22 enero, 2015

San Vicente

   

¡Oh!, San Vicente, vos, sois el hijo del Dios de la vida
y, su amado santo, y, aquél hombre que, persistiendo junto
a Valerio, vuestro Obispo, en la fe, dijisteis: “Estamos
dispuestos a padecer todos los sufrimientos posibles con
tal de permanecer fieles a la religión de Nuestro Señor
Jesucristo”. Entonces, Daciano, desterró a vuestro Obispo
y se dedicó a imponeros, sufrir impensables torturas para
tratar de haceros abandonar vuestra santa religión. A pesar
de los sufrimientos y el cruel martirio; fiel, a nuestra
santa religión premanecisteis, para, rabia y sorpresa
de vuestros verdugos. La providencia de Dios, jamás os
abandonó, y hecha voz, se dejó escuchar, rodeada toda
de celestes cánticos y lluvia de flores diciendo: “Ven
valeroso mártir a unirte en el cielo con el grupo de los
que aman a Nuestro Señor”. Y, vuestra alma, así, al regazo
de nuestro Creador llegó, para recibir vuestro premio:
coronado ser, con corona de luz inextinguible. ¿Habrá
otro premio mayor, para tan semejante entrega? ¡No la hay!
¡No!, tanto que, San Agustín escribió: “El que sufría era
Vicente, pero el que le daba tan grande valor era Dios.
Su carne al quemarse le hacía llorar y su espíritu al sentir
que sufría por Dios, le hacía cantar”. !Que amor! !Qué fe!
¡oh!, San Vicente, “luz vencedora y victoriosa de Cristo”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Enero
San Vicente
Mártir Año 304

San Vicente: ¡que nos consigas del cielo la gracia de Dios que nos vuelva muy valientes para proclamar nuestra fe!

Vicente significa: «Vencedor, victorioso”. San Vicente era un diácono español, y su martirio se hizo tan famoso que San Agustín le dedicó cuatro sermones y dice de él que no hay provincia donde no le celebren su fiesta. Roma levantó tres iglesias en honor de San Vicente y el Papa San León lo estimaba muchísimo. El poeta Prudencio compuso en honor de este mártir un himno muy famoso.

Era diácono o ayudante del obispo de Zaragoza, San Valerio. (Diácono es el grado inmediatamente inferior al sacerdocio). Como el obispo tenía dificultades para hablar bien, encargaba a Vicente la predicación de la doctrina cristiana, lo cual hacía con gran entusiasmo y consiguiendo grandes éxitos por su elocuencia y su santidad.

El emperador Diocleciano decretó la persecución contra los cristianos, y el gobernador Daciano hizo poner presos al obispo Valerio y a su secretario Vicente y fueron llevados prisioneros a Valencia. No se atrevieron a juzgarlos en Zaragoza porque allí la gente los quería mucho. En la cárcel les hicieron sufrir mucha hambre y espantosas torturas para ver si renegaban de la religión. Pero cuando fueron llevados ante el tribunal, Vicente habló con tan grande entusiasmo en favor de Jesucristo, que el gobernador regañó a los carceleros por no haberlo debilitado más con más atroces sufrimientos. Les ofrecieron muchos regalos y premios si dejaban la religión de Cristo y se pasaban a la religión pagana. El obispo encargó a Vicente para que hablara en nombre de los dos, y éste dijo: «Estamos dispuestos a padecer todos los sufrimientos posibles con tal de permanecer fieles a la religión de Nuestro Señor Jesucristo”. Entonces el perseguidor Daciano desterró al obispo y se dedicó a hacer sufrir a Vicente las más espantosas torturas para tratar de hacerlo abandonar su santa religión.

El primer martirio fue un tormento llamado «el potro”

Consistía en amarrarles cables a los pies y a las manos y tirar en cuatro direcciones distintas al mismo tiempo. Este tormento hacía que se desanimaran todos los que no fueran muy valientes. Pero Vicente, fiel a su nombre, que también significa «valeroso”, aguantó este terrible suplicio rezando y sin dejar de proclamar su amor a Jesucristo.

El segundo tormento fue apalearlo

El cuerpo de Vicente quedó masacrado y envuelto en sangre. Pero siguió declarando que no admitía más dioses que el Dios verdadero, ni más religión sino la de Cristo. El mismo jefe de los verdugos se quedó admirado ante el valor increíble de este mártir.

Entonces el gobernador le pidió que ahora sí le dijera dónde estaban las Sagradas Escrituras de los cristianos para quemarlas. Vicente dijo que prefería morir antes que decirle este secreto.

Y vino el tercer tormento: La parrilla al rojo vivo

Lo extendieron sobre una parrilla calientísima erizada de picos al rojo vivo. Los verdugos echaban sal a sus heridas y esto le hacía sufrir mucho más. Y en todo este feroz tormento, Vicente no hacía sino alabar y bendecir a Dios.

San Agustín dice: «El que sufría era Vicente, pero el que le daba tan grande valor era Dios. Su carne al quemarse le hacía llorar y su espíritu al sentir que sufría por Dios, le hacía cantar”. Si no hubiera sido porque Nuestro Señor le concedió un valor extraordinario, Vicente no habría sido capaz de aguantar tantos tormentos. Pero Dios cuando manda una pena, concede también el valor para sobrellevarla.

El tirano mandó que lo llevaran a un oscuro calabozo cuyo piso estaba lleno de vidrios cortantes y que lo dejaran amarrado y de pie hasta el día siguiente para seguirlo atormentando para ver si abandonaba la religión de Cristo. El poeta Prudencio dice: «El calabozo era un lugar más negro que las mismas tinieblas; un covacho que formaban las estrechas piedras de una bóveda inmunda; era una noche eterna donde nunca penetraba la luz”.

Interviene Dios

Pero a medianoche el calabozo se llenó de luz. A Vicente se le soltaron las cadenas. El piso se cubrió de flores. Se oyeron músicas celestiales. Y una voz le dijo: «Ven valeroso mártir a unirte en el cielo con el grupo de los que aman a Nuestro Señor”. Al oír este hermoso mensaje, San Vicente se murió de emoción. el carcelero se convirtió al cristianismo, y el perseguidor lloró de rabia al día siguiente al sentirse vencido por este valeroso diácono.