Domingo 2 (C) de Adviento Ver 1ª Lectura y Salmo Texto del Evangelio (Lc 3,1-6): En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».
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«Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios». P. Maciej SLYZ Misionero de Fidei Donum (Bialystok, Polonia)
Hoy, casi la mitad del pasaje evangélico consiste en datos
histórico-biográficos. Ni siquiera en la liturgia de la Misa se cambió
este texto histórico por el frecuente «en aquel tiempo». Ha prevalecido
esta introducción tan “insignificante” para el hombre contemporáneo: «En
el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato
procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea (…)» (Lc 3,1). ¿Por
qué? ¡Para desmitificar! Dios entró en la historia de la humanidad de un
modo muy “concreto”, como también en la historia de cada hombre. Por
ejemplo, en la vida de Juan —hijo de Zacarías— que estaba en el
desierto. Lo llamó para que clamara en la orilla del Jordán… (cf. Lc
3,6).
Hoy, Dios dirige su palabra también a mí. Lo hace
personalmente —como en Juan Bautista—, o por sus emisarios. Mi río
Jordán puede ser la Eucaristía dominical, puede ser el tweet del papa
Francisco, que nos recuerda que «el cristiano no es un testigo de alguna
teoría, sino de una persona: de Cristo Resucitado, vivo, único Salvador
de todos». Dios ha entrado en la historia de mi vida porque Cristo no
es una teoría. Él es la práctica salvadora, la Caridad, la Misericordia.
Pero
a la vez, este mismo Dios necesita nuestro pobre esfuerzo: que
rellenemos los valles de nuestra desconfianza hacia su Amor; que
nivelemos los cerros y colinas de nuestra soberbia, que impide verlo y
recibir su ayuda; que enderecemos y allanemos los caminos torcidos que
hacen de la senda hacia nuestro corazón un laberinto…
Hoy es el
segundo Domingo de Adviento, que tiene como objetivo principal que yo
pueda encontrar a Dios en el camino de mi vida. Ya no sólo a un Recién
Nacido, sino sobre todo al Misericordiosísimo Salvador, para ver la
sonrisa de Dios, cuando todo el mundo verá la salvación que Dios envía
(cf. Lc 3,6). ¡Así es! Lo enseñaba san Gregorio Nacianceno, «Nada alegra
tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre».