18 julio, 2010

Santa Sinforosa y sus siete hijos Mártires

Oh, Santa Sinforosa y vuestros siete hijos
mártires, vosotros sois todos, hijos
del Dios de la vida, a quienes con
devota fe y excelso amor formasteis
y sois además, ejemplo vivo, de tantas
cristianas madres, donde Dios las ha
querido para sí. Hicisteis de vuestra
casa, templo de Dios, santificándoos
y eligiendo el bien para vuestros hijos,
angosto y lleno de arideces, y cuando
llegó el momento, ni uno solo os defraudó
y todos juntos, a su padre Getulio,
imitaron le. "No queremos adorar falsos
dioses; seremos fuertes como mi marido
y mi cuñado; mis hermanos cristianos
están dispuestos a la muerte y lo mismo
haré yo con mis hijos", respondisteis
en aquella suprema hora y vuestros amados
hijos Crescente, Juliano, Nemesio,
Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio,
todos a una voz dijeron: "No seremos
menos fuertes ni menos cristianos
que nuestros padres" y vuestros verdugos,
de sí fuera, procedieron a mataros,
creyendo que así, os matarían vuestro
amor por Dios y así, vos, Sinforosa y
vuestros siete hijos, lucís corona de luz en la
casa del Padre eterno, coronados todos de gloria
Oh, Santa Sinforosa y vuestros siete hijos mártires.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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18 de Julio


Santa Sinforosa y sus siete hijos mártires


Roma (¿?-¿120?)

Sinforosa, la mujer de Getulio, formó con generosidad una familia numerosa, aunque nunca dispuso de carné, ni obtuvo beneficios económicos en los transportes o en los colegios de los hijos.

Bien puede mostrarse como ejemplo de tantas madres cristianas que han encontrado en la propia familia el campo natural donde Dios las ha querido apóstoles; allí hacen recia la fe de los suyos, entre los suyos desparraman a manos llenas -como el sembrador- las bondades evangélicas con olvido de sí mismas, y desde dentro del hogar facilitan el crecimiento del bien entre las malas yerbas del egoísmo.

Sinforosa intenta hacer en su casa lo que Dios quiere y de este modo, al tiempo que realiza su vocación personal, se santifica y contribuye al bien de la sociedad y de la Iglesia. Supo descubrir que el bien para sus hijos no había de consistir en proporcionarles las vacaciones, oportunidades o bienes materiales que los padres anhelaron en su día y no tuvieron; con la luz de Dios conoce que no tenía que educarlos para que llegaran a ser "triunfadores" en la sociedad competitiva con la que habían de toparse en el tiempo futuro. Bien claro tuvo que su función de madre no había de consistir en facilitar a sus hijos todos los caprichos y gustos que apetecieran, ni siquiera procurarles como bien absoluto la salud del cuerpo. Con una sensatez digna de monumento y sin que estuviera de moda sí se ocupó en prepararlos a servir, proporcionándoles una escala de valores en la que Dios ocupara el lugar primero; acertó cuando les daba motivaciones serias para obrar y cuando les inculcaba responsabilidad para que la cacareada libertad no fuera sólo una palabra bonita sin contenido. Hicieron falta y vinieron bien las palabras; pero, cuando llegó el momento, les mostró el camino con la entrega de su vida. No hay mejor medio, ni más efectivo, en la pedagogía o didáctica.

Ella fue cuñada, mujer y madre de mártires. La familia vivió en Roma un tiempo, yendo y viniendo a las propiedades que el padre de familia, el tribuno Getulio -llamado también Zotico-, tenía en Tívoli. Dios les ha dado siete hijos; son familia cristiana y, en una casa bien dispuesta, llenan las horas del día viviendo en paz y armonía entre trabajos y aprendizajes mezclados con juegos, gritos y rezos.

El supersticioso emperador Adriano se ha convertido en un perseguidor cruel de los cristianos. Entre otros muchos, aprisiona a Getulio y a Amancio, su hermano y también militar. Prisioneros primero, acaban con la cabeza cortada en la orilla del Tiber.

Durante todo el tiempo de la persecución, Sinforosa ha salido con los suyos de Roma hacia Tívoli y allí procura preparar a sus hijos para la amenaza presente que se promete larga y que ya ha acabado con la vida de su padre. Les habla del amor de Dios y del premio, de fortaleza y fidelidad, de lealtad a Dios con las obras hasta la muerte como ha sido la actitud de su propio padre. Tuvo que pasar oculta siete meses con sus hijos, escondiéndose en una cisterna seca por el temor a ser descubiertos, cuando arreciaba la persecución. Sin fingimiento inútil, los prepara hablándoles del peligro que corren, de los bienes futuros prometidos a los que son fieles y de la confianza en Jesucristo; también les pone al corriente de la dureza que supone el martirio y confiesa sus miedos ante la posibilidad de que claudique alguno de ellos. La familia responde haciéndose hace una piña en torno a la madre y se conjuran para estar dispuestos a la muerte antes que adorar a los ídolos.

Llegaron un día los guardias a por la madre y los hijos. Sinforosa es clara y firme en el juicio: "No queremos adorar falsos dioses; seremos fuertes como mi marido y mi cuñado; mis hermanos cristianos están dispuestos a la muerte y lo mismo haré yo con mis hijos". El juez quiere colgarla por los cabellos junto al templo de Hércules; pero, comprendiendo que el espectáculo contribuirá a afianzar la fe de los cristianos que permanecen ocultos entre el pueblo, cambia el propósito, disponiendo que sea arrojada al río Teverone, próximo a Tívoli, con una pesada piedra atada al cuello.

Sus hijos Crescente, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, jóvenes y algunos niños, se resisten firmemente a sacrificar y aseguran con claridad ante el juez que se ha ofrecido con promesas a hacer de padre y madre para ellos: "No seremos menos fuertes ni menos cristianos que nuestros padres".

Entonces es el potro alrededor del templo de Hércules el que entra en juego. A fuerza de ser estirados les descoyuntan los miembros, pero ellos bendecían a Dios en medio del tormento. Luego vienen los garfios que van rompiendo las carnes y, por último, vencido y humillado el juez por no poder torcer la voluntad de los fuertes y jóvenes reos, manda que los verdugos terminen con sus vidas atravesándoles con espadas y puñales.

Enterraron sus cuerpos en una fosa común que los paganos llamaron luego "Biothanatos", queriendo expresar el desprecio a la muerte que mostraron al juzgarles. Cuando se calma de furia de Adriano en cosa de año y medio, los cristianos pudieron dar digna sepultura a los que llamaban ya, distinguiéndolos, como "Los Siete Hermanos" y levantaron una pequeña y pobre iglesia a Sinforosa. Posteriormente sus reliquias se trasladaron a Roma y se pusieron, junto a las de Getulio, en la Iglesia de san Miguel.

Esto es lo que dicen contando la vida y la muerte de una familia cristiana de los primeros tiempos. Quizá nunca se pueda comprobar cada paso de ella y posiblemente haya adorno en el relato, como si fuera un bonito y bien tramado cuento; pero no cabe duda de que quienes adornaron el hecho, si es que adornaron, sabían bien qué cosa decían y cuánto importaba el testimonio de los que murieron.

(http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/07/07-18_Santa_sinforosa_y_sus_siete_hijos.htm)

San Arsenio

Oh, San Arsenio, vos sois el hijo del
Dios de la vida y aquél, que brillo dio
al significado de vuestro nombre: fuerte,
valeroso y valiente, cosa que así fue.
Fuerte, fuisteis en el combate de la fe,
valeroso, en el silencio de los días y
de las noches del desierto y valiente,
en la palabra y el buen consejo; pues
vuestros dichos y refranes, hasta hoy
el caminar iluminan de vuestros fieles.
Una voz como de Dios, os dijo: “Apartaos
del trato con la gente, y huid a la
soledad”; y marchasteis al desierto a
orar y a penitencia hacer, por el hombre
y sus pecados, del mundo lejos y en plena
soledad. Un día os dejaron rica herencia
y dijisteis: “Antes de que él muriera en
su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y
avaricias. No quiero riquezas mundanas
que me impidan adquirir las riquezas del
cielo” y a ella renunciasteis y a los
pobres las disteis. La gente os veía en
constante oración las noches todas y los
sábados, la noche caída, de rodillas con
los brazos en cruz, hasta que caías de
rodillas desmayado. “Muchas veces he
tenido que arrepentirme de haber hablado.
Pero nunca me he arrepentido de haber
guardado silencio”, decíais vos y agregabais:
“Siempre he sentido temor a presentarme
al juicio de Dios, porque soy un pecador”.
¿Para qué abandoné el mundo y me hice
religioso? Y, vos mismo respondíais: Me
hice religioso porque quiero santificarme y
salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he
perdido totalmente mi tiempo”. ¿Dónde
podremos encontraros ahora? Duda no cabe:
coronado de luz todo, en la casa del Padre;
Oh, San Arasenio, fuerte, valeroso y santo.

© 2010 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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19 de julio

San Arsenio
Monje
Año 450


Arsenio significa: fuerte, valeroso, valiente. San Arsenio fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad. Sus dichos o refranes fueron enormemente estimados. Las gentes hacían viajes de semanas y meses con tal de ir a consultarle y oír sus consejos.

Cuando el emperador Teodosio, el Grande buscaba un buen profesor para sus dos hijos, el Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, que era un senador sumamente sabio y muy práctico en los consejos que sabia dar. Y así durante diez años tuvo que estarse en el palacio imperial tratando de educar a los dos hijos del emperador, Arcadio y Honorio. Pero se dio cuenta de que el uno era demasiado atrevido y el otro demasiado apocado, y desilusionado de ese fracaso como educador de los dos futuros emperadores dispuso dedicarse a otra labor que le fuera de mayor utilidad para su santificación y salvación.

Y estando un día orando, en medio de una gran crisis espiritual, mientras le pedía a Dios que le iluminara lo que debía hacer para santificarse, oyó una voz que le decía: “Apártese del trato con la gente, y váyase a la soledad”. Entonces dispuso irse al desierto a orar y a hacer penitencia con los demás monjes de esa soledad.

Cuando llegó al monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que había estado viviendo tanto tiempo como senador y como alto empleado del Palacio imperial, dispusieron ponerle algunas pruebas para saber si en verdad era apto para esa vida de humillación y mortificación. El superior lo recibió fríamente, y al llegar al comedor, no lo hizo sentar a la mesa sino que lo dejó de pie, junto a su mesa. Luego en vez de pasarle un plato de comida, le lanzó una tajada de pan al piso, y le dijo secamente: “Si quiere comer algo, recoja eso”. Arsenio se inclinó humildemente, recogió la tajada de pan y se sentó en el suelo a comer. El superior, al observar este comportamiento admirable, lo consideró lo suficientemente humilde como para ser recibido como monje y lo aceptó en el monasterio, diciendo a los demás religiosos: “Este será un buen hermano”.

Arsenio había pasado toda su vida en el alto gobierno y en lujosos palacios, tratando con gente de mundo, y conservaba algunas costumbres mundanas que los otros monjes no hallaban como corregírselas, porque le tenían mucho respeto. Entonces dispusieron irlo corrigiendo indirectamente, y poco a poco. Así por ejemplo, él acostumbraba montar la pierna, mientras estaba rezando en la capilla. Y los demás para quitarle la tal costumbre, le dijeron a un monje joven que mientras rezaban tuviera la pierna montada, y que ellos le llamarían la atención por eso. Y así lo hicieron, regañando fuertemente al joven por esa actitud. Arsenio entendió muy bien la lección y se corrigió.

San Arsenio se hizo famoso por sus penitencias extraordinarias. Un día llegó un alto empleado del imperio a llevarle un documento en el cual se le comunicaba que un senador riquísimo le dejaba en herencia todas sus grandes riquezas, y que se fuera a reclamarlas. El santo exclamó: “Antes de que él muriera en su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y avaricias. No quiero riquezas mundanas que me impidan adquirir las riquezas del cielo”. Y renunció a todo esto en favor de los pobres.

Con frecuencia pasaba toda la noche en oración. Los sábados al anochecer empezaba a rezar de rodillas con los brazos en cruz y permanecía así hasta que caía por el suelo desmayado. Tenía 40 años cuando abandonó el palacio imperial donde tenía todas las comodidades, para irse a un tremendo desierto, donde todo faltaba. Desde los 40 años hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo penitencias en el desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de la religión y el perdón de sus propios pecados.

Como hombre de mundo y de política que había sido, sentía una gran inclinación a tratar con la gente y a charlar con los demás, y en cambio hacía todo lo posible por retirarse del trato con todos, y vivir en la más completa soledad. Cuando un día el superior le llamó la atención porque no se prestaba a quedarse a charlar con las numerosísimas personas que iban a consultarle, le respondió: “Dios sabe que los quiero con toda mi alma y que gozo inmensamente charlando con ellos, pero como penitencia tengo que abstenerme lo más posible de las charlatanerías. El Señor me ha dicho que si quiero santificarme tengo que hacer la mortificación de apartarme del trato con las gentes”. En verdad que a cada persona la lleva Dios a la santidad por caminos diversos. A unos los hace santos haciendo que se dediquen totalmente a tratar con los demás para salvarlos, y a otros les ha pedido que con el sacrificio de no tratar tanto con la gente, le ganen también almas para el cielo.

Por muchos siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases breves que San Arsenio acostumbraba decir a las gentes. Desde remotas tierras iban viajeros ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran cortas pero sumamente provechosas.

Recordemos algunos de sus dichos

“Muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido de haber guardado silencio”. “Siempre he sentido temor a presentarme al juicio de Dios, porque soy un pecador”.

El religioso debe preguntarse frecuentemente: “¿Para qué abandoné el mundo y me hice religioso? y responderse: Me hice religioso porque quiero santificarme y salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he perdido totalmente mi tiempo” (Esta frase ha conmovido a muchos santos. Por ej. San Bernardo la tenía escrita así en su habitación: “Bernardo: ¿a qué viniste a la vida religiosa? – Quiero salvar mi alma y santificarme”).

San Arsenio pedía consejos espirituales a monjes que eran muchísimo más ignorantes que él. Le preguntaron por qué lo hacía y respondió: “Yo sé idiomas, literatura, filosofía y política, pero en lo espiritual soy un analfabeto. En cambio estos religiosos que no hicieron estudios especiales, son unos especialistas en espiritualidad y de ello saben mucho más que yo”.

Un religioso le preguntó por qué los sabios del mundo que conocen tantas ciencas y han leído muchos libros son tan ignorantes en lo que se refiere a la santidad, y en cambio tanta gentecita ignorante progresa tan admirablemente en lo espiritual, y el santo respondió: “Es que la ciencia infla y llena de orgullo, y en un corazón orgulloso Dios no hace obras de arte en santidad. En cambio los humildes conocen su debilidad, su ignorancia, y su insuficiencia, y ponen toda su confianza en Dios, y en ellos sí hace prodigios de santificación Nuestro Señor”.

Arsenio era muy conocido por su presencia venerable. Alto, flaco, bien parecido, con una barba larguísima y muy blanca, su hermosa figura descollaba majestuosamente entre los demás monjes. Y su santidad superaba a la de los demás compañeros. Las gentes lo veneraban inmesamente y sus consejos han sido apreciados por muchos siglos. Que Arsenio ruegue por nosotros y nos consiga una santidad como la suya.

De toda palabra indebida que diga una persona, tendrá que rendir cuentas el día del juicio. (Jesucristo, Mt. 12,36).

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Arsenio_7_19.htm)