárcel.
Él corrió a refugiarse en el templo del arzobispo y aunque la policía de
la emperatriz quiso llevarlo preso, San Juan Crisóstomo no lo permitió.
El ministro que antes había querido llevarse prisionera a una pobre
mujer y no pudo, porque el arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo
defendido por el propio santo. Eudoxia ardía de rabia por todo esto y
juraba vengarse pero el gran predicador gritaba en sus sermones: “¿Cómo
puede pretender una persona que Dios le perdone sus maldades si ella no
quiere perdonar a los que le han ofendido?”
Eudoxia se unió con un terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era
Teófilo de Alejandría. Este reunió un grupo de los que odiaban al santo y
entre todos lo acusaron de un montón de cosas. Por ej. Que había
gastado los bienes de la Iglesia en repartir ayudas a los pobres. Que
prefería comer solo en vez de ir a los banquetes. Que a los sacerdotes
que no se portaban debidamente los amenazaba con el grave peligro que
tenían de condenarse, y que había dicho que la emperatriz, por las
maldades que cometía, se parecía a la pérfida reina Jetzabel que quiso
matar al profeta Elías, etc., etc.
Al oír estas acusaciones, el emperador, atizado por su esposa
Eudoxia, decretó que Juan quedaba condenado al destierro. Al saber tal
noticia, un inmenso gentío se reunió en la catedral, y Juan Crisóstomo
renunció uno de sus más hermosos sermones. Decía: “¿Qué me destierran?
¿A qué sitio me podrán enviar que no esté mi Dios allí cuidando de mí?
¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden quitar si ya los he repartido
todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más semejante a mi Maestro Jesús, y
como El, daré mi vida por mis ovejas…”
Ocultamente fue enviado al destierro, pero sobrevino un terremoto en
Constantinopla y llenos de terror los gobernantes le rogaron que
volviera otra vez a la ciudad, y un inmenso gentío salió a recibirlo en
medio de grandes aclamaciones.
Eudoxia, Teófilo y los demás enemigos no se dieron por vencidos.
Inventaron nuevas acusaciones contra Juan, y aunque el Papa de Roma y
muchos obispos más lo defendían, le enviaron desterrado al Mar Negro. El
anciano arzobispo fue tratado brutalmente por algunos de los militares
que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían caminar kilómetros y
kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo debilitó muchísimo.
El trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros bajo un sol
abrasador, se sintió muy agotado. Se durmió y vio en sueños que San
Basilisco, un famoso obispo muerto hacía algunos años, se le aparecía y
le decía: “Animo, Juan, mañana estaremos juntos”. Se hizo aplicarlos
últimos sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo y al día
siguiente diciendo estas palabras: “Sea dada gloria a Dios por todo”,
quedó muerto. Era el 14 de septiembre del año 404.
Eudoxia murió unos días antes que él, en medio de terribles dolores.
Al año siguiente el cadáver del santo fue llevado solemnemente a
Constantinopla y todo el pueblo, precedido por las más altas
autoridades, salió a recibirlo cantando y rezando. El Papa San Pío X
nombró a San Juan Crisóstomo como Patrono de todos los predicadores
católicos del mundo. Que Dios nos siga enviando muchos predicadores como
él. ¿Si Dios está con nosotros, quién podrá contra nosotros? (San Pablo
Rom.8).