¡Oh!, San Juan de la Cruz, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo, y que, con Teresa Santa,
ambos, del Carmelo reformadores sois. Vos, a vuestros
religiosos, inspirar supisteis la soledad del espíritu,
la humildad y la mortificación. Así, mucho antes, vuestro
corazón, por Dios, purificado fue de toda debilidad y
apego humano, con pruebas exteriores e interiores, gozando
a priori, de las delicias de la vida contemplativa. Y,
de pronto, os visteis de toda devoción privado y en vos,
una sequía espiritual nació. Escrúpulos y hastío en vos,
se instalaron, por los constantes espirituales ejercicios,
que luego, describisteis como aquél terrible estado
de desolación interior como “la noche oscura del alma”.
Noche de sufrimiento del espíritu y del alma y del pulular
de las tentaciones, tanto que, sentíais que, abandonado
habíais sido por Dios. Pero, Aquél que todo lo ve, y juzga
y, que os amaba y ama, no os había abandonado jamás, y os
sedujo luego, con su manto de luz y amor divinos. Y, vos,
así, como habíais vivido la oscuridad, de pronto, os
abrazasteis con fervor inusitado, a la antigua tradición,
que llama al hombre, a alcanzar fiel, la “perfección
de la caridad y elevarse a la dignidad del Hijo de Dios
por el amor”. “No hay trabajo mejor ni más necesario que
el amor”. “Hemos sido hechos para el amor”. Decíais
vos, palabras que, escritas dejasteis en vuestros cantos y
poemas, tales como: “Subida al monte Carmelo”; la “Noche
oscura del Alma”; la “Llama viva de amor” y el “Cántico
Espiritual”. Vos, en extremo cumplisteis, con aquello que
a Dios, prometisteis, y hoy, lucís corona de luz, como justo
premio a vuestra grande e increíble entrega de amor y fe;
¡oh!, San Juan de la Cruz, “viva luz de Cristo en noche”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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San Juan de la Cruz
¡Oh!, San Juan de la Cruz;
Sois vos el navegante
De la noche
El marinero del sol
Cruz y Cáliz hasta el cielo
Maestro del silencio
Luz en las tinieblas
Vida del Dios de la vida
¡Oh!, San Juan de la Cruz.
© 2006 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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14 de Diciembre
San Juan de la Cruz
Doctor de la Iglesia (1542-1591)
San Juan de la Cruz
Doctor de la Iglesia (1542-1591)
(Con Santa Teresa, reformador del Carmelo).
Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542.
Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de
Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a
favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y
trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y
sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.
Vida de Pobreza
Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como
se casó con una joven de clase “inferior”, fue desheredado por sus
padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de
Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres
hijos. Jitan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la
vieja, en 1542. Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del
Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía
aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del
hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que
continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas
mortificaciones corporales. A los veintiún años, tomó el hábito en el
convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión
era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo
permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de
las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios
Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los
conventos. San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus
superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios
de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió
con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte
que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.
Conoce a Santa Teresa
Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada
de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del
Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu
religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de
Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le
había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que
él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa.
La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue
con intención de cambiar la orden o “modernizarla” sino mas bien para
restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado
mucho. Al mismo tiempo que lograron ser fieles a los orígenes, la
santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los
carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus
vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad. Poco después,
se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas
descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo
Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se
le unieron otros dos frailes.
Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y
nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección
profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de
suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un
tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570,
se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la
universidad; San Juan fue nombrado rector. Con su ejemplo, San Juan supo
inspirar a los religiosos el espíritu de soledad, humildad y
mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda
debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas
interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la
contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período
de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la
repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le
atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con
calumnias.
La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la
desolación interior, que el santo describe en “La Noche Oscura del
Alma”. A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad,
sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía
como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que
sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había
soportado el siervo de Dios. En cierta ocasión, una mujer muy atractiva
tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente,
como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan
se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su
triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en
circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de
temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de
“Roberto el diablo”.
Glorias para Dios
En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en
el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado ,
San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su
confesor. La santa escribió a su hermana: “Está obrando maravillas aquí.
El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido
siempre.”
Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios
confirmó su ministerio con milagros evidentes. Entre tanto, surgían
graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados.
Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender
la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión
contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los
descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si
eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios
papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el
provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de
Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido
destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió
un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y
se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila
profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo. Como Juan
se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y
oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco
había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban
seguirlo.
Sufrimiento y unión con Dios
La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de
ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo,
para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por
orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y
consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó
las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan
coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la
“Sexta Morada”: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia
espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: “No os extrañe que
ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor
cuando estuve preso en Toledo”.
Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el
desierto, reflejan su estado de ánimo: En dónde te escondiste,Amado, y
me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste,habiéndome herido;salí tras
ti clamando, y eras ido. El prior Maldonado penetró la víspera de la
Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el
tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba
recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la
debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar.
“Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?”, le dijo Maldonado. “Pensaba yo
en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad
poder celebrar la misa”, replicó Juan. “No lo haréis mientras yo sea
superior”, repuso Maldonado. En la noche del día de la Asunción, la
Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: “Sé
paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba.” Algunos días más
tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que
daba sobre el Tajo: “Por ahí saldrás y yo te ayudaré.” En efecto, a los
nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos
minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana
que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para
entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa
misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que
había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían
cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta,
San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla
del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un
perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas
las circunstancias, su fuga fue un milagro.
Gran guía y director espiritual
El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y
después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue
nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior
de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y
jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco
en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de
la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró
a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística
en la Iglesia.
La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua
El fin del hombre en la tierra es alcanzar “Perfección de la caridad y
elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor”; la contemplación
no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión
con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia
de esa unión a la que todo está ordenado. “No hay trabajo mejor ni mas
necesario que el amor”, dice el santo. “Hemos sido hechos para el amor.”
El único instrumento del que Dios se sirve es el amor.” “Así como el
Padre y el Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de
unión del alma con Dios”. El amor lleva a las alturas de la
contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único
puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la
infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la
experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina
tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.
Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que
puedan ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener cuidado en
discernir que es exageración. ¿Cual es nuestro punto de referencia?,
¿Fueron todos los santos exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado,
aceptando morir en la Cruz?. ¿O no será mas bien que nosotros no sabemos
amar hasta el extremo?. Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la
capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las
capacidades de entrega. Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase
pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase
morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la
humillación y el desprecio.
Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el
patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos
provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en
Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales.
Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre
todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua
ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel.
Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del
Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción
de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo
procedía de Dios. Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de
la noche orando ante el Santísimo Sacramento.
Pruebas y más pruebas
Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada
vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba
la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto
que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar
absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden. El P. Nicolás
fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de
Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente
los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del
monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos
era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.
San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario,
fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás
había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid
en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación
aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las
protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda
autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se
dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor
para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan
fue uno de los consultores. La innovación produjo grave descontento,
sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era
entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un
breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con
el vicario general.
Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en
el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa
del P. Gracián y de las religiosas. El P. Doria, que siempre había
creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión
para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al
remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses entregado
a la meditación y la oración en las montañas, “porque tengo menos
materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre
los hombres.” Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo,
ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San
Juan, durante la visita al convento de Sevilla, había llamado al orden a
dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por
entonces, los dos frailes se sometieron pero un consultor de la
congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y
conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él, afirmando que
tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de
los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la
verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para
no caer en desgracia. En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo.
El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger
entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba
mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era
superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el
P. Diego. Ese fue el convento que escogió.
La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con
gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le
trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al
enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los
alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas
personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la
situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al
P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió.
Santo y Doctor de la Iglesia Después de tres meses de sufrimientos
muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591. En su muerte
no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás
y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la
congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el
primero en llevar. La muerte del santo trajo consigo la revalorización
de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus
funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se viese su vida
auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron
trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por
última vez.
Su canonización en 1726
Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios
había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido
enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente
este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la “Subida al
Monte Carmelo”, la “Noche Oscura del Alma”, la “Llama Viva de Amor” y
el “Cántico Espiritual”, con sus respectivos comentarios. Así lo
reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz
por sus obras Místicas. La doctrina de San Juan se resume en el amor del
sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy
duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y
condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas
materiales, puesto que dijo: “Las cosas naturales son siempre hermosas;
son como las migajas de la mesa del Señor.” San Juan de la Cruz vivió
la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia
de otros menores que él, fue “libre, como libre es el espíritu de Dios”.
Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor
divino y la unión sustancial del alma con Dios. “Reunió en sí mismo la
luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo
despreciado”. Fuente Bibliográfica:-Butler, Vidas de los Santos de
Butler, Vol. IV.-Oficio Divino I, p. 1031