¡Oh!, San Luis María de Monfort; vos, sois, el hijo del Dios
de la Vida, su amado santo, predicador y conversor genial; aquél,
al que ni las piedras del camino podían resistirse y del “pecado”
quedaban también libres. A vos, que de Jesús y María os hicisteis
su más grande y fiel amigo, con vuestros constantes rezos y el
Rosario Santo contra el maligno. Padre de los pobres, defensor
de los huérfanos y reconciliador de los pecadores. “¿Aman a
Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen
Dios? ¿Y por qué ofenderlo si es tan santo?” Les preguntabais
y les preguntáis a la gente de vuestro tiempo y especialmente
a las de hoy. “Ha nacido en mí una confianza sin límites en
Nuestro Señor y en su Madre Santísima”. Así, decíais, pues no
temías ingresar a las cantinas, a los sitios de juego, ni a los lugares
de perdición; pues allí, resuelto ibais, a almas, al diablo quitarle,
pues llevabais con vos, a vuestros amados defensores: ¡Jesús
y María! A Roma, fuisteis a pie y de limosna a Dios rogando la
eficacia de la palabra, la misma que la obteníais al instante.
Clemente XI Papa, os decía “Misionero Apostólico”, porque
predicabais en todas partes: en los pueblos, caseríos y estancias,
dejando una Cruz como señal de vuestro paso, y de haber
enseñado amor por los sacramentos, por el rezo del Santo Rosario,
la frecuente confesión y comunión, y una gran devoción
a Nuestra Señora. “Donde la Madre de Dios llega, no hay diablo
que se resista”. Decíais vos y, como huella de vuestro amor,
dejasteis en este mundo a los Padres Monfortianos y a las
“Hermanas de la Sabiduría”. Alguien escribió maravillosamente
el resumen de vuestra santa vida en vuestra lápida: “¿Qué miras,
caminante? Una antorcha apagada, un hombre a quien el fuego
del amor consumió, y que se hizo todo para todos, Luis María
Grignon Monfort. ¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más
íntegra, ¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera. ¿Investigas
su celo? Ninguno más ardiente. ¿Y su piedad Mariana? Ninguno
a San Bernardo más cercano. Sacerdote de Cristo a Cristo reprodujo
en su conducta, y enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo
en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los
huérfanos, y reconciliador de los pecadores. Su gloriosa muerte
fue semejante a su vida. Como vivió, murió. Maduro para Dios,
voló al cielo a los 43 años de edad”. Vuestra obra cumbre:
“Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María”, por todo
el mundo está, y San Juan Pablo II tomó como lema vuestra
amorosa frase: “Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo,
tuyo es”. Hoy, lucís corona de luz, como premio a vuestro amor
por Jesús y María, por los siglos de los siglos, ¡Aleluya, Amén!
¡Oh!, San Luis de Monfort; “vivo evangelizador de Jesús y María”.
de la Vida, su amado santo, predicador y conversor genial; aquél,
al que ni las piedras del camino podían resistirse y del “pecado”
quedaban también libres. A vos, que de Jesús y María os hicisteis
su más grande y fiel amigo, con vuestros constantes rezos y el
Rosario Santo contra el maligno. Padre de los pobres, defensor
de los huérfanos y reconciliador de los pecadores. “¿Aman a
Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen
Dios? ¿Y por qué ofenderlo si es tan santo?” Les preguntabais
y les preguntáis a la gente de vuestro tiempo y especialmente
a las de hoy. “Ha nacido en mí una confianza sin límites en
Nuestro Señor y en su Madre Santísima”. Así, decíais, pues no
temías ingresar a las cantinas, a los sitios de juego, ni a los lugares
de perdición; pues allí, resuelto ibais, a almas, al diablo quitarle,
pues llevabais con vos, a vuestros amados defensores: ¡Jesús
y María! A Roma, fuisteis a pie y de limosna a Dios rogando la
eficacia de la palabra, la misma que la obteníais al instante.
Clemente XI Papa, os decía “Misionero Apostólico”, porque
predicabais en todas partes: en los pueblos, caseríos y estancias,
dejando una Cruz como señal de vuestro paso, y de haber
enseñado amor por los sacramentos, por el rezo del Santo Rosario,
la frecuente confesión y comunión, y una gran devoción
a Nuestra Señora. “Donde la Madre de Dios llega, no hay diablo
que se resista”. Decíais vos y, como huella de vuestro amor,
dejasteis en este mundo a los Padres Monfortianos y a las
“Hermanas de la Sabiduría”. Alguien escribió maravillosamente
el resumen de vuestra santa vida en vuestra lápida: “¿Qué miras,
caminante? Una antorcha apagada, un hombre a quien el fuego
del amor consumió, y que se hizo todo para todos, Luis María
Grignon Monfort. ¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más
íntegra, ¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera. ¿Investigas
su celo? Ninguno más ardiente. ¿Y su piedad Mariana? Ninguno
a San Bernardo más cercano. Sacerdote de Cristo a Cristo reprodujo
en su conducta, y enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo
en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los
huérfanos, y reconciliador de los pecadores. Su gloriosa muerte
fue semejante a su vida. Como vivió, murió. Maduro para Dios,
voló al cielo a los 43 años de edad”. Vuestra obra cumbre:
“Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María”, por todo
el mundo está, y San Juan Pablo II tomó como lema vuestra
amorosa frase: “Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo,
tuyo es”. Hoy, lucís corona de luz, como premio a vuestro amor
por Jesús y María, por los siglos de los siglos, ¡Aleluya, Amén!
¡Oh!, San Luis de Monfort; “vivo evangelizador de Jesús y María”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Abril
San Luis María Grignon de Monfort
Fundador
(1716)
Oración
San Luis Grignon de Monfort, ruega a la Virgen Santísima que nos
envíe muchos apóstoles que, como tú, se dediquen a hacer y a amar más y
más a Jesús.
“A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María”.
San Luis María Grignon de Monfort
El libro de San Luis, Tratado de la verdadera devoción a la
Virgen María, se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para
sus lectores. El Papa Juan Pablo II tomó como lema una frase que
repetía mucho este gran santo:
“Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es”.
Su Vida
Es el fundador de los padres Monfortianos y de las Hermanas de la
Sabiduría. Nació en Monfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una
familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la
Santísima Virgen. A los 12 años ya la gente lo veía pasar largos ratos
arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio
por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante
la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. Cuando
salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial,
sus ojos le brillaban con un fulgor especial.
Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica. Un día
al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos harapos muy
humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para conseguirle un
vestido y se fue donde el sastre y le dijo: “Mire, señor: los alumnos
hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a nuestro
compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere usted
completar lo que falta?”. El sastre aceptó y le hizo un hermoso traje al
joven pobre.
El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento.
Los psicólogos dicen que si Monfort no hubiera sido tan
extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre
colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había
heredado de su propio padre. Pero nada suaviza tanto la aspereza
masculina como la bondad y la amabilidad de una mujer santa. Y esto fue
lo que salvó el temperamento de Luis. Cuando su padre estallaba en
arrebatos de mal humor, el joven se refugiaba en sitios solitarios y
allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor. Y esto lo hará
durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido,
perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz
orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y
desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de
hijo.
Con grandes sacrificios logró conseguir con qué ir a estudiar al más
famoso seminario de Francia, el seminario de San Suplicio en París. Allí
sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme gozo
en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima Virgen.
Luis Grignon de Monfort será un gran peregrino durante su vida de
sacerdote. Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a
un Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y
Luis se ganó ese premio. Se fue en peregrinación al Santuario de la
Virgen en Chartres. Y al llegar allí permaneció ocho horas seguidas
rezando de rodillas, sin moverse. ¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando
así de inmóvil? Es que él no iba como algunos de nosotros a rezar como
un mendigo que pide que se le atienda rapidito para poder alejarse. El
iba a charlar con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las
horas parecen minutos.
Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante
muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo
preferido y su refugio.
Monfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de
conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores.
Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada
misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera
muchos malos humores y enciende el fervor. Decía que una misión sin
canto era como un cuerpo sin alma. El mismo componía la letra de muchas
canciones a Nuestro Señor y a la Virgen María y hacía cantar a las
multitudes. Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las
gentes: “¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al
buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan santo?”.
Era todo fuego para predicar. Donde Montfort llegaba, el pecado tenía
que salir corriendo. Pero no era él quien conseguía las conversiones.
Era la Virgen María a quien invocaba constantemente. Ella rogaba a Jesús
y Jesús cambiaba los corazones. Después de unos Retiros dejó escrito:
“Ha nacido en mí una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su
Madre Santísima”. No tenía miedo ni a las cantinas, ni a los sitios de
juego, ni a los lugares de perdición. Allí se iba resuelto a tratar de
quitarse almas al diablo. Y viajaba confiado porque no iba nunca solo.
Consigo llevaba el crucifijo y la imagen de la Virgen, y Jesús y María
se comportaban con él como formidables defensores.
A pie y de limosna se fue hasta Roma, pidiendo a Dios la eficacia de
la palabra, y la obtuvo de tal manera que al oír sus sermones se
convertían hasta los más endurecidos pecadores. El Papa Clemente XI lo
recibió muy amablemente y le concedió el título de “Misionero
Apostólico”, con permiso de predicar por todas partes.
En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz,
construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en
todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario.
Esto no se lo perdonaban los herejes jansenistas que decían que no había
que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de
recibirlos. Y con esta teoría tan dañosa enfriaban mucho la fe y la
devoción. Y como Luis Monfort decía todo lo contrario y se esforzaba por
propagar la frecuente confesión y comunión y una gran devoción a
Nuestra Señora, lo perseguían por todas partes. Pero él recordaba muy
bien aquellas frases de Jesús: “El discípulo no es más que su maestro.
Si a Mí me han perseguido y me han inventado tantas cosas, así os
tratarán a vosotros”. Y nuestro santo se alegraba porque con las
persecuciones se hacía más semejante al Divino Maestro.
Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba,
rezaba con fervor a la Sma. Virgen, y adelante que “donde la Madre de
Dios llega, no hay diablo que se resista”. Las personas que habían sido
víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca
como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de
conseguir la eficacia para sus predicaciones.
San Luis de Monfort fundó unas Comunidades religiosas que han hecho
inmenso bien en las almas. Los Padres Monfortianos (a cuya comunidad le
puso por nombre “Compañía de María”) y las Hermanas de la Sabiduría.
Oración
San Luis Grignon de Monfort, ruega a la Virgen Santísima que nos
envíe muchos apóstoles que, como tú, se dediquen a hacer y a amar más y
más a Jesús.
Sobre la tumba de San Luis de Monfort dice:
¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada, un hombre a quien el
fuego del amor consumió, y que se hizo todo para todos, Luis María
Grignon Monfort.
¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra, ¿Su penitencia
indagas? Ninguna más austera. ¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en
sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre
de los pobres, defensor de los huérfanos, y reconciliador de los
pecadores.
Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.
Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad.
Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Luis_Monfort_4_28.htm)