¡Oh!, Espíritu Santo, del Dios de la Vida
Siete dones para los hombres de la tierra:
Bendito Espíritu de Sabiduría:
¡Ayudadme a buscar a Dios!
Bendito Espíritu de Entendimiento:
¡Iluminad mi mente para conocer y amar las verdades de la fe!
Bendito Espíritu de Consejo:
¡Iluminad y guiadme en todos mis caminos¡
Bendito Espíritu de Fortaleza:
¡Vigorizad mi alma en tiempo de prueba y adversidad!
Bendito Espíritu de Ciencia:
¡Ayudadme a distinguir entre el bien y el mal!
Bendito Espíritu de Piedad:
¡Tomad posesión de mi corazón!
Bendito Espíritu de Santo Temor:
¡Penetrad mi ser para recordar Vuestra presencia!
¡Venid hermanos y no tengais miedo!
¡Dejad que os arropen y vivid!
¡Oh!, Espíritu Santo, del Dios de la Vida.
Siete dones para los hombres de la tierra:
Bendito Espíritu de Sabiduría:
¡Ayudadme a buscar a Dios!
Bendito Espíritu de Entendimiento:
¡Iluminad mi mente para conocer y amar las verdades de la fe!
Bendito Espíritu de Consejo:
¡Iluminad y guiadme en todos mis caminos¡
Bendito Espíritu de Fortaleza:
¡Vigorizad mi alma en tiempo de prueba y adversidad!
Bendito Espíritu de Ciencia:
¡Ayudadme a distinguir entre el bien y el mal!
Bendito Espíritu de Piedad:
¡Tomad posesión de mi corazón!
Bendito Espíritu de Santo Temor:
¡Penetrad mi ser para recordar Vuestra presencia!
¡Venid hermanos y no tengais miedo!
¡Dejad que os arropen y vivid!
¡Oh!, Espíritu Santo, del Dios de la Vida.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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04 de Mayo
Domingo
Solemnidad de Pentecostés
VATICANO, 04 Jun. 17 / 04:17 am (ACI).- El Papa Francisco celebró la
Solemnidad de Pentecostés con la SantaMisa que presidió en la Plaza de
San Pedro junto a miles de peregrinos provenientes de todo el mundo.
En su homilía, el Pontífice advirtió contra la tentación de la
“diversidad sin la unidad” y de la “unidad sin diversidad” y aseguró que
el Espíritu Santo ayuda a perdonar.
“Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos
mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el
perdón”.
“Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el
que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza
y fortalece. El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el
perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia”, afirmó.
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa:
Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la
Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera
especial por la presencia del Espíritu Santo. Él es, en efecto, el Don
pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas
nuevas. En las lecturas de hoy se nos muestran dos novedades: en la
primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo
nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo.
Un pueblo nuevo. En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo
en forma de «lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima
de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en otras lenguas» (Hch 2, 3-4). La Palabra de Dios describe así
la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a
todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad.
En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de
esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia
universal. En primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la
diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas
nuevos y variados.
A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad:
junta, reúne, recompone la armonía: «Reduce por sí mismo a la unidad a
quienes son distintos entre sí» (Cirilo de Alejandría, Comentario al
Evangelio de Juan, XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera,
aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la
diferencia.
Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos
tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad.
Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y
partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes,
cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás
considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Entonces se
escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que
a la Iglesia; nos convertimos en unos «seguidores» partidistas en lugar
de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de «derechas o
de izquierdas» antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o
vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la
Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad. En cambio, la
tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin
embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la
obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma
manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay
libertad. Pero dice san Pablo, «donde está el Espíritu del Señor, hay
libertad» (2 Co 3,17).
Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la
gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de
las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar
por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran
cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la
Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también
pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la
casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme
del Espíritu Santo.
Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús
Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, dice: «Recibid
el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados» (Jn 20, 22-23). Jesús no los condena, a pesar de que lo
habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el
Espíritu de perdón. El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da
en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la
Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que
une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por
excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de
todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera
el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón
no se construye la Iglesia.
El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a
rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen
salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de
quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer
la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la
misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que «ha
de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a
cambiar las cosas o a dejarlas como están» (Isaac de Stella, Sermón 31).
Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos,
hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más
hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.
Pidámoslo al Espíritu Santo, fuego de amor que arde en la Iglesia y
en nosotros, aunque a menudo lo cubrimos con las cenizas de nuestros
pecados: «Ven Espíritu de Dios, Señor que estás en mi corazón y en el
corazón de la Iglesia, tú que conduces a la Iglesia, moldeándola en la
diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez
más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y
enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas.
Amén».
(https://www.aciprensa.com/noticias/texto-homilia-del-papa-francisco-en-la-misa-de-la-solemnidad-de-pentecostes-25180/)