¡Oh¡, Santa Isabel de Portugal, vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa, que, reina siendo y de familia
madre, os disteis ingenio para hacer de pacificadora y,
a vuestro nombre, en su significado: “Promesa de Dios”,
de fama colmarlo. Persuadisteis a través de una carta a
vuestro esposo, cuando vuestro hijo, medir osó armas
con él, diciendo: “Como una loba enfurecida a la cual le
van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas
del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo
tiempo, haré que primero me destrocen a mí las armas
de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra
los seguidores de su padre”. Y, a vuestro hijo le dijisteis:
“Por Santa María la Virgen, te pido que hagas las paces
con tu padre. Mira que los guerreros queman casas,
destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo,
no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando,
consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré
que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo
sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes deberes
gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el rey”.
Vuestro esposo murió muy arrepentido, y entonces vos, os
dedicasteis a socorrer pobres, auxiliar enfermos, ayudar a
religiosos y rezar y meditar. Pero un día supisteis que entre
vuestro hijo Alfonso de Portugal y vuestro su nieto, el rey de
Castilla, había estallado la guerra. Anciana ya, emprendisteis
un largo viaje para lograr la paz que amabais, en vuestra
familia. Pero, por el camino sentisteis que os llegaba la muerte y
os hicisteis llevar a un convento de hermanas Clarisas, y allí,
invocando a la Madre de Dios, voló vuestra alma al cielo, que
con una vida de ejemplo llena y entregada a Dios y al prójimo
coronada fue de luz, como premio justo a vuestra entrega
grande e increíble de amor y paz. Santa e infalible abogada
para sembrar la paz, en cuanto territorio de guerras hay;
¡oh!, Santa Isabel de Portugal, “viva paz y amor del Dios Vivo”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Julio
Santa Isabel de Portugal
Reina, madre de familia y pacificadora
Año 1336
Isabel significa “Promesa de Dios” (Isab = promesa. El = Dios). Nació
en 1270. Era hija del rey Pedro III de Aragón, nieta del rey Jaime el
Conquistador, biznieta del emperador Federico II de Alemania. Le
pusieron este nombre en honor de su tía abuela Santa Isabel de Hungría.
Santa Isabel tuvo la dicha que su familia se esmerara extremadamente en
formarla lo mejor posible en su niñez. Desde muy niña tenía una notable
inclinación hacia la piedad, y un gusto especial por imitar los buenos
ejemplos que leía en las vidas de los santos o que observaba en las
vidas de las personas buenas. En su casa le enseñaron que si quería en
verdad agradar a Dios debía unir a su oración, la mortificación de sus
gustos y caprichos y esforzarse por evitar todo aquello que la pudiera
inclinar hacia el pecado.
Le repetían la frase antigua: “tanta mayor libertad de espíritu
tendrás, cuanto menos deseos de cosas inútiles o dañosas tengas”. Sus
educadores le enseñaron que una mortificación muy formativa es
acostumbrarse a no comer nada entre horas (o sea entre comida y comida),
y soportar con paciencia que no se cumplan los propios deseos, y
esmerarse cada día por no amargarle ni complicarle la vida a los demás.
Dicen sus biógrafos que la formidable santidad que demostró más tarde se
debe en gran parte a la esmerada educación que ella recibió en su
niñez.
A los 15 años ya sus padres la habían casado con el rey de Portugal,
Dionisio. Este hombre admiraba las cualidades de tan buena esposa, pero
él por su parte tenía un genio violento y era bastante infiel en su
matrimonio, llevaba una vida nada santa y bastante escandalosa, lo cual
era una continua causa de sufrimientos para la joven reina, quien
soportara todo con la más exquisita bondad y heroica paciencia.
El rey no era ningún santo, pero dejaba a Isabel plena libertad para
dedicarse a la piedad y a obras de caridad. Ella se levantaba de
madrugada y leía cada día seis salmos de la Santa Biblia. Luego asistía
devotamente a la Santa Misa; enseguida se dedicaba a dirigir las labores
del numeroso personal del palacio. En horas libres se reunía con otras
damas a coser y bordar y fabricar vestidos para los pobres. Las tardes
las dedicaba a visitar ancianos y enfermos y a socorrer cuanto
necesitado encontraba.
Hizo construir albergues para indigentes, forasteros y peregrinos. En
la capital fundó un hospital para pobres, un colegio gratuito para
niñas, una casa para mujeres arrepentidas y un hospicio para niños
abandonados. Conseguía ayudas para construir puentes en sitios
peligrosos y repartía con gran generosidad toda clase de ayudas.
Visitaba enfermos, conseguía médicos para los que no tenían con qué
pagar la consulta; hacía construir conventos para religiosos, a las
muchachas muy pobres les costeaba lo necesario para que pudieran entrar
al convento, si así lo deseaban. Tenía guardada una linda corona de oro y
unos adornos muy bellos y un hermoso vestido de bodas, que prestaba a
las muchachas más pobres, para que pudieran lucir bien hermosas el día
de su matrimonio.
Su marido el rey Dionisio era un buen gobernante pero vicioso y
escandaloso. Ella rezaba por él, ofrecía sacrificios por su conversión y
se esforzaba por convencerlo con palabras bondadosas para que cambiara
su conducta. Llegó hasta el extremo de educarle los hijos naturales que
él tenía con otras mujeres. Tuvo dos hijos: Alfonso, que será rey de
Portugal, sucesor de su padre, y Constancia (futura reina de Castilla).
Pero Alfonso dio muestras desde muy joven de poseer un carácter violento
y rebelde. Y en parte, esta rebeldía se debía a las preferencias que su
padre demostraba por sus hijos naturales. En dos ocasiones Alfonso
promovió la guerra civil en su país y se declaró contra su propio padre.
Isabel trabajó hasta lo increíble, con su bondad, su amabilidad y su
extraordinaria capacidad de sacrificio y su poder de convicción, hasta
que obtuvo que el hijo y el papá hicieran las paces. Lo grave era que
los partidos políticos hacían todo lo más posible para poder enemistar
al rey Dionisio y su hijo Alfonso.
Algunas veces cuando los ejércitos de su esposo y de su hijo se
preparaban para combatirse, ella vestida de sencilla campesina
atravesaba los campos y se iba hacia donde estaban los guerreros y de
rodillas ante el esposo o el hijo les hacía jurarse perdón y obtenía la
paz.
Son impresionantes las cartas que se conservan de esta reina
pacificadora. Escribe a su esposo: “Como una loba enfurecida a la cual
le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey
se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que
primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes
que ellos disparen contra los seguidores de su padre”. Al hijo le
escribe: “Por Santa María la Virgen, te pido que hagas las paces con tu
padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y
destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos
los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar
los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los
reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes
deberes gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el rey”. Y
conseguía la paz una y otra vez.
Su esposo murió muy arrepentido, y entonces Isabel dedicó el resto de
su vida a socorrer pobres, auxiliar enfermos, ayudar a religiosos y
rezar y meditar. Pero un día supo que entre su hijo Alfonso de Portugal y
su nieto, el rey de Castilla, había estallado la guerra. Anciana y
achacosa como estaba, emprendió un larguísimo viaje con calores
horrendos y caminos peligrosos, para lograr la paz entre los dos
contendores. Y este viaje fue mortal para ella. Sintió que le llegaba la
muerte y se hizo llevar a un convento de hermanas Clarisas, y allí,
invocando a la Virgen María murió santamente el 4 de julio del año 1336.
Dios bendijo su sepulcro con varios milagros y el Sumo Pontífice la
declaró santa en 1626. Es abogada para los territorios y países donde
hay guerras civiles, guerrillas y falta de paz. Que Santa Isabel ruegue
por nuestros países y nos consiga la paz que tanto necesitamos.