Oh, Santa Rita de Casia, vos,
sois la hija del Dios de la vida,
y su amada religiosa viuda y,
de los imposibles abogada. Vos,
os revelasteis con corazón de
humanidad increíble y presto
para beber la tragedia y el dolor;
la miseria moral, material y
social. Erais una obediente y
dulce mujer, que, en silencio
sufristeis los excesos de vuestro
esposo Pablo, a quien su alma
y corazón cambiasteis. Y, más,
cuando, a Dios pedisteis, que
se llevara a vuestros hijos, antes
de empañar, vuestra familia.
Y, Dios, os escuchó, vuestros
ruegos incomprensibles para el
hombre, pero certeros para vos.
Y, os quedasteis, sin esposo y
sin hijos y sólo os quedó, el
convento de las agustinas de
Casia, del que, rechazada fuisteis.
Pero, el cielo, no lo hizo, y, a
vuestros tres santos protectores
le pedisteis, aquél milagro. Y,
San Juan Bautista, San Agustín y
San Nicolás de Tolentino, una
noche, ellos mismos os visitaron,
y os hicieron agustina. Y, así, os
dedicasteis a la penitencia, a la
oración y al amor de Cristo crucificado,
quien os clavó en la frente una espina.
Vos, que para sí no habíais pedido
sino, cargar sobre vos los dolores
del prójimo, la vida entregasteis
al eterno Padre, quien os premió
con justicia, coronándoos de luz;
Oh, Santa Rita de Casia, “vida”.
© 2012 Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Mayo
Santa Rita de Casia
Religiosa Viuda, Religiosa,
y Abogada de Imposibles
Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanísimo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.
Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.
Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.
Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.
Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.
Oración
Oh Dios omnipotente, que te dignaste conceder a Santa Rita tanta gracia, que amase a sus enemigos y llevase impresa en su corazón y en su frente la señal de tu pasión, y fuese ejemplo digno de ser imitado en los diferentes estados de la vida cristiana. Concédenos, por su intercesión, cumplir fielmente las obligaciones de nuestro propio estado para que un día podamos vivir felices con ella en tu reino. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.